Todo cambio verdadero nace de la verdad. No de la verdad convertida en consigna, sino de la verdad asumida como un acto de reconstrucción moral. Durante años, Venezuela ha vivido bajo el peso de la mentira, del miedo y de la manipulación sistemática. Se intentó borrar la memoria, confundir al ciudadano y sustituir los hechos por relatos interesados. Pero un país no puede renacer si no se atreve a mirarse de frente.
La transición democrática que anhelamos solo será posible si recuperamos la palabra honesta, si volvemos a confiar en los datos, en las instituciones y en la educación. Decir la verdad —aunque duela— es el primer gesto de libertad. Porque sin verdad no hay justicia, y sin justicia no hay futuro.
Reconstruir la nación no será únicamente una tarea política; será, ante todo, una tarea moral y cultural. Significa devolverle valor al conocimiento, respeto al maestro, credibilidad a la prensa libre y sentido al debate público. Significa entender que la discrepancia no destruye, sino que fortalece.
Solo desde la verdad podremos reconciliarnos con nosotros mismos y volver a imaginar un futuro común.
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