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Julio Portillo: Necesitamos entonces promover el regionalismo como protesta al excesivo centralismo en todos los órdenes. Tenemos que despertar la conciencia política de la provincia.

miércoles, 25 de mayo de 2016

Los venezolanos ya no creen en nadie Por EMILIANA DUARTE

Personas esperan en fila frente a una tienda de comestibles en Puerto Cabello, Venezuela. Credit Meridith Kohut para The New York Times
“Yo no creo en nadie”, es una frase que forma parte del léxico venezolano. Se hizo popular, en parte, por el jefe adolescente de una banda armada que salió en YouTube diciendo eso y agitando sus armas ante una cámara. Murió antes de cumplir los 19 años de edad.

Es algo que siempre habíamos dicho aquí en Venezuela casi en broma, un lema de nuestra alegre indiferencia por la autoridad. Es cierto, no creemos en nadie.

Un video más reciente, también grabado en Venezuela, muestra a un hombre tirado en la calle y retorciéndose de dolor. Tiene el rostro y parte del cuerpo en llamas. Los perros ladran y el tráfico continúa.

Un peatón pasa a su lado, y sigue su camino. “Eso es pa’ que sigas robando”, dice el hombre que graba el video. La víctima es un ladrón. El castigo, impartido por sus pares, es uno de más de 37 casos de linchamiento que se han reportado este año en Venezuela. La gente está tomando la ley en sus propias manos. Tampoco creen en nadie.

Los venezolanos de mi generación, nacidos en los años 80 y 90, fuimos criados creyendo algunas cosas importantes: que somos una nación rica y que teníamos la democracia más estable en América del Sur. Hugo Chávez, presidente desde 1999 hasta su muerte en 2013, hizo que sus seguidores creyeran que su socialismo bolivariano era el camino de la dignidad.

Chávez canalizó miles de millones de dólares provenientes de los ingresos petroleros hacia los pobres, creando —por un tiempo— una ilusión de crecimiento e inclusión. Hace cinco años, ninguno de nosotros hubiera creído que el hambre sería parte del día a día para la mayoría de los venezolanos. Para confirmar que hay hambre me basta mirar por la ventana.

Hay un vendedor de leche que abastece a los restaurantes de mi urbanización. Cuando le sobra algo de leche, estaciona su camión y se la vende a una sombría congregación de vecinos de edad avanzada, quienes comienzan a formar filas antes del amanecer. En estos días, el camión viene con menos frecuencia.

La triste escena termina con los clientes alejándose sin haber podido comprar nada, luego de horas de espera. He aprendido a identificarlos por su solemne retirada y sus lágrimas de rabia.

Hace poco una mujer que trabaja en un salón de belleza cercano decidió unirse a la fila con la esperanza de encontrar leche. De acuerdo con el calendario implantado por el gobierno, su turno para comprar artículos de primera necesidad es cada viernes.

Ha dejado de ir semanalmente a su supermercado local, no solo porque tiene que trabajar los viernes, sino también porque le da miedo ser retenida a punta de pistola por los ladrones que asaltan a los compradores que logran salir con algún producto dentro de sus bolsas. Me contó que lleva meses sin conseguir leche de fórmula para su nieta de 8 meses de edad. Le preocupa la calidad de la leche materna que se le da a su nieta, porque la madre solo se alimenta de pan y sopa de fideos.

Leer mas: http://www.nytimes.com/es/2016/05/24/los-venezolanos-ya-no-creen-en-nadie/

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