El restaurante Panas y Parceros, punto de encuentro de los venezolanos en Cedritos, Bogotá. POL CUCALA
Ningún letrero lo anuncia, pero el acento que se escucha en cada esquina y la abundancia de areperías bastan para darse por avisado. Bienvenidos a Cedrizuela, el apodo del tradicional barrio Cedritos, el hogar de buena parte de los migrantes venezolanos que se instalan en Bogotá. Aquí, en el noreste de la fría capital colombiana, las elecciones presidenciales de este domingo 20 de mayo en la República Bolivariana son recibidas con escepticismo.
Aunque se encuentra a más de 500 kilómetros de la frontera, Bogotá es el principal destino del millón de venezolanos que se calcula ya están en Colombia. Su entonación se percibe desde la propia salida de una de las estaciones del sistema de transporte masivo Trasmilenio del vecindario. En la larga fila de bicitaxis a la caza de clientes casi todos los 50 conductores son del país vecino. Vienen de ciudades tan diversas como Caracas, San Cristóbal o Maracaibo. “De cada estado hay uno o dos”, dice Rafael Plaza, de 33 años, un comerciante de Mérida que llegó hace tres meses huyendo de la crisis, mientras se prepara a empujar su carrito azul de dos puestos, el número 10.
Sobre la calle 140, una arteria comercial atiborrada de comercios, se encuentra Entre Panas y Parceros (expresiones coloquiales de amigos en Venezuela y Colombia), el pionero de una quincena de restaurantes de comida venezolana que han abierto en los últimos cuatro años en la zona. Ofrece platos como las tradicionales arepas rellenas, empanadas y pabellón criollo.
Desde que compró el negocio hace algo más de un año, Fernando Fernández, un caraqueño de 60 años, se ha enfocado en convertirlo en un punto de encuentro para sus compatriotas. Cada dos semanas organiza eventos que van desde cantantes de música llanera hasta shows de Stand Up Comedy. Este viernes se presentó el Gordo Napoleón, un comediante surgido del desaparecido programa Radio Rochela.
“El venezolano cuando llega a Cedritos tiene su puntico a favor, es más amable”, dice Juan Francisco Villareal, de 37 años, uno de sus tres empleados. Este hombre corpulento que llegó hace 10 meses a la casa de un tío se quiebra al recordar a la esposa y los dos hijos que dejó en Guarare, estado Portuguesa. Espera traerlos tan pronto consiga algo de estabilidad. Entretanto, les manda dinero. Hace cuentas sobre la distorsionada economía venezolana y el cambio entre monedas. Según explica, cada vez que envía 50.000 pesos (unos 17 dólares) equivale a varios salarios mínimos allá, que sin embargo solo les alcanzan para unos cinco kilos de carne.
Juan Villareal prepara un plato en el restaurante Entre Panas y Parceros, en Bogotá. POL CUCALA
Confiesa que, a pesar de que tiene su “franela vinotinto”, se ha cohibido de ponérsela para evitar algún problema. “Espero pasar un poquito más desapercibido porque sé que les puede molestar tener tantos venezolanos en Bogotá”, apunta. “La mayoría lo que pide es que la gente no salga de sus casas, que no salgan a votar”, comenta sobre las elecciones en su país, en línea con el llamado a la abstención de la coalición opositora. Él se graduó de chef, sus compañeros son un ingeniero de sistemas y una contadora.
Un cliente sudoroso, en atuendo deportivo, interrumpe la conversación. Denis Vilches, ingeniero maracucho de 23 años, recorrió 10 kilómetros en bicicleta desde su casa, nostálgico, para probar la comida venezolana que vio anunciada en Instagram. Cruzó por Maicao en noviembre, convencido de que tras la Asamblea Constituyente que impuso Maduro ya no había vuelta atrás. “Pensé, lo que se viene es hambre, y salí”. De cuatro hermanos, solo uno queda en Venezuela, los otros viven en Perú y México. Pidió una empanada de la casa con pollo, carne y queso amarillo. “Nadie va a votar, yo soy uno de los partidarios de que no tienen que salir porque no tenemos que apoyar esa dictadura”.
A unas cuantas cuadras está El Ávila, una panadería y pastelería venezolana bautizada en honor al cerro tutelar de Caracas. Una fotografía panorámica de la capital venezolana desparramada en las faldas de esa enorme montaña domina la vista del establecimiento. Ofrecen preparaciones típicas del otro lado de la frontera, y el plato más popular son las hallacas, la versión venezolana del tamal. Los fines de semana, atrae clientela de distintas zonas de Bogotá.
“Aquí viene mucha gente venezolana de repente buscando ese cobijo de encontrarse otra vez con sus costumbres, con la comida, o simplemente hablar”, cuenta Jenny Bohórquez, una abogada caraqueña de 47 años que hace cerca de un año migró y terminó asociándose con su padre de origen colombiano en la panadería. La zona le recuerda mucho a Caracas, aunque enfatiza que los cerros orientales palidecen frente a El Ávila. Ni siquiera piensa seguir las presidenciales, que despacha como “un saludo a la bandera”. Los comicios no logran congregar a la nutrida comunidad de venezolanos en Cedritos como lo consiguen sus restaurantes.
Leer mas: https://elpais.com/internacional/2018/05/19/colombia/1526716098_424060.html#
Sobre la calle 140, una arteria comercial atiborrada de comercios, se encuentra Entre Panas y Parceros (expresiones coloquiales de amigos en Venezuela y Colombia), el pionero de una quincena de restaurantes de comida venezolana que han abierto en los últimos cuatro años en la zona. Ofrece platos como las tradicionales arepas rellenas, empanadas y pabellón criollo.
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