Republica del Zulia

Julio Portillo: Necesitamos entonces promover el regionalismo como protesta al excesivo centralismo en todos los órdenes. Tenemos que despertar la conciencia política de la provincia.

10.12.25

Ana Julia Jatar: Venezuela no se parece a nada



Quienes en Estados Unidos o en el resto del mundo intentan leer lo que sucede hoy en las costas de Venezuela con el lente de otras guerras, se equivocan. Venezuela a pesar de haber sufrido más de 25 años de autoritarismo, dictadura, humillación y corrupción, sigue siendo un país con memoria democrática, con instituciones heridas, pero no extinguidas, y con un pueblo que el 28 de julio de 2024 decidió, contra todo pronóstico, sacar a un régimen autoritario por la puerta grande de la soberanía: El voto.

Durante décadas, los venezolanos crecimos pensando que la democracia era un derecho adquirido y no el tesoro frágil que es. Generaciones completas votaron sin miedo, protestaron y criticaron al gobierno de turno desde todas las tribunas que ofrecía la democracia: desde los medios de comunicación hasta las aulas universitarias. El pueblo venezolano tiene el espíritu democrático en su ADN, por eso ha demostrado ser resiliente y combativo contra dictaduras. Ese espíritu, a pesar de las persecuciones, los centenares de presos políticos y las torturas, no desapareció con Hugo Chávez ni con Nicolás Maduro. Solo fue arrinconado.

Y es que desde ese rincón oscuro de la represión se levantaron y salieron a votar millones de venezolanos el 28 de Julio del año pasado. Con un Consejo Nacional Electoral controlado por el gobierno, con periodistas perseguidos, candidatos inhabilitados, 1000 presos políticos, medios de comunicación cerrados o controlados, y una migración masiva que dejó a casi un tercio del país excluido o sin acceso al padrón electoral, la oposición apareció en la boleta, casi desnuda, en desventaja total, con la esperanza y el miedo mezclados en la misma urna… Y aun así ganó con el 70% de los votos.

Ningún país en el mundo puede decir que un cambio de régimen votado y con esas condiciones es “típico” o “comparable” a Afganistán, Irak o Libia. En esos casos, el cambio fue decidido desde afuera, impuesto por otro país por las razones que fuesen, pero impuesto. En Venezuela ocurrió lo contrario: fue decidido desde adentro.

El régimen de Nicolás Maduro se va, y no porque otra nación quiera imponer un gobierno amigo. Su caída ocurre porque ya perdió el mandato popular, y se aferra al poder sin legitimidad. El mundo no está presenciando una intervención para cambiar un gobierno: está presenciando una intervención para obligar al régimen a aceptar una derrota que los venezolanos ya le dieron.

Quienes hoy ven en las maniobras militares en el Caribe una “intervención” para generar un regime change en Venezuela, desconocen que no se está construyendo un futuro nuevo: se está protegiendo uno que ya se decidió. La presión internacional que rodea a Maduro no es un proyecto imperial; es el uso legítimo de una fuerza coercitiva para garantizar que la soberanía popular no sea rehén de un grupo que se beneficia del narcotráfico, el terrorismo, la represión y el hambre.

La democracia venezolana, mutilada pero viva, no necesita salvadores extranjeros. Necesita aliados que entiendan que esta historia no se escribe con invasiones, sino con respeto a la voz de un pueblo que no se dejó humillar y decidió ser libre.

Y eso, en un mundo acostumbrado a la violencia como método de cambio político, no se parece a nada.

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