Republica del Zulia

Julio Portillo: Necesitamos entonces promover el regionalismo como protesta al excesivo centralismo en todos los órdenes. Tenemos que despertar la conciencia política de la provincia.

12.12.25

Occidente se levanta: Trump forja un continente de orden, fe y alianzas ganar-ganar, por Dayana Cristina Duzoglou Ledo


Occidente enfrenta un punto de inflexión. Asediado ya no por los totalitarismos del siglo XX, sino por la amenaza del islamismo radical y la erosión moral impulsada por el progresismo woke, urgen liderazgos que no sean de cartón fabricados en laboratorios de marketing político, sino voces genuinas capaces de encarnar principios, ética y prosperidad verdadera. En este escenario convulso surge la figura de Donald J. Trump, quien no emerge como un fenómeno aislado o un “mesías” al mejor estilo izquierdoso ñángara; al contrario, sobresale como una respuesta histórica ineludible: un estadista pragmático que busca rescatar los pilares de la civilización judeocristiana. Su propuesta para los Estados Unidos es sólida y constituye un giro radical hacia la libertad económica, la soberanía nacional y la defensa intransigente de la familia, rechazando la ingeniería social neoizquierdista para así devolverle a la sociedad su sentido de pertenencia y prosperidad.

Bajo la premisa de «si América es fuerte, occidente es fuerte», esta visión trasciende a los Estados Unidos para proponer un renacimiento hemisférico basado en la disuasión y en alianzas «ganar-ganar». Es aquí donde Venezuela —con su inmensa riqueza energética y la urgencia de su reconstrucción— se convierte en territorio clave para la restauración occidental. Siguiendo la estela de grandes conservadores como Ronald Reagan, Trump empieza a moldear un continente unido por el orden, la fe y el libre mercado, dejando atrás los dogmas rupturistas para así abrazar un futuro de verdadera cooperación estratégica.

El caos progresista como amenaza existencial a Occidente

El progresismo radical que hoy domina buena parte de las élites culturales, mediáticas y académicas de Occidente no es simplemente una corriente ideológica más: es un proyecto de demolición civilizatoria. Su expresión más visible —el wokismo— opera como un culto ideológico secular que sustituye la verdad por la emoción, la historia por el resentimiento y la identidad occidental por una narrativa de culpa perpetua. Este relativismo moral, que niega la existencia de valores universales, ha logrado penetrar instituciones que antes eran guardianes de la racionalidad: universidades, organismos multilaterales y sectores judiciales. El resultado es un Occidente que duda de sí mismo, que renuncia a su legado y que se autocensura mientras potencias autoritarias avanzan sin complejos. A ello se suma la epidemia de drogas —con el fentanilo como estandarte letal— que está desmoronando a generaciones enteras y acelerando la decadencia interna más que cualquier enemigo externo.

Y en este marco histórico, se repite la constante histórica en donde las civilizaciones no caen solo por invasiones externas, sino por corrosión interna: Roma no fue derrotada por los bárbaros, sino por su propia decadencia. Hoy, el desafío es similar. El caos progresista no es un debate cultural más: es una amenaza existencial que define si Occidente seguirá llevando la batuta o si se convertirá en un territorio fragmentado, inseguro y subordinado a potencias que no comparten —ni respetan— sus valores.

La nueva estrategia de seguridad nacional de Trump

Frente a esta fragilidad, la Doctrina Trump propone un retorno al sentido común geopolítico: “un país sin fronteras ni identidad no puede defenderse”. Su enfoque rompe con la ingenuidad diplomática del pasado y reivindica la paz sustentada en la fuerza, colocando en el centro el combate directo contra los cárteles de la droga, afirmando una soberanía que no se negocia y promoviendo una migración basada en el mérito, la legalidad y la capacidad real de integrarse a la nación.

Trump abandona la idea ingenua de que el diálogo por sí solo transforma a regímenes autoritarios o criminales. Su enfoque adopta un realismo estratégico basado en disuasión, fuerza y respeto. Las naciones no respetan a quienes se disculpan, sino a quienes proyectan poder. De allí su insistencia en reconstruir capacidades militares, renegociar alianzas desde posiciones de fuerza y exigir reciprocidad a socios y adversarios. Este giro no busca la confrontación, sino evitarla mediante claridad y firmeza. 

Guerra contra el crimen transnacional: Una cruzada civilizatoria

El narcotráfico ha mutado: ya no es solo un fenómeno delictivo, sino un actor político sostenido por una alianza perversa entre estados fallidos, cárteles y regímenes autoritarios. Venezuela, Colombia (con Petro al poder) Cuba y Nicaragua han servido de santuario y logística para estas estructuras que erosionan la soberanía. Frente a esto, la visión de Trump elimina la ingenuidad y el romanticismo diplomático: la seguridad hemisférica exige presión máxima y cero tolerancia. La guerra contra el crimen transnacional deja de ser un asunto policial para convertirse en muro estratégico de la civilización democrática moderna.

