Estamos a las puertas de recordar, celebrar y actualizar la experiencia eclesial más rica de la iglesia en Venezuela, me atrevo a decir, en toda su historia. La Conferencia Episcopal ha tenido una larga vida de siglo y medio de reuniones en las que los documentos finales son la mejor expresión de las inquietudes del episcopado compartidas con las instancias eclesiales y con la sociedad toda. En el marco que nos acercaba al fin del milenio y los quinientos años del comienzo de la presencia hispana en nuestro territorio, surgió la iniciativa de reflexionar sobre nuestra realidad eclesial tal como lo había sugerido el Papa Juan Pablo II con ocasión del año 2000. El promotor e impulsor de este proyecto fue capitaneado por Mons. Ramón Ovidio Pérez Morales durante su presidencia al frente de la Conferencia Episcopal. Tuve la dicha de acompañarlo muy de cerca pues me correspondió ser vicepresidente en ese trienio. Corría el año de 1996.
Un primer sondeo nos llevó a buscar las experiencias sinodales de las iglesias particulares del mundo después del Concilio Vaticano II. Sínodos, concilios diocesanos, provinciales o nacionales, asambleas pastorales, buscando ver su metodología, realización y resultados. A la vez visitamos diversas conferencias episcopales europeas (España y Alemania), y varias instancias vaticanas, incluida la opinión del Papa para oír pareceres y tomar decisiones. De allí volvimos y se le presentó a la asamblea de obispos la propuesta de lanzarnos a la aventura de un concilio plenario nacional. En el pasado no teníamos otra experiencia que el sínodo caraqueño del siglo XVII y algunos sínodos diocesanos que se realizaron antes del Concilio Vaticano II en diócesis venezolanas. Si se recurre a la revista Iglesia Venezuela y las publicaciones del propio Concilio Plenario se puede tener una visión más completa de este acontecimiento.
A la fase preparatoria siguió la realización en varias convocatorias entre el 2000 y el 2006. La originalidad y el éxito es que se trató con gran amplitud de miras de que participaran todas las instancias eclesiales sin distinción, obispos, sacerdotes diocesanos y religiosos, vida consagrada y laicos tanto los pertenecientes a movimientos o asociaciones de corte cristiano como algunas personas representativas del espectro social, cultural y ecuménico del país. El clima fue siempre muy fraterno, respetuoso y nos escuchamos sin estridencias todos los participantes. Se buscó dar respuesta a la crisis social del país, en un abanico de Iglesia en salida, con espíritu comunitario y evangelizador, dejándonos guiar por la acción del Espíritu Santo en los 500 años de la presencia cristiana en Venezuela y el jubileo del 2000. Se puede decir, sin ínfulas de vanidad, que aprendimos a caminar juntos, en salida, en espíritu sinodal, conceptos que todavía no estaban desarrollados ampliamente en el argot eclesial.
El Concilio Plenario Venezolano: La emergencia de un modo de proceder sinodal en la Iglesia del tercer milenio
El resultado final quedó plasmado en 16 documentos redactados en equipo y aprobados finalmente por el cuerpo episcopal. Al año siguiente, a nivel continental, tuvo lugar la quinta conferencia general del episcopado latinoamericano y del Caribe, de donde salió el documento conocido como “Aparecida” muy en consonancia con lo que habíamos aprobado el año anterior.
En cada uno de los documentos se siguió la metodología de ver-juzgar-actuar culminando cada uno de ellos con una serie de desafíos y propuestas a ser cumplidas en el futuro inmediato. Es un arsenal de consideraciones de gran actualidad que requieren como es lógico adaptarlo o mejor completarlo con el rico devenir eclesial universal en los pontificados de Benedicto XVI y de Francisco. Si bien es cierto que la realidad social ha sufrido cambios importantes la dirección del ver fue lo suficientemente amplia para avizorar el proceso socio-político iniciado en el presente siglo en nuestra patria.
Hacer memoria de este acontecimiento eclesial no puede quedarse en una simple conmemoración. Es necesario retomar sus aciertos, acentuar muchos de sus puntos y corregir, mejor puntualizar las acciones y desafíos con la riqueza de la actualización del legado del Concilio Vaticano II, las conferencias generales del episcopado latinoamericano y los acentos del magisterio universal sobre todo a partir del Papa Francisco. Coincide nuestro aniversario con el aniversario de la exhortación apostólica postsinodal Evangelii Nuntiandi (1975) del Papa Pablo VI, la joya de la evangelización postconciliar.
La crisis que vivimos, cambio de época, retos del milenio y la lacerante realidad nacional es ocasión obligada para una reflexión seria y profunda para que la presencia eclesial en medio de la situación que vivimos sea una luz, una esperanza para todo nuestro pueblo. El próximo año debe ser prioridad de nuestra Iglesia organizar diversas iniciativas para que seamos semillas de bien para que la vocación de seguimiento a Jesús y la incidencia en el hoy de nuestra sociedad ayude a la superación del marasmo en el que nos encontramos. El Concilio Plenario de Venezuela es una mina inagotable para dar razón de nuestra fe.

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