El 28 de julio de 2024, el pueblo venezolano logró un triunfo contundente sobre la dictadura, eligiendo a Edmundo González Urrutia como presidente de la República para el período 2025-31, con el 67% de los votos emitidos. Nicolás Maduro, conforme a lo certificado en el 85% de las actas oficiales de mesa que pudieron ser publicadas, obtuvo sólo un 30%. Este resultado, conocido por todo el mundo, refrendado por los sobres Nº 1 entregados a los oficiales del Plan República en cada mesa y avalado por observadores internacionales como el Centro Carter, no tiene vuelta atrás. Marca un hito decisivo en la lucha del pueblo venezolano por expresar su voluntad de cambio. Y tal voluntad fundamenta nuestro régimen republicano. Es aún más avasalladora si se toma en cuenta que millones de compatriotas en el extranjero y centenares de miles de nuevos votantes no los dejaron inscribirse en el registro electoral. ¿Acaso hay dudas respecto a la orientación que hubiera tenido su voto?
Las elecciones presidenciales fueron una concesión del régimen militar / civil corrupto. Abrumado por el fracaso sostenido de la conducción económica de Maduro, aislado internacionalmente, sin acceso a fuentes de financiamiento externo y acosado por sanciones en su contra por violar derechos humanos, lavar dinero y/o traficar drogas, accedió a permitirlas, buscando un mínimo de legitimidad como respiradero. Valido de todas las artimañas que aprendió mientras infringía la constitución que, se supone, enmarcaría su acción de gobierno, Maduro confiaba en que saldría airoso. Con todo el poder del Estado a su disposición, inhabilitó la candidatura de María Corina Machado, de Corina Yoris y otras, impuso un blackout informativo sobre la campaña opositora, intimidó, acosó y despojó a quienes la apoyaban, prohibió abordar vuelos nacionales para que se movilizara, impidió la circulación por tierra donde pudo e hizo de la maquinaria gubernamental su “comando de campaña”. ¿Qué peligro podría representar la candidatura de un diplomático de bajo perfil político, Edmundo González Urrutia?
Pero como suele ocurrir con los autócratas, su soberbia y prepotencia lo cegaron. No se percató de dos factores claves de la realidad política venezolana actual: 1) el hastío inaguantable del pueblo ante la incompetencia, corrupción, engaño y traición de su (des)gobierno; y 2) el tesón, coraje e ingenio del liderazgo de María Corina Machado y de quienes la acompañan. La campaña electoral de EGU, con todas las trampas que le pusieron, ofreció la ocasión para conjugar ambas, muy fructuosamente. Los comanditos organizados por centro, la voluntad de la gente de velar porque fuesen contados sus votos correctamente, los miles de testigos y de personal de apoyo, la colaboración de centenares de militares del Plan República, el dispositivo de recolección de actas, su resguardo y reproducción oportuna, le propinaron un revés decisivo a la dictadura. No quedó duda de que todo lo que representa Maduro fue derrotado políticamente. Pública y notoriamente, el pueblo quiere que se vaya.
La respuesta de Maduro fue de libreto. Ya lo reiteraba el capitán Cabello: “ni por las malas ni por las buenas…” Cerró, violentamente, todo juego político. Apoyándose en otro delincuente, Alvis Amoroso, confiscó groseramente la voluntad popular. Ante los ojos del mundo y con la mayor torpeza, se arrogó el triunfo, inventando cifras, sin respaldo alguno, que ni siquiera cuadraban. Todavía hoy, lo que queda del CNE no ha colocado el registro pormenorizado de éstos (tampoco de otros) resultados en su página web. “Boto tierrita y no juego más”. La lucha política, muy desigual por el abuso de los recursos públicos, la censura de medios y la violación de garantías fue sustituida por la guerra abierta. Al haber sido derrotado de forma tan aplastante por los venezolanos, Maduro abandonó toda pretensión de legitimarse. Autoritariamente, decidió liquidar la expresión política genuina de la población.
La guerra, huelga tener que decirlo, la libran militares por medio de la violencia. La que nos declararon Maduro y sus cómplices es una guerra trágicamente desbalanceada, pues carecemos de medios de violencia. Pero somos una mayoría aplastante. Sabiendo eso, el núcleo fascista hace lo posible para que no se active políticamente. Desata un terrorismo de Estado, apresando, al azar, figuras conocidas de oposición con las acusaciones más absurdas. Para ello, otro delincuente del grupo (¡es que son muchos!), Tarek “Torquemada” Saab, usa su fértil imaginación para inventar cargos (se estila de poeta). Y, para profundizar el terror, Maduro promueve a altos cargos a esbirros y torturadores como Hernández Lárez y Granko Arteaga, bajo la mirada cómplice de Padrino López.
