Corría el año 1830 y Venezuela, recién separada del sueño bolivariano de Colombia la Grande, intentaba dar sus primeros pasos como república independiente. Atrás quedaban los días de la Convención de Ocaña, aquel encuentro fallido que, lejos de unir, terminó por fracturar definitivamente los ideales de Bolívar y Santander. El centralismo bogotano y el federalismo neogranadino se enfrentaron con tal intensidad que la ruptura fue inevitable.
En medio de ese clima de tensión y resentimiento, el Congreso Constituyente de Venezuela se reunió en Valencia. Allí, entre debates y esperanzas, se gestó un gesto de reconciliación: el Decreto del 26 de junio de 1830. Un documento que buscaba cerrar heridas, devolver derechos y liberar a quienes habían sido perseguidos por sus ideas políticas durante los convulsos años posteriores a Ocaña.
El decreto, breve pero contundente, ordenaba la liberación inmediata de todos los presos políticos en territorio venezolano, así como el retorno de los exiliados. Se les restituían sus derechos, se les abría nuevamente la puerta de la patria. Era un acto de benevolencia, sí, pero también de pragmatismo. José Antonio Páez, líder de la nueva nación, sabía que gobernar requería apaciguar las aguas revueltas.
Sin embargo, la historia no se detiene por decretos. Muchos de los perdonados, junto con sus antiguos aliados, volverían a escena como protagonistas de nuevas revueltas, guerrillas y montoneras. El perdón no siempre trae paz, y la Venezuela que Páez intentaba construir se vería envuelta en décadas de inestabilidad.
Aun así, el decreto fue refrendado el 25 de junio por Andrés Narvarte, presidente del Congreso, y los secretarios Manuel Muñoz y Rafael Acevedo. Fue enviado a Páez, no solo como jefe del ejército, sino como símbolo de autoridad que debía hacer cumplir aquella decisión. Se ordenó su publicación por la imprenta, como testimonio de una república que, aunque herida, deseaba sanar.
Así comenzó una nueva etapa. No libre de conflictos, pero sí marcada por el intento de reconciliación. Porque toda república, siempre necesita mirar hacia adelante, aunque el pasado haya sido cruento.

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