
Tomada de Entérate 24
A un año del fraude presidencial del 28 de julio de 2024, Venezuela transita aceleradamente desde un autoritarismo competitivo hacia una autocracia hegemónica, en un entorno marcado por la represión, la ilegitimidad institucional y una creciente desconexión entre el régimen y la sociedad. En este contexto, se evalúan las probabilidades reales de una transición democrática, considerando las dinámicas internas de poder, la presión internacional y las tensiones sociales acumuladas
Benigno Alarcón Deza 21.07.25
Venezuela ha transitado progresivamente, desde 1999, por un proceso de deterioro institucional que ha debilitado todas las formas de control y equilibrio democrático. Pero desde 2017, el país dejó atrás el modelo de autoritarismo competitivo implementado desde la llegada de Chávez al poder y se adentró en un sistema híbrido con rasgos cada vez más hegemónicos, donde el poder electoral dejó de ser un mecanismo competitivo y se transformó en una herramienta de control simbólico y legitimación internacional, aunque al día de hoy pareciera que algunos aún no se han enterado.
La elección presidencial del 28 de julio de 2024 marcó un punto de inflexión. No solo por el uso masivo del aparato estatal para garantizar la “victoria” del oficialismo, sino por la anulación técnica del derecho al sufragio efectivo: candidatos inhabilitados, votación sin auditorías y sin publicación de resultados oficiales, represión posterior a las protestas y cierre del portal web del Consejo Nacional Electoral. Esta elección dejó en claro que el régimen ya no está dispuesto a correr riesgos, ni tan siquiera para simular condiciones mínimas de competencia, un rasgo clásico de las autocracias hegemónicas.
Las elecciones municipales de 2025: más allá del ritual electoral
A pocos días de las elecciones municipales del 27 de julio de 2025, el escenario electoral refleja una continuidad en el patrón de control autoritario y represivo. La convocatoria responde menos a un intento de abrir espacios políticos o legitimarse y más a la necesidad del régimen de mantener en movimiento y bajo control la maquinaria institucional formal.
El gobierno parece apuntar a una participación que supere marginalmente la registrada en los comicios legislativos y regionales del pasado 25 de mayo, en los que obtuvo el control casi total de las gobernaciones y curules parlamentarias, con una participación estimada entre 13 % y 20 %. En las municipales, se ha agudizado la inhabilitación selectiva de candidatos opositores —incluso en bastiones simbólicos como Chacao o El Hatillo—, y no se descarta que esta sea la última elección directa a nivel local, en vísperas de una posible reforma constitucional orientada a instaurar mecanismos de elección indirecta.
Factores de control y cohesión del régimen
El sistema de control del régimen se sostiene sobre cinco pilares interrelacionados:
1. Represión selectiva y disuasiva: Desde 2024 se ha intensificado la represión contra activistas, líderes comunitarios, académicos, analistas, economistas y periodistas, operada por organismos como el SEBIN, la DGCIM y grupos paraestatales. A esto se suma un sistema judicial instrumentalizado y el uso de la detención como método preventivo contra la protesta.
2. Control sobre el aparato electoral y comunicacional: El cierre del portal del Consejo Nacional Electoral (CNE) y la ausencia de actas oficiales en elecciones clave desdibujan completamente el rol institucional del árbitro electoral.
3. Lealtad de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB): Aunque circulan rumores sobre relevos tan importantes como el del ministro de Defensa, el alto mando militar se ha mantenido aparentemente cohesionado y subordinado a la narrativa oficialista. La reciente reafirmación pública de lealtad ante la presión internacional intenta mostrar un cierre de filas frente a las amenazas derivadas de la presión externa e interna.
4. Instrumentalización del nacionalismo y el conflicto externo: Si bien el gobierno ha bajado el tono del conflicto con Guyana, mantiene una narrativa antiimperialista para intentar mantener la cohesión de su base política, cada vez menos amplia, así como de la Fuerza Armada Nacional, cuerpos policiales y el resto de la institucionalidad estatal, así como para justificar el control y presionar y aislar a actores críticos como la Iglesia, las ONG y las universidades.
