La primera necesidad del país es la de reconciliarnos entre nosotros.
Ciertamente tener un empleo, buenos servicios públicos o caminar la ciudad sin el riesgo a morir forman parte de una línea de subsistencia. Pero dialogar y entenderse, dar y disfrutar del reconocimiento, ejercer la solidaridad, expresar sin temor lo que se piensa, elaborar un diverso sentido de pertenencia son sustancias que dan calidad a la vida.
No es casualidad que la conversación de la calle esté abandonando el tono fanático y abriéndole espacio a quienes piensan distinto. En la base de la sociedad, entre las personas de autobús, la pugnacidad inducida está cediendo a la percepción de los problemas comunes y a las evidencias de que es mejor actuar concertadamente.
Socialmente está emergiendo una tendencia hacia la unidad. La gente está comprendiendo que no saldrá del empozamiento si continúa socialmente fileteada, desgarrada espiritualmente, entrabada por emociones destructivas y apresada en un mecanismo de hegemonía excluyente donde una parte se afana por despojar de sus derechos a las demás. La política retro nos está conduciendo a socializar el egoísmo, la hostilidad, el codazo contra el otro.
Rechazar este rumbo supone sentar otras bases cívicas para rehacer integralmente el edificio nacional.
El gran desafío está en conectarnos con un nuevo ideal de país que asegure una sociedad con acceso al ejercicio de los derechos; acción efectiva para combatir la pobreza; interés en reducir las desigualdades y la suficiente inteligencia colectiva para la segunda transición, aquella que nos posibilite avanzar hacia una sociedad de primer mundo.
Especialmente las nuevas generaciones necesitan respirar la atracción del futuro.
La unidad es un medio, un objetivo y una emoción. Es la llave para superar la dispersión de fuerzas, para aceptar los aportes plurales y sustituir la lógica del enfrentamiento insano por la cultura convivencial. Lograrlo puede ser un problema. Pero será una solución si desde los partidos superamos el gusto autorreferencial y nos empeñamos en compartir la unidad como una esperanza expansiva para poner fin a este anacrónico ciclo de imitación ideológica.
Hay que llegar a ser el país que verdaderamente somos.
Tal Cual digital
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