“Hay que ser imbécil, moralmente imbécil, para suponer que es mejor vivir rodeado de pánico y crueldad que entre amor y agradecimiento.” Fernando Savater
Hasta el frío mármol del palacio debe llegar y sentirse con mucha fuerza los aires del desprecio popular que lleva a los usufructuarios e inescrupulosos en el poder a proponer una ley contra el odio. Todos suponemos el espíritu y propósito de una norma de ineficaz ejecución como esa, sin embargo, permitiría “legalizar” toda intención de oposición y crítica al Gobierno y a sus incondicionales funcionarios.
Después de tantos años con la prédica del odio inspirada estérilmente en una pretendida lucha de clases que lo único que logró fue dividir nuestra sociedad entre delincuentes en el Gobierno y ciudadanos honestos entre los gobernados; entre chavistas y maduristas apropiándose del botín producto del atraco a la nación y el resto de la población agobiada recibiendo las migajas y sobras que no caben en las mansiones, naves, barcos y bancos en el exterior.
Este es un régimen que se propuso remover en la psiquis del venezolano ese sentimiento brutal contrario al amor y la solidaridad humana como lo es el odio. Esa obsesión desmedida los lleva a sentir un odio patológico que los impulsa al deseo violento de aniquilar a quienes consideran que quieren quitarle el objeto de sus deseos. Lo hacen con la impunidad y la soberbia de quienes se sienten atrincherados en el poder, olvidando que el ser humano siempre llega a sentir odio contra todo lo que lo oprime.
Es el valor libertario conjuntamente con el valor de la justicia lo que debemos rescatar con el ejercicio de la política. De los fundamentos del Estado se deduce evidentemente, como señala Spinoza, que su fin último no es dominar a los hombres ni acallarlos por el miedo o sujetarlos al derecho de otro, sino por el contrario, liberar del miedo a cada uno para que, en tanto sea posible, viva con seguridad, esto es, para que conserve el derecho natural que tiene a la existencia, sin daño propio o ajeno.
Tratar de resguardarse de ser señalados por sus fechorías, ineptitud, ignorancia, crueldad, mediocridad e inmoralidad mediante un adefesio jurídico, es revelador de la falta de ética y la desesperación que se ha apoderado de quienes mal dirigen a la nación. Su angustia es justificada porque como dice Aivanhov, cada uno de nosotros sabe cuándo manifestar la indulgencia y cuando rigor, porque sobre este equilibrio está basada la vida en sociedad.
Hasta el frío mármol del palacio debe llegar y sentirse con mucha fuerza los aires del desprecio popular que lleva a los usufructuarios e inescrupulosos en el poder a proponer una ley contra el odio. Todos suponemos el espíritu y propósito de una norma de ineficaz ejecución como esa, sin embargo, permitiría “legalizar” toda intención de oposición y crítica al Gobierno y a sus incondicionales funcionarios.
Después de tantos años con la prédica del odio inspirada estérilmente en una pretendida lucha de clases que lo único que logró fue dividir nuestra sociedad entre delincuentes en el Gobierno y ciudadanos honestos entre los gobernados; entre chavistas y maduristas apropiándose del botín producto del atraco a la nación y el resto de la población agobiada recibiendo las migajas y sobras que no caben en las mansiones, naves, barcos y bancos en el exterior.
Este es un régimen que se propuso remover en la psiquis del venezolano ese sentimiento brutal contrario al amor y la solidaridad humana como lo es el odio. Esa obsesión desmedida los lleva a sentir un odio patológico que los impulsa al deseo violento de aniquilar a quienes consideran que quieren quitarle el objeto de sus deseos. Lo hacen con la impunidad y la soberbia de quienes se sienten atrincherados en el poder, olvidando que el ser humano siempre llega a sentir odio contra todo lo que lo oprime.
Es el valor libertario conjuntamente con el valor de la justicia lo que debemos rescatar con el ejercicio de la política. De los fundamentos del Estado se deduce evidentemente, como señala Spinoza, que su fin último no es dominar a los hombres ni acallarlos por el miedo o sujetarlos al derecho de otro, sino por el contrario, liberar del miedo a cada uno para que, en tanto sea posible, viva con seguridad, esto es, para que conserve el derecho natural que tiene a la existencia, sin daño propio o ajeno.
Tratar de resguardarse de ser señalados por sus fechorías, ineptitud, ignorancia, crueldad, mediocridad e inmoralidad mediante un adefesio jurídico, es revelador de la falta de ética y la desesperación que se ha apoderado de quienes mal dirigen a la nación. Su angustia es justificada porque como dice Aivanhov, cada uno de nosotros sabe cuándo manifestar la indulgencia y cuando rigor, porque sobre este equilibrio está basada la vida en sociedad.
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