La resistencia cultural

La batalla cultural es ahora política de Estado. Ante el relativismo woke que busca redefinir la naturaleza humana, para Trump recuperar la familia, la fe y la meritocracia es un acto de resistencia vital. La familia es el primer bastión frente al caos cultural, y la fe ofrece el ancla moral y el propósito que ninguna burocracia estatal puede reemplazar. El Estado no debe imponer creencias, pero sí proteger el ecosistema moral donde la sociedad florece.

Bajo esta lógica de reconstrucción, la empresa privada y el libre mercado también tienen un rol importante y no como simples mecanismos económicos, sino como pilares de la libertad real. Las sociedades que han abrazado el libre mercado —desde Corea del Sur hasta Israel— han demostrado que la innovación, la competencia y la responsabilidad individual generan riqueza, estabilidad y movilidad social. La prosperidad no nace de decretos, sino de la creatividad humana liberada de controles ideológicos. Defender el mercado es defender la dignidad humana frente a la miseria de la colectivización ideológica.

Occidente para los occidentales

La geopolítica actual exige actualizar la Doctrina Monroe. Ya no se trata meramente de «América para los americanos» como un principio defensivo de un siglo pasado, sino de trascender a un llamado más profundo: «Occidente para los occidentales». Esta nueva doctrina es exigencia fundacional del proyecto occidental que busca la consolidación de un bloque hemisférico que actúe con cohesión, claridad moral y visión estratégica, convirtiéndose en la primera línea de protección de la alianza atlántica ampliada. Desde Canadá hasta Chile, las Américas poseen recursos energéticos vitales, talento humano incomparable, biodiversidad única y rutas marítimas estratégicas. Este potencial requiere ser liberado de la lógica de dependencia, victimización y fragmentación impuesta por el globalismo blando y los regímenes autoritarios durante décadas. 

La nueva Doctrina Monroe debe, por tanto, impulsar un hemisferio que se conciba a sí mismo como centro y no periferia, como arquitecto de orden y no receptor de caos, como pilar estratégico dentro de la constelación de naciones de raíz judeocristiana que aún sostienen los valores de libertad, soberanía y dignidad humana.

Estados Unidos y Venezuela: el eje del nuevo hemisferio libre

En este tablero continental, la próxima alianza entre EE.UU. y una Venezuela libre cobra una inmensa relevancia estratégica. Venezuela, por su posición privilegiada con salida al Caribe y al Atlántico, y por su vasta riqueza energética, se convierte, en el socio más fértil para recibir inversiones y tratados de cooperación bajo un esquema de alianzas ganar-ganar. Con la juramentación del presidente Edmundo González, se abrirá una oportunidad histórica de realineamiento con Washington, permitiendo que Venezuela abandone décadas de aislamiento, corrupción y el ciclo devastador de la “utopía” que solo funcionó para llenar los bolsillos de quienes firmaban los contratos.

Esta transición, que debe ser liderada por la ética y la capacidad técnica por encima de la demagogia vacía, tiene que florecer como un modelo inspirador para toda la región. Los venezolanos esperamos con fe que esta transición sea la prueba viviente de que incluso los Estados capturados por mafias y regímenes autoritarios pueden renacer y reintegrarse al sistema occidental con la guía de líderes que, además, actúen como socios confiables y aliados geopolíticos

La gran restauración occidental

Trump no surge como el caudillo tropical de manual tan frecuente en la historia latinoamericana; por el contrario, irrumpe como un liderazgo ajeno a las ideologías comunistas que han devastado a la región. Su visión articula seguridad, fe, familia y soberanía como ejes de un proyecto destinado a reorientar el rumbo histórico no solo de su país, sino también de las democracias emergentes. La lucha contra el crimen organizado, la reconstrucción institucional y la defensa de la libertad conforman un modelo que aspira a trascender fronteras y redefinir el horizonte del mundo democrático.

La batalla por el destino de nuestra civilización se libra en este continente, comandada por un líder preclaro que no se hace el ciego ante las tiranías diabólicas que ya sobrevivieron por muchas décadas.

América, guiada por un titan de la democracia, ya no será periferia, sino el corazón de la batalla por el destino de Occidente.

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1 comentario:

  1. Anónimo11:11 a.m.

    La batalla cultural es ahora política de Estado. Ante el relativismo woke que busca redefinir la naturaleza humana, para Trump recuperar la familia, la fe y la meritocracia es un acto de resistencia vital.

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