Ciertamente, hay claros signos de preocupación como éstos: en Europa los rendimientos de los bonos a 10 años de Italia y España superaron el 6%. Como se sabe, en la medida que el rendimiento sube los bonos pierden valor. En EEUU, una de las agencias calificadoras más grandes degradó su crédito. Alrededor del mundo, los mercados de valores se tambalearon y cayeron tan bajo como en 2008. Las acciones bancarias fueron golpeadas duramente, un signo de tensión y angustia en el sistema financiero, y se acudió al llamado de los bancos centrales, para su disgusto.
El Banco Central Europeo (BCE) dio a conocer que apoyaría a España y a Italia comprándoles más bonos, la Fed anunció que mantendría tasas de interés cercanas a cero al menos hasta mediados de 2013, y sugirió que podría tomar otras medidas para apoyar la economía de EEUU. Como resultado, las economías afectadas reaccionaron positivamente, y las bolsas se estabilizaron, aunque no disiparon el pesimismo. Este pesimismo está anclado en los datos económicos, particularmente en EEUU, donde se prevé una lenta recuperación. Pero también existe el espectro del riesgo político, ya que en el Congreso de EEUU y en la Eurozona, los políticos mostraron incapacidad para enfrentar los problemas; más bien los han agravado. Esto puede hacer que los Bancos Centrales apenas ofrezcan algunos paliativos.
Las caídas de la bolsa ciertamente no inspiran confianza, pero no hay razones para entrar en pánico. La economía de EEUU creó en julio 117 mil nuevos empleos y muestra signos de vida. En Europa la situación es más difícil, ya que la unión monetaria y económica tropieza con los nacionalismos ancestrales. La raíz del problema a ambos lados del Atlántico es sencilla: demasiada deuda, y muy poca voluntad política para tratar sus consecuencias. Esto apunta hacia donde realmente yace el peligro. En efecto, si los grandes líderes políticos de Europa y EEUU lograsen coordinar sus acciones de una manera clara, y con compromisos ciertos y transparentes, se generarían expectativas positivas entre los inversionistas, los consumidores y el público en general. Esto ha sido comprobado históricamente.
Desde inicios del siglo XX, teóricos como Rosa Luxemburgo, Henryk Grossmann, Otto Bauer y otros profetizaron el derrumbe del capitalismo, y la izquierda radical creyó que en la Gran Depresión de los años 30 se cumplía la profecía. Fracasaron rotundamente: el sistema se recuperó gracias a Roosevelt y Keynes. Hoy en día se habla de la "solución keynesiana" de nuevo.
Pero esto no es suficiente.
Se requieren muy importantes reformas en el sistema financiero mundial.
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