En mi pasada nota semanal para el blog de la revista Nexos, sugerí que uno de los desafíos que enfrentaba el régimen en su relación con Estados Unidos residía en la paulatina transformación de Morena en un partido de Estado. Pero más allá de las evidentes complicaciones que este hecho arroja en el trato con el resto del mundo, quisiera aquí desarrollar un poco la idea, que ya ha sido sugerida por varios colegas de la comentocracia, entre ellos Héctor Aguilar Camín y Jorge Alcocer. Por cierto, me complace mucho que desde la Presidenta hasta columnistas de otras generaciones ya recurren a este neologismo, que creo haber acuñado hace ya casi dos decenios, por lo menos en México, en un artículo de The New York Times en septiembre de 2006.
El partido de Estado no es un invento de la 4T. Más bien el concepto proviene de Maurice Duverger, aunque la idea aparece en Weber e incluso, si se quiere estirar la liga, en Gramsci. Viene de muy lejos, y suele utilizarse para describir a regímenes políticos donde un partido que puede ser único, formalmente o en los hechos, domina todo, y donde la separación entre partido y Estado es difusa, confusa y obtusa. Cuando Zedillo hablaba, por ejemplo, de la “sana distancia” que deseaba establecer entre el PRI y él mismo, postulaba tácitamente la inexistencia de dicha distancia antes de 1994. En efecto, el PRI fue, durante muchos años, el ejemplo de un tipo de partido de Estado para los estudiosos de estos temas.
La existencia de un partido de Estado no necesariamente implica la dominación del Estado por el partido único o hegemónico. Lo central es la amalgama de ambos. El primer partido de Estado probablemente fue el PCUS, originalmente denominado Partido Bolchevique, fundado por Lenin, perpetuado por Stalin, Khruschov y Brezhnev, y enterrado por Gorbachov. Durante esa larga y triste historia, el partido mandaba: sobre el Estado, las fuerzas armadas, los medios, la (in)justicia, la economía, las relaciones internacionales. En el periodo entreguerras, los partidos de Mussolini y el Nacionalsocialismo de Hitler cumplieron con los requisitos necesarios para ser denominados así.
A partir de la Segunda Guerra Mundial, proliferaron los partidos de Estado, y los ejemplos donde dominaba el Estado, no el partido. Algunos casos surgieron antes: en Turquía con Ataturk, en México con el PNR, el PRM y el PRI. Varios surgieron en los países de Europa oriental con sumisión a Moscú (Polonia, Alemania del Este, Hungría, etc.) o sin ella (Yugoslavia), y posteriormente en China, en las nuevas naciones descolonizadas (el Egipto de Nasser, Vietnam del Norte a partir de 1954, el FLN en Argelia). En algunas variantes, la amalgama se caracterizaba por una hegemonía sin alternancia, pero con elecciones y algo de democracia (el Partido del Congreso, en la India). En determinados lugares y momentos, el Estado dominaba claramente al partido (México); en otros el partido dominaba al Estado (el Frente Sandinista en Nicaragua entre 1979 y 1990), y algunos casos resultaron excepcionales, donde un hombre dominaba el partido y el Estado, por lo menos en la cúpula: Fidel Castro en Cuba.
El dictador cubano se tardó en construir al PCC. Fue creado, en su nueva encarnación, hasta seis años después de la toma del poder, y su primer congreso no se realizó sino hasta 1975. Y es cierto que el ejército cubano comandado por Raúl Castro nunca se sometió por completo al PCC. No obstante, el partido de Fidel ha gobernado más de sesenta años, a través de los órganos de Estado, de las fuerzas armadas, de los CDRs, de los comisarios políticos en las empresas estatales, etc.
Las características de todos estos partidos de Estado son fácilmente reconocibles en la situación de México y Morena hoy. No manda Morena, mientras López Obrador no lo quiera así. Pero la confusión entre partido y Estado se torna cada vez mayor. El partido controla ambas cámaras, y ahora el Poder Judicial. El Ejecutivo no le pertenece como tal, porque el gobierno no se encuentra sometido a Morena, aunque esté poblado de puros morenistas. Las gubernaturas, también. Los medios, gracias al vergonzoso “re-equilibraje”, se hallan ocupados por Morena o el Estado o ambos. Las empresas estatales, ni se diga, aunque los militares desempeñan un papel crucial en este aspecto. Como finalmente se trata de un fenómeno mexicano, el Estado manda, y el partido obedece, hasta cierto punto. Las tensiones no se han resuelto de manera definitiva en un sentido u otro, pero lo harán. Lo veremos en las próximas elecciones de medio periodo.
Para terminar, insisto: no todos los regímenes con partidos de Estado constituyen dictaduras, aunque a la larga, casi siempre sucede así. La clave yace en la amalgama o fusión de las dos instancias. Reviste muchas ventajas para quien se propone una transformación radical de la sociedad, de verdad (Rusia, China, Cuba, Alemania, Italia) o de a mentiritas, como aquí. Pero entraña consecuencias, no sólo en la relación con los vecinos y el resto del mundo. Nadie en el ámbito del partido es ajeno al Estado; nada en el seno del Estado es ajeno al partido. La simbiosis es total. No hemos llegado a eso, pero vamos por buen camino. Los hijos lo recorren, uno en la Secretaría de Organización, otro en X (antes Twitter): “El señor @ChrisLandauUSA cuando estuvo en México fue un embajador simpático, cercano, que se tomaba selfies en pueblos mágicos. Hoy, como vicecanciller, arremete contra @melishcs -una ciudadana sin cargo público, solo por opinar. Lamentable. Apoyo y un abrazo para Melissa”. (José Ramón López Beltrán). A propósito de visas y anatomía.
Excanciller de México
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