fantasma de la caverna mediática de la derecha y se tomó un descanso.
Así lleva décadas en el sueño de la hibernación. Tanto da que le hayan
pasado desapercibidas la globalización, la demolición del muro de
Berlín, la evaporación de las políticas redistributivas, los países
emergentes o figuras de tanto trasfondo como Barack Obama. Con la
llegada de Rodríguez Zapatero al poder, la izquierda mediática
recuperó cierto «hardware», pero sigue sobreviviendo en precario, sin
el aliento imprescindible del «software». Inmovilizados con todo el
equipaje en los andenes de la estación Gramsci, los intelectuales
orgánicos han visto pasar muchos trenes con destinos que le son ajenos
y remotos: meritocracia educativa, sociedad del conocimiento, valores
frente a relativismo, vinculación, ciberespacio, cultura digital. Ya
ni recuerdan cuando circuló sin pararse el tren que llevaba a Sillicon
Valley.
Al final, la izquierda mediática de siempre tuvo que pactar con la
izquierda de la farándula y ha pagado esa complicidad con creces,
perdiendo calado reflexivo, utillaje intelectual y proyección de
futuro. Preserva su hegemonía en el humus post-ideológico, pero de
modo decreciente, sin mucha autoestima, avergonzada por esos extraños
compañeros de viaje que viven de la simplificación, de la pose y el
estrago. Esa alianza fue un error que tuvo que sellarse como aquellos
matrimonios a la fuerza que luego ni tan siquiera llegan a consumarse.
Cuando debieran estar pensando en la metamorfosis del Estado de
bienestar se ven implicados en las farsas tragicómicas de Hugo Chávez,
cuando tenían la oportunidad de pensar Europa se dedican al
antiamericanismo primario, cuando se les esperaba para entender el
presente de Brasil se dedican a caricaturizar el pasado de Israel. Es
equivocarse sistemáticamente de hora y lugar. Es tal vez lo último que
queda de un pensar que pretendía ser sistemático, omnímodo, absoluto.
Es por eso que, en lugar de despedirse de todo fleco ideológico y
asumir una experiencia de la Historia, se quedan en la apariencia
mediática y en el despojo de una izquierda atávica. Y así va todo, en
el empeño por poblar de sombras una caverna mediática de la derecha
que ya lleva un tiempo prácticamente vacía, sólo con vestigios y posos
de algo ido. Queda únicamente un mínimo retén de guerreros ajados y
castizos.
Repensar la acción política de nuestro tiempo requiere de mucha
claridad y alta definición, de dosis generosas de megapíxeles. Como
son los demócratas de Obama o la reconversión en marcha de la
socialdemocracia en Europa, se perfilan actitudes en disposición de
dotar al centro-izquierda de más megapíxeles y de un «sofware» más
fluido y resolutivo. En lo mismo está el centro-derecha, por completo
libre de las penumbras de la caverna mediática, presente en muchos
puentes de mando de la Unión Europea, pertrechándose de nuevas ideas
en sus «think tanks», a la espera de una reorientación del partido
republicano que llegó al poder con Lincoln.
¿Derecha mediática igual a caverna? Espantajo inútil y obsoleto para
niños que han sabido convivir con ET, para los nuevos ciudadanos que
franquean todos los días la frontera de la interconexión, creen en el
fundamento familiar, acceden naturalmente a los lenguajes de la
moderación, comprenden que si hay más ricos no quiere decir que haya
más pobres, entienden que el libre comercio libera energías, y saben
mucho más de «software» que los socialistas de cátedra.
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