No suelo simpatizar con lo militar. Demasiadas guerras pueblan la historia, demasiada sangre derramada. Uno se resiste a aceptar que, a ello debemos el mundo como es hoy. ¿No hubiera sido posible hacer las cosas de otra forma? Más allá de la insondable discusión sobre la existencia de “guerras justas” (¿?), los criterios que las distinguirían y las supuestas consecuencias de no realizarlas, rebota siempre la convicción de que debería prevalecer la paz, no la guerra: un asunto de supremacía moral. Pero, la lucha por el poder despierta pasiones y apetencias que nos han conducido más por la segunda que por la primera. Luego están los estragos dejados por las dictaduras militares en nuestro país y en los de nuestros vecinos latinoamericanos. Vengo de una familia que hizo suya la idea de que la civilización debería imponerse a la barbarie. Si no nos sacudíamos del dominio chafarote, no superaríamos el atraso ni accederíamos a una sociedad civilizada, promisoria.
Dicho lo anterior, reconozco la existencia de quienes, esgrimiendo razones legítimas, abrazan la carrera militar con propósitos dignos. En fin, ante las dinámicas que mueven al mundo actual, el realismo aconseja contar con una fuerza armada capaz de defender la soberanía nacional. Así lo establece el artículo 328 de la constitución, con la consabida advertencia de que, “…En el cumplimiento de sus funciones [la fuerza armada], está al servicio exclusivo de la Nación y en ningún caso al de persona o parcialidad política alguna. …” Y la nación somos todos. En nosotros reside, “intransferiblemente”, su soberanía (Art. 5). Pero la mitificación de nuestra historia terminó glorificando los militares. En nombre del Libertador, se arrogaron la tutoría sobre la República desde sus inicios. No podía confiarse su conducción a civiles que no habían dado igual cuota de sacrificio. Y con ese cuento, una casta militar invocó pasadas glorias para sumir a Venezuela, durante su primer siglo, en innumerables confrontaciones armadas, la más notoria la de la Guerra Federal de 1859-63.
Al constituir, Gómez, una fuerza armada nacional profesionalizada, se superó definitivamente el caudillismo. Su sometimiento expreso al ordenamiento constitucional en 1961 (Art. 132), auguraba su conversión en sostén confiable de las instituciones democráticas. Y, salvo los alzamientos de derecha (Castro León) y de izquierda (Barcelona, Carúpano, Pto. Cabello) ocurridos durante la presidencia de Rómulo Betancourt (1959-64), puede afirmarse que cumplió con este cometido ... Hasta la intentona golpista de Hugo Chávez en 1992. A pesar de su transgresión, esa aventura suscitó sentimientos de simpatía, indicio de que, aun sin entender exactamente lo que se proponían los alzados, muchos confiaban de que se inspiraban en los mejores intereses de la patria. Es decir, como legado del culto a Bolívar y de la impronta militar que se entretejió tantos años en nuestra historia oficial, se borraban las asociaciones con el gorilaje militar que se había ensañado en contra de las democracias del Cono Sur. Lo de Chávez sería diferente. Rescataría a la República del desvío de las élites “corruptas” de la “cuarta república”. Y, sobre esa prédica, arribó a la presidencia en 1998.
Provisto de símbolos de su particular visión de la gesta emancipadora y de la Batalla de Santa Inés --uniformes decimonónicos, llamados a combate, proclamas patrioteras—Chávez construyó un imaginario sobre de los ideales pretendidamente proseguidos por Bolívar. Convirtió a la FAN en pilar central de su “revolución”, la que pronto identificó como “bolivariana”, en contra de lo establecido en el artículo 328 de la CRBV, de no estar al servicio de persona o parcialidad política alguna. El influjo prodigioso de renta petrolera a partir de 2004, dispensado generosamente a través de “misiones” y de componendas diversas, sirvió para que se aceptara esta creciente hegemonía castrense.
