Pedro Benítez (ALN).- En política el adversario no solo es un competidor, también define el campo propio. Este es el supuesto bajo el cual el mandatario chileno Gabriel Boric convocó la reunión efectuada este pasado lunes 21 de julio en el Palacio de la Moneda de Santiago de Chile, en la cual participaron sus colegas de Brasil, Luis Ignacio Lula da Silva; de Colombia, Gustavo Petro; de Uruguay, Yamandú Orsi; y de España, Pedro Sánchez. Como se podrá apreciar el encuentro reunió a lo más granado, y también más moderado, del autodenominado progresismo iberoamericano. El lema de la cita, “defender la democracia”, no fue para nada casual, y en sí mismo es una inteligente declaración de intenciones.
El manifiesto desprecio que por las formas de la democracia caracteriza a la nueva derecha populista o identitaria, que tiene como su faro y guía al presidente Donald Trump, le ha otorgado a los citados líderes una bandera, una causa, un motivo a la que asirse. Ese lunes 21 de julio presentaron su agenda de lucha.
Boric, promotor del encuentro, espera en el futuro inmediato sumar al grupo a los mandatarios de México, Honduras, Reino Unido, Canadá, Sudáfrica, Dinamarca y Australia, siempre en defensa de la democracia.
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En la declaración que difundieron al cierre de la jornada no encontraremos afirmaciones altisonantes, radicales posturas revolucionarias y antiimperialistas, o emplazamientos a la urgente integración de los pueblos. Aquella época en la que los líderes latinoamericanos se permitían desafiar, e incluso insultar, al presidente de los Estados Unidos (Cumbre de Mar del Plata 2005), el socialismo del siglo XXI estaba en auge y la espada de Bolívar recorría la región, ha quedado atrás.
Progresismo y democracia
Por el contrario, sus aseveraciones son bastante moderadas. Con un tono más bien socialdemócrata. Si el progresismo quiere frenar el auge de la extrema derecha “debe volver a hablar de las necesidades de la gran mayoría de las personas y de su bienestar social y económico”, afirmaron.

Incluso, ha sido muy calculado el cuestionamiento indirecto que hicieron a la política israelí hacia Gaza.
Petro cortó los lazos diplomáticos con ese país y decidió imponer el requisito de visa para sus ciudadanos que deseen viajar a Colombia y, por su parte, Sánchez ha sido la voz más crítica dentro de los jefes de gobierno de la Unión Europea con respecto a la administración de Benjamín Netanyahu. Se nota que las respectivas cancillerías hicieron su trabajo al redactar la declaración conjunta.
Al finalizar la cita los mandatarios se reunieron con varios “pensadores progresistas”, entre los que destacaba el premio nobel de economía Joseph Stiglitz, recordado en esta parte del mundo por los elogios que en su día manifestó hacia los “logros económicos” de los gobiernos de Cristina Kirchner y Hugo Chávez, expresiones que todavía en 2022 repitió en favor el expresidente argentino Alberto Fernández.
Por supuesto, cada uno de los presentes tiene sus propios motivos y sus propios problemas, porque, vamos a estar claros, la lucha por el poder político está lejos de la inocencia.
Los tropiezos de Boric
En el ejercicio del gobierno, Boric ha tenido, para el bien de su país, una evolución en sus criterios que lo han acercado al reformismo pragmático de la otrora Concertación, de la que tanto denostó cuando fue activista estudiantil. Ahora ha descubierto un enorme espacio en el centro que él cree puede ocupar, puesto que dentro de cuatro años podría ser reelegido.

Su gestión no se ha caracterizado por grandes logros, sino más bien por continuos tropiezos atribuibles a su amateurismo, acompañados de sonados fracasos políticos; pero tampoco ha sido la catástrofe que vaticinaron sus críticos en 2021. Digamos que los chilenos le han financiado un carísimo postgrado de gobierno.
Pedro Sánchez, por otro lado, cruzó miles de kilómetros en busca de refugio, consecuente con su estrategia doméstica de usar el miedo a la “ultraderecha” como coartada ante los bochornosos escándalos de corrupción que le acosan en la Península. De Petro se puede decir algo similar a lo de Boric, aún cuando el fin de su gestión pinta para peor y, por cuestiones de edad y trayectoria, no puede esgrimir a su favor la falta de experiencia. A Yamandú Orsi no hay nada que criticar puesto que es el nuevo del grupo, aunque participó cubierto con el prestigio de los gobiernos del Frente Amplio uruguayo.
En cuanto a Lula, aquí sí hablamos de palabras mayores, ya que su disputa abierta con Trump es de pronóstico reservado. Muy a su estilo, el presidente estadounidense se ha metido insólitamente en los asuntos internos del Brasil cuestionando el proceso judicial abierto contra el ex mandatario Jair Bolsonaro y amenazado iniciar una guerra arancelaria contra mayor economía latinoamericana.
Sin embargo, este encuentro por la democracia tiene un punto débil, difícil de ocultar: la ola progresista de hace veinte años dejó en su paso por Latinoamérica el mayor número de casos de regresiones autoritarias de todo el mundo. En ese entonces solo había una dictadura en la región, Cuba. Hoy hay, al menos, tres.
Afinidad por Cuba
En el camino también quedó Bolivia, empantanada desde 2019 en una interminable crisis política cuyas raíces se encuentran también en esa ola.

Visto a la distancia esa deriva no fue casualidad, fue, en buena medida, el fruto de la intensa afinidad sentimental que la izquierda en ambos lados del Atlántico siente por el régimen cubano. De hecho, ninguno de los gobernantes de ese entonces (entre los que destacaba Lula) hizo absolutamente nada por promover la transición a la democracia Cuba. Todo lo contrario: apuntalaron a los hermanos Castro Ruz de todas las maneras posibles.
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Esa debilidad sigue vigente hoy, y como botón de muestra tenemos al propio Boric, un político joven, a quien no se le puede reprochar nada de aquella etapa (a diferencia de Lula), que ha sido muy firme ante ciertas tropelías antidemocráticas regionales, con una sola excepción: Cuba. Ese es el tema intocable. Sagrado. Tanto en las coaliciones gobernantes en Chile y Uruguay, como el PT de Brasil y Morena en México.
De modo que si de defender la democracia se trata ciertas condiciones aplican. Preocupa la deriva autoritaria del otro sector, no del mío. A la dictadura más longeva y desastrosa que ha tenido esta parte del mundo, ni con el pétalo de una rosa.
Es allí cuando las buenas intenciones dejan de ser creíbles.
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