Vuelvo a España como tantas veces en el pasado, como el caminante que anhela la espléndida hospitalidad de un amigo que los años han convertido en hermano. España ha sido siempre un aliado sincero de las causas del pueblo de Costa Rica, que son las causas a las que he dedicado mi vida.
Una conversación entre amigos, luego de una temporada sin verse, inicia siempre con un recuento. Y ese recuento lleva, inevitablemente, a la más importante y delicada tarea de reflexionar sobre el estado general de las cosas – la discusión sobre cómo estamos, más allá de lo que nos ha ocurrido.
No es mi intención soslayar la importancia de eventos particulares en cualesquiera países de América Latina: de la terrible situación de inseguridad en algunas partes de México; de los escándalos políticos que sacuden a los gobiernos de Argentina, Chile y Brasil; de la inestabilidad social que experimentan ciertas regiones andinas; del naufragio político y humanitario que atormenta al pueblo de Haití. Sin embargo, quiero enfocarme en cuatro acontecimientos recientes que constituyen, en mi opinión, cambios sustanciales que alteran el balance de poder regional, inciden en la agenda del hemisferio y demandan la atención de quien se encuentre interesado en el futuro latinoamericano. Me refiero a los acontecimientos en Cuba, en Colombia, en Centroamérica y en Venezuela.
El histórico anuncio del acercamiento entre los gobiernos de Cuba y los Estados Unidos, el pasado mes de diciembre, tendrá efectos que se sentirán más allá de los confines de la pequeña isla caribeña. El proceso será largo y encumbrado. Es improbable que observemos un levantamiento del embargo en el corto plazo, pero el relajamiento de las restricciones relativas al turismo y la inversión tendrá consecuencias positivas para el desarrollo económico de Cuba y, quizás, para su apertura política, aunque esto no está garantizado.
Durante más de medio siglo, los acontecimientos en la isla han sido abordados bajo un velo de excepcionalidad derivado de su estatus especial, de su condición de país suspendido del sistema interamericano y durante muchos años separado diplomáticamente de otras naciones de la región. La plena reinserción de Cuba a la dinámica multilateral, subregional y bilateral debería llevar aparejada una discusión más franca sobre la situación de los derechos humanos bajo el régimen del Partido Comunista, en particular la situación de los presos políticos y el ejercicio de la libertad de expresión. Eventualmente, esa conversación debería abordar la necesidad de abrir el régimen a la competencia política.
El segundo acontecimiento que deseo comentar es el avance en las negociaciones de un Acuerdo de Paz en Colombia. Este conflicto armado, uno de los más largos y sangrientos de la historia latinoamericana, parece estar llegando a su fin, en medio de un largo proceso de conversaciones en La Habana. Las encuestas demuestran que la población colombiana oscila entre la esperanza y la suspicacia, entre la ilusión y el recelo ante los resultados de las negociaciones. Esto se debe al desgaste de un proceso que ha durado ya más de dos años, a la polarización y politización en torno a algunos de los temas álgidos de las conversaciones, a la desconfianza frente a las promesas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el rechazo a su participación política, y a la dificultad para aceptar los términos de una posible amnistía en un conflicto que registra miles de víctimas.
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