5. Cooptación de élites y fragmentación opositora: A través de recursos económicos, prebendas y control territorial, el régimen sigue intentando fracturar a la oposición, con escasos resultados hasta ahora.
Indicadores de fragilidad y puntos de inflexión
Pese a este aparente control total, el régimen enfrenta vulnerabilidades estructurales importantes:
. Debilitamiento del tejido social y malestar acumulado: La precariedad de los servicios públicos, la pérdida de ingresos y la desconexión institucional han profundizado el malestar. Si bien este aún no se traduce en protestas masivas, sí se genera un sustrato potencial de conflictividad en ascenso.
. Presión internacional: La reciente excarcelación de presos políticos y el canje con EE.UU. y El Salvador revelan que el régimen aún responde a incentivos diplomáticos bajo presión coordinada. La amenaza sobre avances de la investigación formal de la Corte Penal Internacional (CPI), tras la suspensión del fiscal Karim Asad Ahmad Khan, también es percibida por el gobierno como una amenaza inminente.
. Aislamiento y pérdida de legitimidad: Aunque el gobierno sostiene el poder institucional, ha perdido casi completamente la legitimidad nacional e internacional. La narrativa de “normalización” no encuentra eco ni en la población ni en los actores internacionales democráticos.
¿Es posible una transición democrática?
La probabilidad de una transición democrática en el corto plazo no puede evaluarse de forma lineal ni voluntarista. Las condiciones estructurales actuales apuntan a un modelo de resiliencia autocrática sofisticada, que ha tomado mucho de la experiencia internacional de las autocracias aliadas. Sin embargo, los procesos de transición no suelen ser el resultado de cambios graduales, sino de rupturas inesperadas que combinan:
. Escalada de la presión social en un momento crítico (protestas con dilema represivo real).
. Fragmentación dentro de la coalición dominante, especialmente en los sectores militares o económicos.
. Coordinación opositora eficaz con apoyo internacional creíble y sostenido.
Hoy, la oposición venezolana liderada por María Corina Machado y Edmundo González, cuenta con una legitimidad inédita, pero, ciertamente, enfrenta también limitaciones severas de movilización debido al miedo, la represión y la desarticulación organizativa. En este escenario, cualquier ventana de oportunidad requerirá una combinación de presión interna y externa, aprovechar errores del régimen y articular una narrativa de cambio viable.
Conclusión: entre la continuidad autocrática y el dilema de transición
Venezuela se encuentra en un punto de inflexión silencioso, pero muy complejo. La consolidación de un modelo autocrático hegemónico es ya un hecho; lo que está en discusión no es su existencia, sino su sostenibilidad. El régimen de Maduro ha dejado de buscar legitimidad democrática y se refugia en el poder de la fuerza. Pero ese tipo de poder, sin resultados sociales ni económicos, es históricamente insostenible en el largo plazo.
El 28 de julio de 2025, estaremos en el primer aniversario de un caso prototípico de autocratización hegemónica en el continente. La actual arquitectura del poder erosiona toda posibilidad de alternancia mediante las vías institucionales tradicionales, en los que la eficacia de la presión internacional se ha limitado a acuerdos tácticos sin correlato sistémico. Sin embargo, la acumulación de crisis superpuestas (económica, social, climática, sanitaria) y las tensiones latentes en el bloque gobernante constituyen factores de inestabilidad cuyo desenlace dependerá de la capacidad opositora para articular una estrategia flexible, con anclaje local y respaldo global.
Los actores democráticos —nacionales e internacionales— deben abandonar cualquier expectativa ingenua de apertura institucional convencional y reenfocar sus estrategias en aumentar los costos de mantener el poder por la fuerza mediante la represión, así como en construir una salida política realista. La transición es dificil, pero no imposible, y podría ser, como en buena parte de las transiciones, abrupta y sin tiempo para negociaciones, al menos que el régimen comprenda, en algún momento, las ventajas que podría tener negociar desde una posición de poder mientras se pueda, pero hasta ahora, por lo que se ve, las probabilidades dependerán menos de la voluntad del régimen y posiblemente más de lo que hoy luce como un posible colapso funcional.
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