Hablar de “asador” obliga a pensar en asador ¿para cocinar qué? Podría pensarse en asador de pollos, carne, de arepas, o de cualquier alimento que pueda procesarse mediante el empleo de carbón como fuente de calor. Así se brinda un sabor ahumado a lo que se coloque sobre las rejillas del asador.
Pero de ahí a pensar en asar la educación, la situación es absolutamente distinta. Se estaría hablando de asar la educación. Sólo que aludir a la educación sobre el asador, es ilustrar una realidad convulsa dado que el hecho de imaginar a la educación en el asador, es vislumbrar su definitivo colapso. Es decir, el problema que hoy tiende a achicharrar la educación.
Complicaciones que pesan
Tan igual como las carnes, que son preferidas para convertirlas en carne a la parrilla o en “parrillada”. O sea, “carne asada”. Es lo que pareciera padecer la educación, en tanto problema estructural. A decir de la intención que esgrime esta disertación, la educación pareciera estar asándose. Es decir, quemándose.
Imaginar la educación como carne expuesta en el centro del asador, hace pensar que está achicharronándose. Y luego, será “incomestible” o “incomible”. Particularmente, dado lo inaceptable que resultará después de sistematizarse a instancia de las contrariedades que propenden a establecerse alrededor de la praxis educacional que compromete.
El valor de la educación, en consecuencia, se verá profundamente estropeado. El asador que, en sus rejillas, contenga tan importante estamento, vaciará su esencia hasta volverla un triste “cuero seco”.
Advertir que la educación está achicharrándose, infiere un verdadero caos. De inimaginables repercusiones. Inclusive, podría imaginarse extrañamente moribunda. Por consiguiente, en el paroxismo de tal estado cataléptico será complicadamente imposible, revertir su situación. Sobre todo, porque quienes denigran de su condición de imprescindible, valiéndose de la razón que detenta su colosal resistencia para soportar el peso del desarrollo en toda su magnitud, han de mostrarse complacidos de la fechoría cometida. Además, sin tener el menor sentido de la irresponsabilidad consumada con las decisiones tomadas al chamuscar la educación en nombre de cualquier causa. Seguramente, infundada.
A manera de epílogo
Acá, no vale “parrillero” alguno por audaz que pueda ser. Difícilmente evitaría que la educación sea consumida por la excesiva cocción a la que estaría siendo sometida. Incluso, por mucho pincel que tenga para rociarla mientras está asándose. Aun cuando lo haga con la presunta intención de mantenerla ventajosa en términos de su presentación. O sea, funcional, conforme a las exigencias del desarrollo pautado a instancia de la cotidianidad.
La educación «asada», como es posible advertirla en lamentables realidades infames, da cuenta del caos que circunda en el fragor de retorcidas razones. Aunque la educación es siempre pautada por el sistema político que rige la sociedad, en ningún momento deberá dejarse a la intemperie, o jugada al escarnio de las circunstancias.
Más aún, si son inspiradas por conveniencias ideológicas o personalistas. Por cuanto habrá de lucir semejante al cuadro hipotético que representa la educación en el “asador”.
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