Tal vez pocos lo conozcan. Fue autor deLa Confesión. Un relato sobre cómo un probado militante, combatiente de las Brigadas Internacionales en España y luego en la Resistencia francesa, acabó en la cárcel, torturado por el régimen "socialista" que había ayudado a instaurar y achacándose delitos que no había cometido.
Su ideología, el opio del poder comunista, no le permitió verse como víctima de un engranaje militar y policial. Su fe ciega en la revolución lo aferró a la esperanza de que la confusión sería advertida por el Partido y que esclarecido el error saldría en libertad junto con los otros trece acusados en aquel bochornoso proceso de Praga de 1952. Arthur London pudo contar su verdad años después, pero once de los entonces enjuiciados fueron ahorcados.
El relato es también una crónica sobre cómo un proceso, con propósitos inicialmente revolucionarios, termina traicionando sus expectativas, negando sus objetivos originales y devorándose a sí misma. Un cambio de naturaleza que Jean Ellestein analiza en su obra El fenómeno estaliniano.
Según Ellestein la descomposición, que comienza con "vacilación y lentitud", va entretejiendo un conjunto de factores, con aparente independencia entre ellos, hasta que su concurrencia configura y estabiliza las condiciones para la aparición de esa otra modalidad del fascismo que es el estalinismo.
El primer signo de la corroción del proyecto revolucionario es, según sus palabras: "la deformación burocrática que se manifiesta en la impotencia para resolver los problemas económicos concretos y en la existencia de un cuerpo de funcionarios que actúan prescindiendo de las masas y con un nivel de vida muy elevado". Luego se agrega la indiferencia por los principios de legalidad revolucionaria, la existencia de un partido único con ausencia de debates abiertos, las restricciones a la democracia y el ejercicio dictatorial del poder. La tapa del frasco es el culto, patrióticoreligioso, al líder. En nuestro caso, la experiencia revolucionaria no es una ilusión ideológica sino un fraude político. La descomunal corrupción administrativa ocurrida sólo con Pudreval es signo de la incorregible corrupción de todo el proceso. No hay proyecto de sociedad sino un plan para perpetuar a un hombre y a una cepa burocrática en el poder.
Pero aún pueden recuperarse las exigencias de justicia con libertad. La elección de otra Asamblea Nacional frenará el uso inadecuado e ilimitado del mando; proporcionará una instancia de control, investigación, debate y adopción de medidas legislativas para afrontar la solución de los problemas. Nos dará un equilibrio para la nueva convivencia.
Tal Cual digital
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