Republica del Zulia

Julio Portillo: Necesitamos entonces promover el regionalismo como protesta al excesivo centralismo en todos los órdenes. Tenemos que despertar la conciencia política de la provincia.

sábado, 13 de febrero de 2016

Fernando Mires – ¿POR QUÉ NOS INTERESAN LAS ELECCIONES DE LOS EE UU?

(Este artículo fue publicado por primera vez en Septiembre de 2012; hoy lo publico de nuevo con muy ligeras nodificaciones)

La pregunta del título ha de parecer ociosa porque la respuesta es obvia. EE UU aún en crisis es una potencia económica y militar. De ahí que lo que sucede en los EE UU incide en la suerte del mundo que habitamos.

Sin embargo, no faltan las opiniones que aseguran que en las elecciones norteamericanas es muy poco lo que se decide pues los dos principales partidos se diferencian como la Coca Cola de la Pepsi Cola. El chiste malo es de Fidel Castro y delata la falta de sensibilidad política del anciano déspota. Y es obvio: si para Castro los EE UU son un imperio, da lo mismo quien será el emperador y luego, entre ningún candidato habría diferencias.

Algo más lúcido, Putin sabe que sí hay diferencias. Los jerarcas chinos lo saben todavía mejor e incluso, los autócratas de América Latina añoran los bellos tiempos cuando se lucían insultando (su deporte favorito) a Bush. Espectáculo que no pudieron escenificar en contra de Obama entre otras cosas porque Obama era más popular y respetado que ellos, aún en los países que dicen gobernar.

No obstante, en un punto tenía razón el dictador cubano.

Si bien las diferencias en los temas internos han sido y son enormes (sistema impositivo, subsidios, y hoy las migraciones, la energía, la educación y la salud), en materia de política internacional existió hasta el fin de la Guerra Fría un consenso pactado entre republicanos y demócratas, uno que estaba signado por la existencia del mismo enemigo: la URSS. Sólo después de la desaparición del “enemigo común” han surgido diferencias con relación al “mundo externo”; y ellas han pasado a ser parte del debate electoral.

En todo caso, la visión de los demócratas como palomas y los republicanos como halcones no tiene asidero. ¿Habrá que recordar que la guerra del Vietnam fue iniciada por un demócrata, Kennedy, y terminada por un republicano, Nixon? ¿O que la Guerra Fría comenzó con un demócrata, Truman, y terminada con un republicano, Reagan? ¿O que los bombardeos a Irak los comenzó el demócrata Clinton y los terminó el republicano Bush Sr. al negar el avance a Bagdad?

En breve, no sólo había en los EE UU una política internacional consensuada. Además, los roles entre republicanos y demócratas estaban entrecruzados. Por supuesto había halcones y palomas. Pero las dos aves volaban en cada uno de los partidos, y a veces, sobre la cabeza de las mismas personas. Aún la “paloma” Obama no titubeó cuando llegó la hora de liquidar a Osama Bin Laden: “Mátenlo” – fue la orden escueta del presidente.

No obstante, independientemente a las diferencias entre los dos partidos, las elecciones norteamericanas han sido siempre, y no sólo ahora, seguidas con extraordinario interés desde el extranjero. Por eso es legítimo sospechar que, más que las diferencias, lo que concita interés mundial es el modo como ellas son transferidas a la escena pública. Efectivamente, las elecciones norteamericanas son un espectáculo mundial.

¿Política como espectáculo? En ningún caso. Se trata de algo que suena parecido pero a la vez es muy distinto. Se trata, para decirlo en breve, del espectáculo de la política. ¿Cuál es la diferencia entre la política como espectáculo y el espectáculo de la política? Para explicarme, deberé recurrir a ejemplos.

Sabido es que la mayoría de los dictadores y autócratas hacen de la política un espectáculo. No voy a referirme a los despliegues de fuerzas militares en Corea o Irán. Ni a las masas vestidas con un sólo color frente a las cuales vociferan enloquecidos tiranos. Me refiero solamente a quienes –escondidos en sus cubículos mediales- utilizan los mecanismos del poder para montar escenificaciones que excluyen voces y opiniones contrarias. En suma, se trata de la conversión de la política en una representación unipersonal de acuerdo a la cual “el enemigo” es mencionado, insultado y vilipendiado, pero nunca directamente confrontado.


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