Desde hace varios años, nuestro país sufre la ausencia de un Estado de Derecho. Si no se convence de esta afirmación, bastaría que revisara la oleada de expropiaciones desde el año 2007 sin ningún procedimiento jurídico o la negación del acceso a la Asamblea Nacional a los diputados elegidos por voto popular recientemente. Ambos hechos, solamente es posible en aquellos lugares donde no impera la ley; sino la fuerza, la coacción, en definitiva: el matonaje.
Desafortunadamente, proponer políticas públicas que nos permita transitar a un círculo virtuoso de bienestar económico, aumento en la cobertura de protección social, seguridad ciudadana, sana convivencia política y, en consecuencia, prosperidad nacional, se necesita como condición necesaria asegurar el funcionamiento –sin medias tintas- del Estado de Derecho, puesto que, es el principio garante de que todos estemos sujetos a la ley y nuestro comportamiento esté guiado por ella, de manera que un ciudadano -o el gobierno de turno- no haga lo que se le antoje, o si lo hace, debe tener en consideración que existen leyes que intervienen para la protección, resguardo y el respeto de los derechos del resto de los integrantes de la sociedad.
Muchas veces cuando se escucha la palabra “Estado de Derecho”, no son pocos quienes sienten la frase como algo tan vago, vacío o abstracto (algo similar ocurre con la palabra “Democracia”, pero eso es para otra columna). No me atrevería a decir que la mayoría de los venezolanos lo considera incomprensible, pero sí apostaría que a muchos le sabe bien poco. Además, si alguien les dijera que cambiar la realidad económica, social, política y cultural del país pasa –necesariamente- por pulir y enaltecer el Estado de Derecho, una gran cantidad de nuestros paisanos responderían: “¿Y cómo se come eso?”, “Lo que faltaba, pues”, “Este se la fumó verde” o “Lo que falta es mano dura y acabar con todos esos (según su preferencia)”.
Sin embargo, le invito a que haga el siguiente ejercicio: Vea a su alrededor, observe con detenimiento cualquier interacción ciudadana (en el supermercado, en su trabajo, en el transporte público, en el banco, en el aeropuerto, en su casa, etc.), y cuando detecte irregularidades y se le vengan expresiones como “Aquí lo que hace falta es gobierno”, “Esto se arregla con varios fusiles”, “Con estos precios no se puede vivir”, o “Aquí no hay respeto por nada, siempre hacen lo que les da la gana”, probablemente, todas esas situaciones que observó pudieran resolverse si viviéramos en plena vigencia de un Estado de Derecho. Así, ya no verá tan imprecisa, lejana o exótica esa frase –muchas veces manoseada- y le tomará más cariño.
...Vea a su alrededor, observe con detenimiento cualquier interacción ciudadana (en el supermercado, en su trabajo, en el transporte público, en el banco, en el aeropuerto, en su casa, etc.), y cuando detecte irregularidades y se le vengan expresiones como “Aquí lo que hace falta es gobierno”, “Esto se arregla con varios fusiles”, “Con estos precios no se puede vivir”, o “Aquí no hay respeto por nada, siempre hacen lo que les da la gana”, probablemente, todas esas situaciones que observó pudieran resolverse si viviéramos en plena vigencia de un Estado de Derecho. Así, ya no verá tan imprecisa, lejana o exótica esa frase –muchas veces manoseada- y le tomará más cariño.
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