Extraordinaria ocasión para conocer y analizar las distintas visiones sobre la transición y tal vez para superar el estancamiento de las negociaciones, desde la institución con mayor legitimidad, apoyo interno y respaldo internacional.
La discusión que propone Henry Ramos tiene entidad para verle el lejos a las posibilidades y dificultades de una transición postergada y puede motivar decisivamente para alinear la dinámica política y electoral hacia la orilla democrática. Permitiría valorar cuanta voluntad efectiva y cuanta comprensión sobre los pasos prácticos existe en actores decisivos. Brindaría, además, una valiosa información al país sobre las dificultades, costos y beneficios que habría que sopesar según el tipo de transición a la que apunte un probable consenso o una mayoría ´plural. (Solos no se va ningún país mejor).
El debate es un logro porque expresa la vuelta a la política y la disposición a dejar atrás su regresión bélica. La lógica de la liquidación del adversario reducido a enemigo es antipolítica. El deseo de extinguir el diálogo, la intolerancia, los torrentes de agresividad, la negación a un entendimiento que evite un conflicto interno que mate la solución pacífica y electoral son puntos para el autoritarismo.
Debatir pensando en el país supone replantearse las conductas frente a la crisis, especialmente en sus dos polos antagónicos. Es abrirle espacio al tercer lado, el que busca la unidad opositora y la unión entre los factores políticos rivales. Y dentro de la oposición, conduce a des-pensar la ruta para re-pensar la estrategia.
La oposición debe asumir ese debate desde la verdad, sin revanchismos y sin quitar la vista a sus objetivos y responsabilidades con la conquista de la democracia y la reconstrucción del país que merecemos llegar a ser en una década.
Más allá de su carpintería, lo relevante de ese debate consiste en formular con todas sus dimensiones y complejidades una política transicional eficaz. Es momento de abandonar proyectos hegemónicos y dejar atrás una división a la que se le abultan las costuras personales y la hipertensión de ambiciones que ya no resultan soportables.
Quienes conducen la AN deben decirle al país en dónde estamos. Precisar cuan próxima o distante sienten una flexión del régimen, definir el precio a pagar y la ganancia que obtendremos si se inicia, al fin, una transición. Deben responder si consideran deseable y viable un entendimiento nacional, de mediano plazo con un esquema de gobernabilidad que incluso pueda implicar corresponsabilidad en el poder de un oficialismo, que aunque ya no tiene soluciones a su catástrofe , conserva capacidad para prolongar el empate catastrófico.
Repetir el papel de Sísifo es muy dañino para Venezuela. Divididos y enfrentados seguiremos perdiendo juntos. Apoyamos a Guaidó y a la dirección colectiva que intenta llevar el cambio a la cima. Pero si ella no puede lograrlo, hay que debatir el por qué, corregir fallas y descartar errores. Y si nos arrolla el retroceso perpetuo, mostrar entereza y nobleza para volver a la segunda fila y ayudar a que otros tengan derecho a intentarlo.
La oposición debe asumir ese debate desde la verdad, sin revanchismos y sin quitar la vista a sus objetivos y responsabilidades con la conquista de la democracia y la reconstrucción del país que merecemos llegar a ser en una década. Más allá de su carpintería, lo relevante de ese debate consiste en formular con todas sus dimensiones y complejidades una política transicional eficaz. Es momento de abandonar proyectos hegemónicos y dejar atrás una división a la que se le abultan las costuras personales y la hipertensión de ambiciones que ya no resultan soportables.
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