Republica del Zulia

Julio Portillo: Necesitamos entonces promover el regionalismo como protesta al excesivo centralismo en todos los órdenes. Tenemos que despertar la conciencia política de la provincia.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Thaelman Urgelles: ¿Con qué se come la Desobediencia Ciudadana?

Al publicar hace dos días una contribución a la consulta iniciada por la MUD, ofrecí una continuación que sería publicada al día siguiente, referida a cómo ejecutar el rechazo de las condiciones sin desistir de la solicitud del Revocatorio. Retrasé un par de días su publicación para dar más tiempo de difusión al primer texto. Como en las series modernas de TV, repito las últimas ideas de aquel artículo:

“Sugiero con todo respeto a la MUD que rechace las condiciones decididas por el CNE para recoger el 20% de las voluntades para el RR… No propongo el desistimiento, figura jurídica que significa retirar la solicitud y renunciar a ella, que es lo que buscan estos bribones… La MUD debe rechazar esas condiciones y mantener viva la solicitud, exigiendo condiciones sensatas, posibles y apegadas a la Constitución”.

“Esto nos lleva al terreno de cómo proceder, o como dicen muchos para descalificarla, al campo de “con qué se come la desobediencia ciudadana”.

Llamaremos desobediencia a la acción pública de una porción de los miembros de una sociedad para lograr del poder establecido el reconocimiento o concesión de un derecho o reivindicación, u oponerse a medidas del poder que los afecten, siempre que esa acción trascienda la esfera de la acción puramente jurídica o el plano de la denuncia declarativa. Ella puede ocurrir por causas parciales –ecológicas, laborales, raciales, de derechos humanos, de género, culturales- o por un enfrentamiento global con el poder, en cuyo caso adquiere un carácter político.

A la acción pública de desobediencia se le suele asignar apellidos: civil, cívica, popular. Preferiré llamarla ciudadana, aunque dé igual cómo se la apellide, sólo para matizar un enfoque que difiera de los lugares comunes usados con poco éxito entre nosotros; y para sugerir uno más amplio y menos restringido para ella. Porque no es fácil en estos tiempos venezolanos hablar de la desobediencia, dado el excesivo y a menudo incorrecto manoseo del término o procedimiento, con fines interesados a veces poco transparentes y ante las repetidas descalificaciones que recibe, también simplistas e interesadas.

De un lado, se imagina la desobediencia civil como la mera sucesión de hechos violentos y combates callejeros ejecutados por vanguardias pequeñas en número pero muy determinadas en su accionar, con el objeto de generar graves alteraciones del orden público -preferiblemente con saldos trágicos en represión policial, muertes, lesiones y daños al entorno urbano- para que ello promueva la intervención de la Fuerza Armada como factor decisivo que desbloquee la situación en favor de los promotores de la desobediencia. Este ha sido el concepto más apelado en estos años en Venezuela, con saldo de costosos fracasos.

Y del otro quienes asignan a las acciones desobedientes tan estrictos límites en cuanto a sus consecuencias, para sus ejecutantes y para el Poder, que ellas terminan como juegos florales, merecedores de certificados de urbanidad y buena conducta que ofrecen al adversario una sólida garantía de que nada se saldrá de su curso. En Venezuela se la califica como Bailoterapia, en honor de ciertas actividades que se hicieron en calles y autopistas durante el infortunado Paro Cívico Nacional de 2002-2003, mejor conocido con el nombre que le colocó el régimen (vencedor, en fin, de aquella batalla): Paro Petrolero.

Hay una versión más precisa y correcta de la desobediencia, que tuvo su más conocido exponente en la lucha independentista del pueblo hindú liderado por Gandhi y en el Movimiento de los Derechos Civiles liderado por el Dr. King en los Estados Unidos. Ellas iban desde prácticas de boicot masivo –como las huelgas hindúes de comprar la sal o textiles a los ingleses, o la negativa a usar los autobuses públicos en Montgomery, Alabama-, combinadas con valientes demostraciones de protesta pacífica, en las que los activistas se negaban a usar toda forma de violencia pero se sometían a no pocas vejaciones y agresiones que llegaron hasta la pérdida de sus vidas. Lo mismo se aplicó en la última fase de la lucha de los negros sudafricanos contra el Apartheid, en la que la no violencia era con frecuencia bastante relativa. Otros movimientos históricos apelaron a la Desobediencia Pacífica Activa, como las mujeres sufragistas y numerosas luchas sindicales. Hoy se apela a ella para causas sectoriales como las ambientalistas y las que defienden la libertad de elección sexual; y en el otro extremo de ese arco, los movimientos conservadores opuestos al aborto o el matrimonio en el mismo género.

La validez o inconveniencia de una desobediencia ciudadana depende, como toda acción política, de la concurrencia de varios factores que suelen ser llamados condiciones objetivas. O sea, para que un proceso desobediente tenga éxito debe ser lanzado en un ambiente social propicio; si ese ambiente no está plenamente conformado, con distintas variables y no sólo por una o dos de ellas, sus probabilidades de éxito será casi nulas. Como ocurrió aquí en los intentos de abril 2002, el llamado paro petrolero, febrero-marzo 2004 y #LaSalida 2014.

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