Sabemos lo que ocurrió. El desvariado reparto rentístico, sin transparencia ni rendición de cuentas, formó parte del desmantelamiento de las instituciones del Estado de derecho y de la colonización del sector público por el chavismo, que se plasmó en sistemas diversos de expoliación de los recursos de la nación y en la postración de la economía privada. Sin el carisma de su mentor y una vez retornados los precios del crudo a niveles “normales”, la intención de Maduro de continuar con el “modelo” de Chávez arrojó a Venezuela al peor colapso de país alguno que no haya estado en guerra, incluida una de las hiperinflaciones más severas y largas. En el proceso saqueó a la industria petrolera hasta desahuciarla, se comió las reservas internacionales del país y renegó de sus compromisos financieros internacionales, desnudando como maula al Estado, cada vez más aislado. Se ganó el título de campeón del fracaso, el peor presidente de la historia. Sumió al país en un abismo profundo.
Como no podía ser de otra forma, el resultante empobrecimiento –brutal-- se fue reflejando en una pérdida continua de apoyo político a Maduro. Su condición minoritaria quedó palmariamente expuesta con las elecciones legislativas de 2015. Consciente de que su pésima gestión lo desplazaría del poder si seguía respetando los mecanismos constitucionales, optó por violarlos. Le confiscó a la Asamblea Nacional opositora sus atribuciones, trampeó todo evento electoral a futuro y desató, sin compunción alguna, sus fuerzas represivas contra la protesta y la disidencia, con centenares de manifestantes asesinados, detenciones, secuestros y muertes de quienes se hallaban bajo custodia del Estado.
Pero el valiente y comprometido liderazgo de María Corina Machado y de quienes la acompañan, como la formidable preparación que organizaron para contrarrestar el fraude que acometería Maduro en las elecciones presidenciales del 28J de 2024, le dieron la estocada fatal a su ficción de que representaba al “pueblo”. Al arrebatarle tan torpe y groseramente el triunfo a Edmundo González Urrutia quedó expuesto que el único sostén que le quedaba era la anuencia de la FAN para reprimir. Pero la gran interrogante es si los militares honestos –porque los hay-- están dispuestos a cargar con los muertos de un régimen que hace todo lo contrario de lo que los motivaron a ingresar en la FAN.
Por instrucciones cubanas, Maduro purgó y corrompió a la alta oficialidad. Promovió a quienes eran acusados de violar derechos humanos y/o al Estado de derecho. Deliberadamente quiso rodearse de los peores, los únicos en los que, por complicidad, podía confiar. Pero, en este afán, destruyó la moral de la FAN, premiando a quienes traicionaban a la patria, es decir a la inmensa mayoría de venezolanos que expresaron soberanamente su intención de cambio. La atomizó en estructuras feudales, destruyendo su unidad de mando para asentar ahí verdaderas mafias: ZODIs, REDIs, ARDIs. Nada que ver con los ideales que debían inspirar la conducta de la FAN. Ante tal descomposición y la falta de recursos, aumenta el descontento entre sus filas.
Irremisiblemente, se le estrecha el cerco a Maduro y a sus cómplices. Jorge Rodríguez, El Furibundo, se desgañita en insultos contra el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Volker Türk, por haber expuesto, en su último informe, el grave deterioro de estos derechos en el país tras el fraude electoral perpetrado. En EE.UU. el “Pollo” Carvajal busca reducir su condena por tráfico de drogas, entregando evidencias de complicidad desde los más altos niveles del Estado con este y otros delitos. Aunque a paso de tortuga, la Corte Penal Internacional acumula pruebas que incriminan a Maduro y los suyos por sus violaciones a los derechos humanos. Y pende una requisitoria gringa por $25 millones por la captura de Maduro o Diosdado Cabello, y de $10 millones para López Padrino, en atención a estos delitos. En el plano económico, la represión trata de ocultar el inescapable fracaso del régimen. ¿Cómo seguir apoyando a un comprobado perdedor?
¿Por qué prolongar la agonía de los venezolanos? En la medida en que aumenten las protestas, los militares honestos no pueden ser cómplices de la represión de Maduro. Destruye, criminalmente, al país. La reciente conmemoración de nuestra Declaración de Independencia debería refrescarles la memoria de lo que está en juego. Les corresponde, más bien, ser partícipes del proceso de transición democrática con Edmundo González Urrutia, que les devuelva a los venezolanos una vida digna.
Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela
humgarl@gmail.com
https://digaloahidigital.com/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario