En los últimos 50 años, el único presidente de EE. UU., que logró reelegirse pese a registrar durante su mandato tasas anuales de inflación superiores al 4% fue Ronald Reagan. Carter, acusó el 9,9%, George H.W. Bush el 4,3% y fueron barridos al tratar de prorrogar sus respectivas jefaturas de Estado.
Apenas se encargó de la Primera Magistratura de EE. UU., el señor Biden, con el objeto de evitar la recesión que pensó era inminente, aprobó el “Plan de Rescate de Estados Unidos” que incluyó el “Plan de Empleo” y el “Plan para las Familias”. Dichos estímulos totalizaron un billón, novecientos millones de dólares. Más allá de lo erróneas o acertadas, la realidad fue que tales medidas provocaron a lo largo de cuatro años, tasas inflacionarias de hasta el 5,2% por año. El repudio de los electores por tales alzas en los precios, no lo recibió Biden, pero lo sufrió la señora Kamala Harris, como su candidata suplente.
“Es la economía, estúpido» (It´s the economy, stupid). La frase que hizo fortuna de manera espontánea durante la campaña presidencial de Bill Clinton en 1992 contra el ya referido Bush, padre, resume una realidad espesa y concreta: Los votantes, ante todo, privilegian su situación económica.
Al lado de consideraciones sobre la preservación de la identidad nacional o del espacio vital; sobre el presunto índice de criminalidad de los considerados invasores o de los rechazos, por cuestiones de raza, color o de ADN, la inmigracion es, ante todo, un asunto de carácter económico. El trabajador local percibe que el ilegal extranjero, viene a reemplazarlo y que cuando lo hace, envilece el nivel salarial por estar dispuesto a prestar sus servicios por debajo de los mínimos legales. Las estadísticas tampoco jugaron a favor de la administración Biden en materia inmigratoria. Según la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza, CBP, los encuentros de las autoridades fronterizas con ciudadanos no estadounidenses que intentaban ingresar al país de manera ilegal o considerados inadmisibles, ascendieron hasta 371.000, mes por mes, a partir de marzo de 2021. Una cifra astronómica si se considera que en la década anterior, eran entre 40.000 y 80.000 cada 30 días. Para redondear, a la administración Biden se le achaca haber tolerado el ingreso de 10 millones de ilegales a Estados Unidos.
Centrándonos en lo inmigratorio, el entonces candidato Donald J. Trump, se valió, en especifico, de la hipotética operación en territorio de EE. UU., de la banda “Tren de Aragua” de Venezuela, para meterle miedo a sus electores y, con ello, lograr la ansiada reelección.
Sin embargo, la más expansiva, la verdaderamente deletérea, no solo para EE. UU., sino para todo el Continente, no es la banda barriobajera, antes mencionada, sino la banda palaciega de narcotiranos que usurpa el Poder Venezuela. El “Tren del Palacio de Miraflores” para hacernos comprender mejor, porque nunca faltan los desentendidos. En definitiva, que los referidos en último término, no solo crearon, amamantaron y se lucraron con “Tren de Aragua” desde su gestación en la penitenciaría de “Tocorón”, estado Aragua, sino que en el momento en que usted, señoras lectoras, señores lectores, ojean la presente crónica, se está repitiendo el mismo modus operandi con agrupaciones aún más peligrosas. A saber: con el Hezbollah y con el Hamas; con las FARC y el ELN colombianas; con elementos de los Cárteles del Golfo, de Sinaloa o de cualquier otra parte, que pululan por Venezuela como Pedro por casa y que desde el Palacio de Miraflores, son redireccionadas rumbo a Estados Unidos, entre otras naciones hermanas.
¿El señor Trump tiene la férrea voluntad de honrar los compromisos que adquirió durante la más reciente campaña presidencial, ni siquiera con los venezolanos decentes, sino con sus propios votantes?
Entonces, está obligado a contribuir, legalmente y de manera efectiva, con las legítimas fuerzas democráticas venezolanas, encabezadas en este momento por la dirigente María Corina Machado y por el presidente electo, Edmundo González. Es la única forma de sacar de raíz de nuestro continente, semejante ristra de organizaciones del crimen internacional organizado.
No basta con hacer alarde que “todas las opciones están sobre la mesa”, para después, no ejecutar ninguna que sea de veras contundente. Una eventual abstención del, señor Trump, en tal sentido arriesgaría la vida no solo de los ciudadanos de EE. UU., sino la de todos los habitantes decentes desde Alaska hasta Patagonia.
Peor aún, fomentar convenios bobalicones, coludidos, desleales, para liberar delincuentes atroces, cual los llamados Acuerdos de Barbados. Lo había advertido el camarada Pancho Primero, perdón, S.S. Francisco I: entre los dos, había que elegir el menos malo.
Así que, míster Trump, manos a la obra: no es contra el “tren” de ninguna otra parte. El asunto es contra el “Tren de Miraflores”, en específico.
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