Estamos atrapados en un túnel desde hace 25 años. El llamado socialismo del siglo XXI lo abrió con sus políticas económicas y su modelo de Estado. El túnel es un infierno. La mayoría de la población, como lo demostró la elección del 28 de julio quiere cambios y volverá a expresarlo en todas las elecciones que se hagan mientras persista esta crisis de socialización de la pobreza, recortes de los derechos y pérdida de justicia social.
Es evidente que las decisiones de Trump para sacar del país a las petroleras extranjeras, su imposición de aranceles a quienes compren nuestro petróleo, la deportación masiva de venezolanos y el respaldo a la pretensión de Guyana de despojarnos de territorios en los que tenemos titularidad histórica, afectan al interés nacional y agravarán las condiciones de vida de los venezolanos.
En medio de la reaparición del gran garrote autoritario en la política exterior neocolonial de Trump es incomprensible que sectores de oposición consideren que la intervención extranjera e incluso una acción militar, sea una forma legítima y válida para retornar a la democracia cediendo soberanía. Un cambio de vergüenzas, absolutamente inaceptable.
Todo este complicado cuadro se entrelaza con la conducta que la oposición social al gobierno adoptará definitivamente el día de las votaciones. En este momento las encuestas hablan de la existencia de una explicable renuencia a votar, aún a sabiendas que eso le entrega una victoria al régimen. Pero mucha gente considera, con motivo, que el desconocimiento del voto anula su ejercicio.
Empleo el término oposición social para abarcar a quienes exigen un cambio en la política de Maduro, aún si comparten algunos aspectos del proyecto del PSUV. Esta distinción, más allá de los partidos y su dedicación a la lucha política por el poder, fue el motor del 28 de julio y el fundamento para proponer una política de alianzas por el cambio con entendimiento, reconciliación y avances parciales hacia la democracia.
Los partidos ya han adoptado decisiones que no tendrían por qué conducir a una guerra a muerte para exterminarse a sí mismos.
Esta autodestrucción ocurre porque detrás del debate sobre votar o no, se está acometiendo una ofensiva para imponer la hegemonía de un sector de la oposición sobre otros, a los cuales se les satanizar para excluirlos de un equipo dirigente que debe ser plural si quiere ser representativo del variado arco de fuerzas del descontento. Si una fuerza se propone dirigir todo ella sola, mermará condiciones y logros y propiciará una pelea dentro de la oposición que no deberia primar ante la necesidad de repetir la victoria del 28, esta vez en unas elecciones regionales que descentralizan la lucha y empodera a liderazgos directamente enraizados en sus comunidades.
Mientras más votos menos fuerza para el autoritarismo. Votar es la acción de un país que no se rinde, que le concede importancia a la lucha, ahora en cada Estado y municipio del país, para responder al deseo de todos de vivir mejor, aún en las condiciones no democráticas que imponen las fuerzas conservadoras y sin ideales que ocupan el poder ejecutivo nacional.
¿Vamos también a dejar de luchar por el salario y las pensiones porque el gobierno desconoce esos derechos?
El voto no se puede desarticular de la defensa ideal ni de la práctica social de la democracia, porque es una condición de su existencia.
Además de una herramienta de protesta, es un instrumento esencial para fortalecer la cultura y las decisiones democráticas en los eventos electorales. Pero también en los asuntos de la vida asociativa cotidiana y en las relaciones que hay que crear permanentemente en todos los espacios sociales donde sea posible, aun si es en pequeña escala y aún si hay que desconfiar de instancias tan contrarias a las reglas democráticas como el CNE.
El que proclama la democracia debe practicarla contra todos los obstáculos para impedirla.
Sus contenidos refieren a valores, reglas y vivencias entre los ciudadanos y entre éstos y el Estado. Sus formas tienen que ver directamente con el voto y con no dejar que desaparezca ese voto universal, directo y secreto, que el Estado autocrático quiere que no ejerzamos más. Pero la experiencia histórica indica que siempre hay que combatir al autoritarismo, incluso con los votos.
Todos sabemos que el objetivo del oficialismo en esta elección de gobernadores y Asamblea Nacional es sacar del camino a fuerzas de resistencia a la sustitución del Estado constitucional de Derecho por un Estado Comunal. Es el primer paso para la desaparición definitiva de gobernaciones y Alcaldías, para eliminar el voto individual y secreto e imponer decisiones con manos alzadas en Asambleas Comunales que ya están recibiendo atribuciones que no les corresponden. No votar es normalizar esa situación y aunque hoy no se tenga conciencia de ello, es asestarle otro golpe a la democracia.
¿Vamos a permitir que eso ocurra? O vamos a rebelarnos con nuestro voto para contribuir a la libertad, la paz y la prosperidad de Venezuela.
¿Nos abstenemos para seguir en el pasado o nos armamos de valor cívico y responsabilidad de ciudadanos para arriesgarnos a ser testigos de mesa y defensores del voto, votando para abrir porvenir?
Votar es una luz para salir del túnel.
¿Nos abstenemos para seguir en el pasado o nos armamos de valor cívico y responsabilidad de ciudadanos para arriesgarnos a ser testigos de mesa y defensores del voto, votando para abrir porvenir?
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