Republica del Zulia

Julio Portillo: Necesitamos entonces promover el regionalismo como protesta al excesivo centralismo en todos los órdenes. Tenemos que despertar la conciencia política de la provincia.

martes, 24 de enero de 2017

Curas de barrios venezolanos: entre el hambre y el diálogo; por Valentina Oropeza

Enviado a Caracas para ser los ojos y la voz del Papa Francisco en los encuentros de octubre y noviembre, monseñor Claudio María Celli “ha renunciado” a visitar Venezuela en enero, informó el nuncio apostólico, Aldo Giordano, en una carta que envió a Jesús Torrealba, secretario ejecutivo de la opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD).

Entre los facilitadores del Vaticano y la Unión Suramericana de Naciones, Celli fue el vocero encargado de leer ante periodistas los compromisos a los que llegaron las partes en la última reunión, el sábado 12 de noviembre: “combatir toda forma de sabotaje, boicot o agresión a la economía venezolana”, superar “la situación de desacato de la Asamblea Nacional”, defender los derechos de Venezuela sobre la Guayana Esequiba y “reforzar institucionalmente” el diálogo.

Ese sábado el diputado Julio Borges, jefe de la bancada opositora, indicó en su cuenta de Twitter que el Gobierno aceptó abrir un canal humanitario, liberar a “presos políticos” y restituir las competencias de la Asamblea Nacional. Pero el 30 de noviembre la MUD condicionó su presencia en la tercera reunión, prevista para el 6 de diciembre, a que el Ejecutivo cumpliera esas exigencias. La oposición ya había suspendido las manifestaciones, desincorporado a los parlamentarios de Amazonas y postergado la evaluación en el Poder Legislativo a la responsabilidad política del presidente Nicolás Maduro en la crisis. El cronograma de reuniones se deshizo: el 6 de diciembre y el 13 de enero no hubo encuentros entre los representantes del Ejecutivo y la disidencia.

A poco menos de dos kilómetros del palacio presidencial de Miraflores, en el comedor de San Judas Tadeo los voluntarios laicos son indiferentes al estancamiento de las conversaciones. Nunca le dieron crédito. Los sacerdotes, en cambio, confiaron en que llegarían provisiones de alimentos y medicinas a Venezuela para fin de año. Pero ya no queda rastro de aquel entusiasmo en esta cocina donde preparan una “olla solidaria”, iniciativa del clero de Caracas para mitigar el hambre en las comunidades donde laboran. Con el juego político trancado, la resignación gobierna este esfuerzo colectivo por repartir almuerzos en envases hondos de plástico que fueron fabricados para almacenar margarina. Este domingo 15 de enero de 2017, todos comulgan en una misma preocupación: hay hambre en la calle.

Ancianos huesudos y solitarios, mujeres jóvenes con bebés de pecho o niños en edad escolar, que se dan las manos para cruzar las calles sin custodia de adultos, piden comida cada día en las iglesias de La Pastora, Altagracia, San Martín, San Juan, Lídice, San José, San Francisco, Catia, Propatria, Prados de María y El Paraíso. “Padre, tengo dos días sin comer”, es la frase que escuchan una y otra vez los párrocos de barrios pobres y zonas residenciales de clase media venidas a menos en el centro y el oeste de la capital venezolana. “Algunos lloran, otros evitan mirar de frente. Todos se ven avergonzados cuando llegan y desesperados cuando se van con las manos vacías”, comenta un cura con la solemnidad de una confesión.

De la tregua a la reconciliación

En la avenida Sucre de Catia, al oeste de Caracas, un enjambre de motocicletas ruge cuando la luz del semáforo cambia a verde. Cinco mujeres con bolsas de plástico que traslucen paquetes de arroz y harina de maíz precocida cruzan la calle contra cualquier dictamen del sentido común, mientras los motorizados las esquivan con maniobras casi imperceptibles que les regalan unos segundos para dar otro vistazo a las bolsas sin rozar a los peatones. Las aceras están atestadas de compradores en cola para adquirir alimentos a precios regulados.

Los sacerdotes en Catia prefieren no identificarse. Aseguran que la mitad de la feligresía es opositora y la otra mitad chavista, así que no les conviene meterse en política para evitar complicaciones con el trabajo pastoral. Los extranjeros zanjan cualquier intento de conversar sobre el diálogo con una advertencia: “Si me ven hablando contigo, me expulsan del país”.

Aunque confiesa no haber seguido los pormenores del diálogo, un cura de 40 años radicado en esta zona considera imprescindible una tregua entre el Gobierno y la oposición. “Mi única esperanza es que escuchen a la Iglesia para que lleguen a acuerdos concretos, por amor a tanta gente que sufre”. Está convencido de que los fieles no buscan una guía política en la iglesia católica. “Lo que la gente quiere es apoyo en su vida diaria: ‘me mataron a mi hijo; mi mamá está malita’, eso es lo que uno escucha”.

En el barrio El Guarataro, también al oeste de Caracas, otro párroco opina que el Papa fue “ingenuo” al incursionar como facilitador de las conversaciones. “No había condiciones para dialogar. El Gobierno quería comprar tiempo y la oposición no estuvo a la altura del reto. Ellos solo defienden sus propios intereses y no los del pueblo”. En la parroquia solían almacenar una reserva de comida para los más pobres. Ahora los curas y seminaristas se alimentan con dificultades: hasta noviembre recibieron dos bolsas de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (Clap), un programa de repartición de alimentos casa por casa que implementó Maduro en abril pasado para mitigar la escasez. En diciembre llegó solo una, que a duras penas alcanzó para tres días.

Leer mas: http://www.costadelsolfm.net/2017/01/23/curas-de-barrios-venezolanos-entre-el-hambre-y-el-dialogo-por-valentina-oropeza/

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