La presión del presidente Donald Trump para construir un muro en la frontera habla de un problema que los dirigentes populistas están enfrentando en el mundo occidental.
Después de un año de tropiezos, los dirigentes y los partidos populistas están intentando revitalizar su suerte al renovar esa sensación de crisis en la cual florecen. Pero, al igual que la demanda de Trump de un muro fronterizo —que ha provocado una parálisis de los servicios gubernamentales durante dos semanas— esto puede revelar más la debilidad del populismo que su fortaleza.
Las crisis de la inmigración y el terrorismo, que alimentaron el estremecedor ascenso del populismo en 2016, han disminuido. Los populistas han enfrentado resultados desalentadores en las elecciones de Alemania, Estados Unidos y hasta de Polonia, lo cual echa por tierra la imagen de la inevitabilidad de este movimiento y sus pretensiones de representar la verdadera voluntad del pueblo.
Los dirigentes y los partidos populistas de Occidente se han puesto a la defensiva, recurriendo a mensajes cada vez más drásticos de “nosotros contra ellos”. Esta actitud entusiasma a sus seguidores más fervientes. Pero puede ser arriesgado obligar a los votantes a elegir un bando en un momento en que el encanto de la derecha populista está en descenso.
Cas Mudde, politólogo neerlandés e importante investigador del populismo, ha pronosticado que el ascenso meteórico del movimiento se tornará “moderado” e “irregular” en 2019, y que tendrá más tropiezos por delante.
El populismo está lejos de desaparecer. Mantiene su poder en Estados Unidos, en Italia y en unos cuantos países de Europa oriental, así como en algunas minorías parlamentarias importantes en gran parte de Europa occidental, donde los partidos populistas ahora obtienen tranquilamente uno de cada seis votos.

No obstante, sin una crisis que justifique las políticas de línea dura del populismo, su mensaje ha sido reducido a su elemento más básico: la oposición a los ideales liberales de la pluralidad, la multiculturalidad y la cooperación internacional.
El resultado es una nueva fase en la era del populismo, una que pondrá a prueba como nunca antes el encanto del populismo y el de su adversario ideológico: el liberalismo del sistema de posguerra.
Un año difícil
Esta historia que se desenvuelve en las democracias occidentales, puede describirse mejor mediante el drama —aún en desarrollo—de Trump, la parálisis de los servicios gubernamentales y el muro en la frontera.
Dos años después de ganar la presidencia, no se han materializado las amenazas que supuestamente planteaban el terrorismo y la inmigración en Estados Unidos.
La inmigración ilegal continuó su descenso de diez años. Una serie de ataques terroristas perpetrados por el grupo del Estado Islámico ocurrieron antes de que Trump tomara posesión.
Los estadounidenses perdieron el entusiasmo por las políticas estrictas como el prometido muro de Trump en la frontera con México —el cual va mal en las encuestas—. Los republicanos sufrieron una derrota devastadora en las elecciones intermedias. El mensaje divisionista de Trump, en vez de atraer más votantes, los ha alejado.
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