
Foto: AFP
En la víspera de una elección —la que el régimen de Maduro convocó a toda prisa para el 27 de abril y luego pospuso para el 25 de mayo— se sabe sin atisbo de duda de que no hay ningún reto al poder enroscado en Miraflores. No es, ni de lejos, la situación que estaba planteada hace apenas casi nueve meses. El asunto merece una sesuda y profunda reflexión. Es de suponer que algunos la hacen y otros quizás no.
La historia que condujo al 28 de julio levantó expectativa mundial. Del gobierno de Joe Biden en Estados Unidos, de la Unión Europea, de la Organización de Estados Americanos; del gobierno de Gustavo Petro, que intentó, y naufragó, una negociación que en principio involucraba al propio Maduro; del gobierno de Lula, que a pesar de los disgustos que nos causa por sus silencios, a veces habló y habló bien: recordemos por un momento su declaración cuando fue bloqueada la candidatura de Corina Yoris de aquella forma tan grotesca. Se creía —lo creímos los venezolanos y buena parte del mundo— que la solución a la agria, larga e insoportable crisis política venezolana podía tener su final con la elección presidencial del 28J. Pero el régimen impuso con fuego a discreción el fraude.
El 25 de mayo no está planteado un escenario ni mínimamente parecido. El liderazgo reconocido por la oposición democrática, representado en la figura de María Corina Machado, y en la del presidente electo el 28J, Edmundo González Urrutia, llamó a desconocer las elecciones convocadas por Maduro. La Plataforma Unitaria respaldó esa postura y puso como primera condición para una eventual participación que se reconociera la verdad del 28J. Dos de las agrupaciones políticas de la PU decidieron, sin embargo, participar en la elección: Un Nuevo Tiempo, que lidera Manuel Rosales, quien curiosamente pasó agachado en la primaria opositora de 2023, y el MPV, cuyas figuras principales son Simón Calzadilla y Andrés Caleca. UNT, como se sabe, pudo postular candidatos; el MPV no: en el argot criollo, se quedó sin el chivo y sin el mecate.
Es una elección en la que se va a ciegas. Más allá de las marramucias propias del CNE y de Elvis Amoroso que le otorgan al venidero proceso electoral el mérito de ser el peor jamás organizado, se desconoce de qué fuerza disponen los dirigentes “disidentes” que convocan a participar y que hasta hace nada eran parte de la mayoría que se impuso el 28J. Fuerza para convocar a votar a una mayoría amplísima que según las encuestas conocidas no quiere saber nada de otra trampa electoral, fuerza también para defender los votos que obtengan: asunto clave porque el 28J es la fecha que es porque se le demostró a los venezolanos que se ganó con actas en mano. ¿Se puede convocar a la gente a un fracaso anunciado?
La tan profetizada división del mundo opositor, que se palpó en 2023 y luego en 2024 cuando hubo que buscar una candidatura sustituta a la de la inhabilitada María Corina Machado, ocurre sin embargo después de su éxito electoral más rotundo. La pregunta que responderá el 25 de mayo es a quién acompaña la gente, a quién acompaña “el pueblo venezolano”.
Motivos para pelear contra el régimen sobran, motivos para pelear a favor de la gente —los míseros salarios de los que trabajan, las pensiones de lástima de los pensionados, la libertad de los presos políticos, la defensa de la Constitución y la soberanía popular— abundan y deberían convocar a todos y delimitar la acera estrecha de los responsables y cómplices y la acera robusta de los que anhelan y ambicionan el cambio político.
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