Andrea* separa cuidadosamente galletas dulces, caramelos y otras chucherías permitidas como parte de la paquetería que puede ingresar para su hijo Daniel*, quien está dentro del Penal de Tocuyito, ubicado en el estado Carabobo, desde hace cuatro meses.
Daniel fue detenido en el contexto de la represión contra las protestas por la falta de transparencia en las elecciones presidenciales del 28 de julio pasado.
Todo lo mete en una bolsa transparente cuyo contenido no puede exceder el kilo que es pesado “a ojo” del custodio que esté de turno.
Los caramelos son los únicos que quedan por fuera hasta el día siguiente pues, para que no se derritan durante las horas de espera, antes de entrar a la visita, los mete toda una noche en el congelador. Cuando puede, dentro de la bolsa cuela algunos trozos de pan, que no están permitidos, pero asume el riesgo pues sabe lo mucho que a Daniel le gusta.
Aunque muchas veces su hijo de 9 años la acompaña para guardar las cosas y poder comerse alguna golosina, esta vez la angustia es quien la acompaña: “Tenía una mortificación encima porque estaba menstruando y así allá no te dejan pasar”, contó la madre a Crónica Uno.
Un último ruego
Al terminar, subió a su habitación y empezó a rezar y pedir a Dios para poder ver a su hijo durante los únicos 10 minutos permitidos cada 15 días. Sin embargo, sus oraciones fueron interrumpidas por una voz que desde el 5 de agosto no se escuchaba en su casa.
Era Daniel, quien desde la puerta de la entrada a su casa pudo pronunciar “Ma”, como le dice a Andrea de forma cariñosa.
Sus otros hijos, que estaban junto a ella quedaron paralizados. “Escucho de nuevo que dicen: mamá. Salgo corriendo, levanté la cortina y cuando veo que era él, lancé la cortina asustada”, rememora.
Mientras Daniel repetía: “Mamá, soy yo”, ella no podía creerlo.
“Empecé a gritar como loca: “Dios, mi hijo”. Con decirte que abrí la puerta de la sala, pero no le abría la puerta a él del porche. Hasta que él me dijo: Pero, ma. Ábreme”.
Acto seguido, le hizo caso, lo abrazó, se arrodilló y siguió gritándole a Dios a quien le agradece por haberle regalado esa sorpresa antes de Navidad.
De nuevo en casa
Pese a que Daniel tiene menos de un mes tras las rejas, la cara de su madre ya luce distinta. Las ojeras, producto de la falta de descanso y que trataba de disimular con maquillaje, ya no son visibles.
De nuevo, ha podido dormir con su hijo, quien desde bebé, producto de una condición de salud que afecta su cerebro, duerme con ella.
“Si algo le pasaba, o empezaba a moverse mientras dormía, yo lo sentía enseguida. Como una vez se cayó de la cama, empezó a dormir en la parte de abajo. Así que eramos él, mi hijo menor y yo en el cuarto. Cuando el mayor se quedaba, se sumaba y dormía con mis tres muchachos”, afirma sonriente.
Uno de sus mayores regalos para este diciembre fue ver en su mesa un momento que pensó lejano: Sus tres hijos acompañándola a hacer hallacas.
Sin dormir
Desde la llegada de Daniel a Tocuyito, en la última semana de agosto, Andrea se acostaba a dormir con los audios de las llamadas, de no más de tres minutos, que su hijo le hacía desde la cárcel, como sonido de fondo. En todas le decía a su mamá que la amaba y aprovechaba a hablar con “su cachorro”, como le dice con afecto a su hermano menor.
“Muchas veces me acosté llorando hasta quedarme dormida escuchando las llamadas y su voz diciéndome: Te amo, ma”, recuerda.
Por más que trataba de mostrarse fuerte ante su hijo menor, su apariencia y ánimo evidenciaban que no estaba bien. “Una vez el niño me dijo que le dijera a dónde podía llamar por si algo me pasaba porque a él le daba miedo no saber qué hacer”, sostiene.
Admite que en más de una ocasión acudió a las bebidas alcohólicas y al cigarrillo para calmar su ansiedad y poder conciliar el sueño por algunas horas.
“No me daba ni hambre. Me ponía peor los días que me tocaba la visita porque me sentía como la mujer más humillada del planeta por tener que desvestirme delante de otra persona, para ver a mi hijo siendo tratado como un vulgar delincuente”, dice.
Tocuyito
|“Mamá, yo nunca me robé ni un caramelo y ahora estoy aquí”, son algunas de las disculpas que Daniel, desde que fue detenido, le escribió a su mamá en varias cartas que logró darle a escondidas disimuladamente en los abrazos eternos que despedían las visitas.
En otras le manifestaba que sentía odio por sí mismo por todo lo que le habían hecho pasar a ella y a su familia.
Los escritos no daban demasiados detalles sobre lo que ocurría en el penal, pero cuando la desesperación se apoderaba de sus emociones le contaba que, como castigo, a los presos los “guindaban” de los brazos y los dejaban hasta por 10 horas en la postura que los mantenía con los brazos hacia arriba.
Como “escarmiento” para quienes se quejaban de la comida, las horas de encierro, o malas condiciones, a los detenidos los llevaban a una habitación donde los esposaban y golpeaban por varias horas.
“Otras veces, por puro placer, los sacaban en las madrugadas de las celdas y los empezaban a golpear”, lamenta.
La salida
Cuando empezaron a salir los primeros detenidos en el marco de los comicios electorales, Andrea, al igual que los familiares de los cerca de 2000 presos políticos de acuerdo con las cifras dadas por el mismo gobierno de Nicolás Maduro, aguardaban con esperanzas que entre las excarcelaciones estuvieran sus parientes.
No obstante, el proceso de excarcelación, acompañado de una serie de medidas cautelares y advertencias cargadas de amenazas que incluyen la vuelta a la cárcel, ha traído como consecuencia que los familiares que se ayudaban entre sí se censuren a sí mismos y no cuenten si excarcelan a sus seres queridos.
Algunos de los que han salido de los penales, lo han hecho escoltados por los custodios hasta sus casas, o dejados en algún terminal de autobuses, en caso de residir en otro estado del país.
A Daniel lo dejaron cerca de su casa, con algunos billetes para pagar una camioneta. Asegura que ningún detenido sabía nada. Los que salen, se enteran de la noticia el mismo día y en el momento que les comunican que tienen lista su boleta de excarcelación.
Aunque Andrea contó a Crónica.Uno algunos detalles sobre la llegada de su hijo a casa, prefirió omitir otros por su seguridad. Su mayor temor es que por dar información, Daniel pueda regresar a la cárcel como consecuencia.
(*) Se modificaron los nombres de las fuentes por medidas de protección.
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