Con mucho realismo, Capriles ha decidido descartar las falsas alternativas: Diálogo por el diálogo, intervención militar y volver a las calles sin estrategia definida.
Como experimentado político, Capriles intenta conciliar posiciones en el marco de un objetivo que nunca hay que perder de vista: sumar en vez de restar. No obstante, ese mismo loable propósito le impidió probablemente profundizar algunos puntos, vitales en la reformulación de una futura estrategia política. Entre ellos, destacaremos los siguientes:
Capriles no rompe con la perspectiva insurreccional que llevó al fracaso del “periodo Guaidó”. Por el contrario: su estrategia sigue fijada a una eventual sublevación de los militares. La diferencia con la dirigencia opositora es que, en lugar de alcanzar esa meta mediante “presión”, plantea un retorno a la vía electoral. Naturalmente, la lucha por elecciones libres puede llevar a un triunfo popular y abrir vías para la intervención militar o simplemente a una neutralización del estamento militar, como ocurrió en Bolivia. Sin embargo, esta, por más lógica que aparezca, es solo una posibilidad. Por ahora.
Dibujar escenarios futuros que no son más que simples posibilidades puede acarrear aún mayores frustraciones que las que se arrastran desde el 2015. El mismo Capriles lo sabe: las luchas por el RR16, al no ser exitosas, contribuyeron a desmoralizar a la ciudadanía, hecho que se reflejó en las elecciones regionales de 2017.
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Las luchas electorales pueden ser un medio, ya sea para una sublevación popular e incluso militar. Pero no está escrito en ninguna parte que eso deberá suceder. Lo que sí es cierto – y en ese punto Capriles tiene mucha razón- es que la lucha electoral contribuye a una participación activa de la ciudadanía, a un ensanchamiento de los espacios de oposición y a un aumento de la presión (sin comillas) en contra del gobierno.
2. Si Capriles habló de elecciones, era su deber precisar de cuales elecciones se trata. Pues para nadie es un misterio que sectores extremos de la oposición han puesto en primera línea las elecciones presidenciales en desmedro de las elecciones parlamentarias fijadas por la Constitución. Exigir elecciones presidenciales adelantadas -puede que esté de más decirlo- es el mejor camino para no participar en elecciones: una simple coartada para retornar al fatal abstencionismo. Por una parte, no hay medios para imponerlas. Por otra, no es vía constitucional: la única vía que eventualmente podría neutralizar al estamento militar, precisamente uno de los objetivos de Capriles.
En síntesis: un levantamiento popular y militar es una posibilidad muy incierta. Mucho más cierto es que unir la lucha por la defensa de la AN con las elecciones parlamentarias -no puede haber otras – contribuiría a elevar el grado de organización, de participación y de conciencia política de la mayoría ciudadana.
El momento actual, ese es el punto, es más defensivo que ofensivo.
Pese a todo, Capriles, en su reciente artículo, ha llevado a cabo una ruptura con el nefasto abstencionismo de la oposición, hecho al que hay que valorar en todo su enorme significado. Sin embargo, sigue insistiendo en alternativas “atajistas”, las mismas que desde el 2002 hasta nuestros días han impedido a la oposición transformar su fuerza mayoritaria en alternativa política real.
Importante es que, con la publicación de su artículo, Capriles ha invitado a un debate. A uno que no puede ser más postergado. A un nuevo comienzo más necesario que nunca. Aunque para construirlo sea necesario pagar el precio de inevitables rupturas.
Pese a todo, Capriles, en su reciente artículo, ha llevado a cabo una ruptura con el nefasto abstencionismo de la oposición, hecho al que hay que valorar en todo su enorme significado. Sin embargo, sigue insistiendo en alternativas “atajistas”, las mismas que desde el 2002 hasta nuestros días han impedido a la oposición transformar su fuerza mayoritaria en alternativa política real
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