La política y el fútbol en Argentina dejan en evidencia muchos aspectos de los que no tendríamos que estar orgullosos. En el país del Boca-River y en momentos de «la grieta«, la sociedad mantiene los clásicos enfrentamientos y los conflictos de siempre. Pero, lamentablemente, en todos lados también aparece la obstinación por el atajo, la búsqueda de las soluciones mágicas y la vinculación tribal con el líder o el referente. A él (o ella) se le asignan cualidades sobrenaturales y se le confían los lugares de decisión y mando, pero lo único que se puede llegar a conseguir son resultados fallidos.
Es claro que la política económica del macrismo ha sido un total fracaso. Pero no alcanza con asociar el desastre con las personas de la actual administración. Sin embargo, la locura de una gran parte del electorado es tal que incluso gente inteligente y preparada no puede salir del planteamiento más infantil. En un contexto de susceptibilidad extrema mucha gente le echa la culpa a Macri hasta por las cosas que le pasan en la vida diaria. En el marco de la actitud más chiquilina, una gran cantidad de argentinos asocian el mal momento al presidente (personalmente) e idealizan la figura de la exmandataria Cristina Fernández.
No importa si es claro que la gestión de Cambiemos no hizo ninguna reforma de fondo, por lo que el colapso del modelo actual no es otro que la última parte de la degradación del proyecto peronista iniciado con Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner en 2002-2003. El hecho de haber estado mejor en diciembre de 2015 que en la actualidad, hace que un importante sector del electorado confíe en que cuando vuelva Cristina todo va a estar mejor. Como por arte de magia.
Lamentablemente, no hay ninguna posibilidad de que esto ocurra. El futuro con Alberto y Cristina Fernández, mande quien mande, tiene dos caminos: o se mantiene el modelo populista, que ya lleva casi 20 años, y continúa la decadencia cada vez peor, o el neoperonismo K se vuelca a la ortodoxia. Sin duda, eso mejoraría la situación económica, pero haría enojar al espacio que espera que todo se arregle por arte de magia el día que Macri abandone la Casa Rosada.
Aunque todo esto sea una locura, el país sigue como si nada. Comunicadores, analistas, dirigentes empresarios y la clase política en general aceptan una realidad bizarra, la que consideran imposible de cambiar. Mientras tanto, cada uno sigue su juego. Aunque todo sea un loquero digno de una novela de ficción.
En la última semana, la aceptación de lo imposible y el desquicio total tuvo su correlato en el mundo deportivo. Una vez más, el país que se divide entre los eternos adolescentes y los cómplices, acepta sin objeciones otro delirio total y absoluto: el retorno de Diego Armando Maradona como director técnico a la primera categoría del fútbol argentino.
Ya no importa si «el 10» apoya al espacio del kirchnerismo (había dicho que quería ser vicepresidente de Cristina) o si su currículum como entrenador no arroja un solo éxito. El personaje en cuestión, que sigue emocionando hasta las lágrimas a muchísimos, ya no está en condiciones de decir tres palabras seguidas.
En un show bochornoso, que le causaría indignación a cualquier habitante del mundo que no sufra del virus que afecta a los nacidos entre La Quiaca y Ushuaia, el mejor jugador de todos los tiempos fue presentado en Gimnasia y Esgrima de La Plata en condiciones dolorosas. Maradona no estaba en condiciones de caminar ni de hablar de corrido. El estado actual del excampeón del mundo no merece ninguna burla. Es absolutamente preocupante.
Fatigado, excedido de peso, con temblor en las manos y con serias dificultades motrices, el exastro hizo su presentación en «el lobo» y otra vez los medios de comunicación se rindieron ante la gloria máxima del fútbol argentino. Sin embargo… ¿alguien puede pensar que este hombre está en condiciones de dirigir a un plantel profesional? La respuesta parece obvia, pero es un secreto total y absoluto. Parece haber un código o un tabú que impide decir en voz alta que todo esto es una locura.
Tanto Cristina Fernández como la esperanza mágica para que se arregle la economía o con Maradona para sacar campeón a un equipo de fútbol, Argentina deja en evidencia un comportamiento tan inmaduro como preocupante.
Pero el problema no se termina en los hinchas y dirigentes de Gimnasia o en los votantes del kirchnerismo duro, es mucho más serio. Hay una mayoría que parece tener miedo a la verdad, a decir las cosas como son. El miedo a ser políticamente incorrecto o a quedar mal parado ante los sectores más «militantes» de la sociedad hace que la voz que prime sea la de la locura.
Es probable que antes de pensar en solucionar los problemas políticos o económicos de Argentina, el primer paso que tengamos que dar es perder el miedo a hablar para decir las cosas como son. Una vez que se pueda recuperar la cordura podremos pensar en una agenda más ambiciosa.La insistencia con las soluciones mágicas en todos los ámbitos, la triste realidad de un país con potencial de sobra, pero con razonamiento infantil
Es probable que antes de pensar en solucionar los problemas políticos o económicos de Argentina, el primer paso que tengamos que dar es perder el miedo a hablar para decir las cosas como son. Una vez que se pueda recuperar la cordura podremos pensar en una agenda más ambiciosa.La insistencia con las soluciones mágicas en todos los ámbitos, la triste realidad de un país con potencial de sobra, pero con razonamiento infantil
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