Venezuela, superficialmente, es moderna, pero en usos y costumbres, ideas y mentalidades prevalece la premodernidad con sus características tribales y clánicas, o como diría Ana Teresa Torres: “La herencia de la tribu”.
En el siglo XIX la sociedad funcionaba como una “tierra de compadres”: todo se manejaba entre compadres y familiares, casi siempre convertidos en socios, asociados en sociedad, como diría un amigo. A falta de instituciones y leyes, las relaciones personales lo eran todo. Hoy esto no ha cambiado mucho, seguimos siendo una “tierra de compadres” de compañeritos y camaradas de partido. No hay actividad o servicio que no se resuelvan a este nivel. Seguimos sin instituciones que funcionen de manera objetiva y neutral y sin leyes, aplicadas escrupulosamente de acuerdo a la doctrina y la justicia.
Nuestras leyes, empezando por la constitución, usualmente son de lenguaje pomposo y altisonante y meramente declarativas, llenas de lindas palabras y muchas buenas intenciones que, en su mayoría, no se cumplen. Las leyes y las instituciones usualmente son para ser aplicadas o utilizadas contra los enemigos del gobierno. Es la vieja fórmula del dictador dominicano, Trujillo: “A los amigos todo, a los enemigos la ley”.
La amistad o cercanía al gobernante es nuestro verdadero amparo y nuestra mejor oportunidad para obtener ventajas y “progresar”. Los poderes públicos, en vez de ser un contrapeso al poder Ejecutivo y al excesivo presidencialismo, normalmente se le subordinan y se convierten en el principal instrumento de intimidación y persecución.
La derivación lógica de este estado de cosas es que el hábito más extendido entre nuestros conciudadanos sea la usual viveza y la maraña cotidiana, para lo cual se precisan talentos que descansan sobre la indeterminación y precariedad de lo lícito y lo ilícito y de allí este estado generalizado delincuencial y de corrupción.
En estas condiciones el Estado moderno es inexistente como regulador y garante legal de relaciones interpersonales objetivas y de allí que termina siendo un cascarón vacío, ayuno de justicia y de legalidad acomodaticia, lo que configura un “poder vacío”, ya que el verdadero poder lo detentan los “poderes fácticos”. En primer lugar, el poder armado y después el poder político y económico que son los que terminan gobernando siempre a favor de ellos mismos.
En Venezuela muchos mandan pero nadie o casi nadie gobierna. En nuestro país no hay aspiración pública más apetecida que ser tratado como jefe. En los actuales momentos, Maduro cree que manda mientras que el gobierno se diluye en múltiples grupos, mientras Diosdado se pretende jefe y actúa como tal. En estos tiempos de incertidumbre y ambigüedad y de necrofilia hay un líder fantasmagórico y unos “herederos” que tratan desesperadamente de llenar el vacío.
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