Republica del Zulia

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domingo, 30 de agosto de 2015

El fin del mito de la revolución cubana, por Fernando Mires

Cuando la mitología de una revolución pierde su vigencia ya no hay revolución. Raúl Castro, a diferencias de su hermano, pasará a la historia no como el fundador de un mito sino como quien puso punto final a la vigencia del mito fundacional. A partir de Raúl la revolución que derribó a Batista ha sido convertida en un simple hecho histórico, todo lo importante que se quiera, pero no más que eso
 Cuando la mitología de una revolución ha perdido su vigencia ya no hay revolución. Si hablamos de un mito político suponemos su vigencia, de otro modo el mito no es político. Sin vigencia un mito no deja de ser mito pero deja de ser político para convertirse en una simple leyenda.

La razón es que el mito político no solo está situado en el comienzo ni solo representa un momento fundacional. Además, otorga un sentido a una determinada historia. Debido a esa razón resulta imposible separar un mito de su historia.

Puede haber, claro está, una historia sin un mito. Pero un mito sin historia no puede haber. Un mito fija el destino de una historia. De este modo, si ha desaparecido (o ha sido derrumbado) un mito, cambia el destino de la historia situada sobre ese mito. Y al cambiar su destino, la historia cambia de sentido. Eso es precisamente lo que ha sucedido en Cuba al haber sido reanudadas las relaciones diplomáticas con los EE UU.

Raúl Castro, a diferencias de su hermano, pasará a la historia no como el fundador de un mito sino como quien puso punto final a la vigencia del mito fundacional. A partir de Raúl la revolución que derribó a Batista ha sido convertida en un simple hecho histórico, todo lo importante que se quiera, pero no más que eso.

Paradoja de un mito histórico es su irrealización. Si un mito es realizado deja de ser un mito. Por eso Fidel y los suyos nunca dejaron de hablar de la revolución en tiempo presente. Más de medio siglo después del acto revolucionario, la revolución aún no estaba terminada. Sin seguir a Trotsky, Fidel había abrazado, a su modo, a la doctrina de la revolución permanente.

A partir de su incumplimiento el mito mantenía vigencia y con ello el poder obtenía su legitimación. Ahí reside la lógica de la paradoja: mientras más lejos aparecía en el horizonte el cumplimento de un mito, más grande era su legitimación.

Astucia, instinto o locura, Fidel Castro, al mantener vivo el mito de la revolución antiimperialista cubana, e incluso latinoamericana, había proyectado hacia un futuro indeterminado la legitimidad de su poder. Raúl, en cambio, al aceptar el restablecimiento de relaciones diplomáticas –y, evidentemente, económicas- con EE UU, ha consagrado la imposibilidad de realización del mito y con ello ha disuelto con una simple firma el carisma de la revolución.

El destino, y por lo mismo, el sentido de la revolución, ya no aparecerá en el horizonte. Al haber sido declarada la reconciliación con el enemigo, Raúl Castro ha relegado al mito al lugar que pertenece y de donde no debió nunca haber salido: al pasado. Con el fin del anti-mito (el imperio) ha terminado el mito.

Todo mito requiere de un anti-mito. La revolución antiimperialista requería de un imperio al que había que derrotar hasta las últimas consecuencias. ¿Se habrá dado cuenta Raúl Castro que sin lucha en contra del imperialismo no puede haber antiimperialismo y que sin antiimperialismo no puede haber una revolución cubana en permanencia?

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