Lo que queda de la “revolución” bolivariana confiesa, así, que no tiene nada que ofrecerle al pueblo. No es menester decirlo de nuevo --porque de eso están conscientes los venezolanos--, pero la destrucción de la economía, la miseria, el colapso de los servicios, la falta de libertades y la represión son el sello distintivo del grupo criminal que se apoderó del Estado. Y sus integrantes no van a cambiar ni a enmendar sus conductas, pues la devastación de Venezuela es consecuencia inevitable del régimen de expoliación sobre el cual descansan las alianzas que les dan sustento.
Pero, a diferencia del militarismo clásico latinoamericano que se ufanaba de defender los valores patrios ante la subversión, la oligarquía venezolana busca rellenar su inopia política convocando elecciones mal organizadas, sin garantía ni transparencia –las regionales y ahora, municipales—e inventando proyectos aéreos, sin importarle que éstos no tengan credibilidad ni factibilidad alguna.
Pude descargar un pretendido “Plan de la Patria 7T Las Grandes Transformaciones” (¿?) de 277 páginas. ¿Para qué escribir semejante adefesio? ¿A quién se le ocurrió? La bancarrota de lo ahí propuesto se adivina con ver la portada. Calcando a los soviéticos, quienes colocaban al comienzo de sus publicaciones la secuencia de rostros en perfil, asomándose uno detrás del otro, de los sumos pontífices del comunismo --Carlos Marx, Federico Engels, Vladimir Lenin y José Stalin--, este ladrillo coloca, primero a Simón Bolívar, luego a Hugo Chávez y, al final, también con pose visionaria, ¡a Nicolás Maduro, por Dios! ¡Al mayor responsable de la catástrofe nacional, a quien retrotrajo a Venezuela al siglo XIX, al campeón del fracaso! Encima, la consigna es: “Rumbo al futuro” (¡!)
En la misma onda, los maduristas amenazan con aprobar una nueva constitución. ¿Para qué? Si tienen años haciendo lo que les da la gana con la actual, usándola, incluso, de papel higiénico. Maduro se hizo aprobar, en abril, un decreto de Emergencia Económica. ¿Para qué? Dispone de un Consejo Nacional de Economía Productiva, de Zonas Económicas Especiales y de una “ley antibloqueo”. ¿Qué ha hecho con ellos? Se rasga las vestiduras contra las sanciones y ahora Trump le reanuda la licencia a Chevron para extraer crudo venezolano. ¿Cambia algo? Como el agujero negro de la corrupción sigue fagocitando cualquier excedente, Maduro saca de la chistera cifras inventadas –como las de su “triunfo” electoral-- sobre la “recuperación” de la economía. Porque cifras oficiales, del BCV, no hay. Y para que nadie más informe, intimida a economistas influyentes y reprime páginas web.
Como siempre, el fascismo se refugia en su burbuja ideológica, hecha con consignas cada vez más desgastadas, inventos y elucubraciones, porque no tiene nada cierto que ofrecerle al pueblo venezolano. Acusa al Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU, Volcker Türk, de ser agente imperialista porque denunció, en su último informe, la represión en el país. Jorge, El Furibundo, compara a Bukele con Hitler: ¡cachicamo diciéndole a morrocoy conchúo! Y prosiguen con la cacería de rehenes, única política que les produce frutos, pues se los pueden canjear a Trump por favores.
Mientras Maduro siga usurpando el poder, Venezuela continuará, irremisiblemente, al foso. Su récord histórico no apunta a otra cosa. Está en la naturaleza del régimen expoliador que lo alimenta a él y a sus cómplices. Lo que no deja de sorprender es que, más allá de las mafias que se enriquecen con la depredación del país, quienes ya intuyen que deben abandonar el barco, no terminan de hacerlo. Saben, porque lo viven por dentro, que ninguna de las ocurrencias de Maduro tiene vida, incluso con la vuelta de Chevron. Además, la calificación del Cartel de los Soles como banda terrorista, coloca a las más altas esferas de la dictadura bajo la mira de los aparatos de seguridad gringos. ¡Qué broma la del “Pollo”! Cada día se les estrecha más el cerco. ¿Cómo no buscar salidas?
Pero lo que más perjudica a la claque fascista es saber que, definitivamente, el pueblo venezolano los abandonó. Y está dispuesto a cobrar su incontestable triunfo electoral. No se trata de si Maduro va a salir o no. Se trata de cuándo. Porque, de lo contrario, la situación no hará sino empeorar. Y ya está a punto de reventar. No hay más opción que negociar las condiciones que permitan a Edmundo González Urrutia asumir la presidencia, con el menor costo posible. Con apoyo de la inmensa mayoría de los venezolanos, dentro y fuera del país, armado de un programa de recuperación ambicioso, que restablezca las garantías y otorgue confianza, con apoyo internacional y un generoso financiamiento para la reforma del Estado, el rescate de los servicios públicos y para atender la emergencia humanitaria compleja, es un crimen que siga usurpando el poder el Gran Perdedor, Nicolás Maduro.
Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela
No hay comentarios.:
Publicar un comentario