El País (España) |
Es una lástima que mientras Venezuela se cae a pedazos, la economía está vuelta añicos, las bandas de malandros matan por doquier, los alimentos se pudren en los puertos y la justicia está corrompida hasta los tuétanos, el alto Gobierno se dedica a estos rituales que parecen más bien de santería y no de investigación histórica. Nada le agregan, además, a la inmensa gloria de Simón Bolívar, un héroe que se merece la tranquilidad y el respeto de todos los ciudadanos a los cuales dio la libertad.
Los venezolanos, y en general, los ciudadanos de los países bolivarianos, ven con indignación lo que se está haciendo ahora en Caracas con fines inconfesables. Porque hay que estar claro que lo que el Gobierno esgrime como excusa (comprobar el supuesto asesinato de Bolívar en Santa Marta) no resiste el más mínimo de los análisis, ni desde el punto de vista histórico ni desde el lado estrictamente médico.
Si surgiera algún indicio diferente (que no surgirá a menos que lo inventen dentro del guión oficial) poco o nada pesará en la abrumadora cantidad de pruebas, estudiadas desde hace más de ciento cincuenta años, que indican y señalan con pocos resquicios para la duda, la causa de la muerte del Libertador.
No queda pues sino preguntarse que hay detrás de toda esta quincalla propagandística que se pretende montar con los escasos restos de nuestra máxima figura histórica, y de qué manera un sector político y militar del país, no el más adecuado moral y éticamente como ha quedado comprobado por el escándalo de Pdval, intenta sacarle provecho a una figura tan respetada y digna como la de Bolívar.
Recordemos que el Libertador jamás robó dinero de las arcas públicas, que nunca cobró comisiones ni permitió que su familia se enriqueciera desde el poder como ocurre ahora, que llegó rico a la guerra y salió pobre, que se alistó para las batallas siendo joven y fuerte y terminó flaquísimo y sin aliento, no como hoy que los jefes llegaron flacos y luego de once años en el mando lucen rollizos y bien maiceados. Además, Bolívar nunca amenazó a Colombia, a Ecuador ni Perú o Bolivia con la guerra porque era un hombre cuyos principios iban más allá de la destrucción y el odio.
Mientras jurungaban los restos del Libertador, al Presidente se le vinieron estos pensamientos: "Cristo mío, viendo aquellos huesos, pensé en ti. Y cómo hubiese querido que llegaras y ordenaras como a Lázaro: ¡Levántate, Simón!". Casi seguro que, si se levanta, sale corriendo.
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