Francisco de Miranda, fue un político, humanista, militar, ideólogo, escritor y humanista que recorrió el mundo en sus afanes por la libertad. No en balde en una oportunidad afirmó “Yo soy y seré perpetuamente acérrimo defensor de los derechos, libertades e independencia de nuestra América, cuya honrosa causa defiendo y defenderé toda mi vida”.
Tras su captura en La Guaira, fue trasladado a la fortaleza de El Morro en Puerto Rico y luego llevado preso a España. En enero de 1814 quedó encerrado en un calabozo del Arsenal de La Carraca, cerca de Cádiz, donde murió en la madrugada del 14 de julio de 1816, tras una larga agonía y solo asistido por su fiel criado Pedro José Morán. Sus restos fueron sepultados en una fosa común, una injusticia que no opaca su inmenso legado.
Andrés Bello lo definió acertadamente como “aquel proscrito formidable”, símbolo viviente de la revolución americana. Miranda no solo fue precursor de la independencia venezolana sino también un visionario que entendió la necesidad vital de la unidad entre los pueblos latinoamericanos para alcanzar la libertad y el progreso.
Hoy, más que nunca, es imperativo rescatar ese pensamiento mirandino. En un contexto donde millones de migrantes latinoamericanos, especialmente venezolanos en Estados Unidos, sufren persecución y discriminación por su condición, el llamado a la solidaridad regional se vuelve urgente. La unidad no es solo un ideal histórico sino una herramienta para enfrentar juntos los desafíos sociales y políticos que afectan a nuestra gente más vulnerable.
Además, Miranda inspira a las nuevas generaciones y a todo el país a defender con fervor el sistema democrático venezolano. Su ejemplo nos recuerda que la libertad no es un regalo sino una conquista constante que requiere compromiso y valentía.
Miranda vive en nosotros, no solo recordando su sacrificio personal sino también reivindicando sus ideas sobre la integración latinoamericana y la defensa irrestricta de la democracia. Que su espíritu guíe a Venezuela hacia un futuro donde sus hijos puedan vivir sin miedo ni exclusión, con derechos plenos y dignidad.
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