El 25 de mayo se avecina como el día en que se pretende encubrir con rituales burocráticos un proceso electoral que, a ojos de la ciudadania, carece de legitimidad. Esta convocatoria no es más que el eco vacío de un régimen que insiste en demostrar su poder mediante fórmulas anticuadas y un sistema electoral cuestionado Nacional e Internacionalmente, esperando engañar al pueblo venezolano que ha aprendido a descifrar la retórica del engaño. Pero la verdad es ineludible: en Venezuela, el fraude es la sombra constante que oscurece cada intento de institucionalizar lo que ya es una carcajada forzada a la voluntad popular.
La sombra del fraude electoral
La contienda electoral del 25 de mayo de 2025, se construye sobre la base de la misma traición que dejó al descubierto las sufragadas del 28 de julio del año 2024. En esa jornada, los venezolanos se presentaron a votar con la esperanza de un cambio real. Más de siete millones de voces se alzaron contra un oficialismo que, según datos oficiales opacos, habría obtenido apenas 4,45 millones de votos (según Elvis Amoroso). El Consejo Nacional Electoral (CNE), órgano que debería resguardar la transparencia de los procesos democráticos, ha fallado de forma sistemática al no publicar resultados concretos. Este silencio forzado es una confesión tácita: el régimen no puede sostener la narrativa de un triunfo fabricado, pues los números reales denotan una derrota que ni siquiera sus partidarios se atreven a admitir públicamente.
La manipulación de cifras y el encubrimiento deliberado de los resultados no solo representan una afrenta a la democracia, sino que revelan un sistema que se aferra a la perpetuación del poder a cualquier costo. La falta de transparencia y la estrategia de ocultar resultados son tácticas que transforman unas elecciones en un ritual vacío de significado, diseñado para maquillar una realidad innegable: la pérdida de legitimidad por parte del gobierno. Cada silencio del CNE es un grito de impotencia y desesperación, una admisión oculta de que el pueblo venezolano ya no confía en las instituciones.
La traición de la oposición y la complicidad política
No es sólo el régimen el que carga con la mancha del fraude y la manipulación; ciertos sectores de la oposición se han volcado a colaborar con el sistema en un pacto contra los intereses de los venezolanos. A pesar de que la ciudadanía se mostró unánime en pedirle un cambio, estos actores han elegido el camino fácil: el de llegar a acuerdos con el régimen para asegurarse favores, curules y beneficios en un proceso que es una simulación desde sus raíces. El resultado es una oposición dividida y deslegitimada, donde los verdaderos representantes del clamor popular quedan relegados a un segundo plano.
La sorprendente victoria de María Corina Machado en las primarias del año 2023, con más de 2,5 millones de votos, sirve para evidenciar que la voluntad popular busca líderes auténticos. Sin embargo, las fuerzas que han fracasado en representar ese anhelo y que ahora se sublima en alianzas oportunistas pretenden disfrazar su traición con un discurso de reconciliación. Es una perversión de lo que debería ser la lucha por la democracia: no pueden, mediante complicidades políticamente calculadas, borrar la marca indeleble de su traición a la inmensa mayoría de venezolanos que demandan un cambio de rumbo.
El ritual de la abstención: protesta o resignación
Una de las estrategias retóricas más perniciosas del régimen es la promoción de la abstención como un acto de resistencia. Se difunde la narrativa de que «la abstención no castiga al poder», intentando convencer a quienes dudan de la legitimidad de este proceso de que no acudir a las urnas es una forma válida de protesta. Sin embargo, esta postura es doblemente irónica: si el régimen y sus cómplices insisten en convocar elecciones fraudulentas, dejar el voto en blanco o abstenerse se convierte en una auto punición contra la única herramienta que aún queda en manos de los ciudadanos, su voto.
La abstención, en este contexto, se transforma en una estrategia de desesperación. Pero, al mismo tiempo, es el último grito de protesta de un pueblo que se niega a legitimar un proceso electorala todas luces, carente de garantías. La paradoja es dolorosa: cuantos menos voten, menos fuerza tendrá el régimen para pretender que sus mentiras se conviertan en consensos. Sin embargo, en un ambiente de desilusión y desconfianza, el acto de votar se pierde entre discursos manipulados, reduciéndose a un ritual sin alma que solo perpetúa el status quo.
Un legado de corrupción y autoritarismo
Para comprender la magnitud de este proceso, es necesario situarlo en el contexto histórico de Venezuela. Durante décadas, el país ha sido escenario de constantes maniobras de corrupción y autoritarismo. Los actuales fraudes electorales son solo la última fase de un sistema que se ha construido en la base del engaño, la cooptación de las instituciones y la supresión de la voluntad popular. Cada elección se ha convertido en una pieza más dentro de un engranaje que solo beneficia a una élite narcisista y desconectada de las reales necesidades de los venezolanos.
El uso de las instituciones, en especial del CNE, para encubrir una derrota electoral, no es una estrategia aislada, sino parte de un patrón sistemático. Las mismas tácticas se han observado en ocasiones previas en distintos regímenes autoritarios a lo largo de la historia. La manipulación de resultados, la contratación de opositores para socavar su propio movimiento y la insistencia en convocatorias electorales que tienen más un carácter simbólico que práctico, son rasgos que han caracterizado a gobiernos que han perdido el consenso popular pero que se rehúsan a aceptar un nuevo orden.
La desilusión del pueblo: un grito ahogado
La consecuencia más trágica de este escenario es la profunda herida que deja en la psique del pueblo venezolano. La falta de transparencia y la constante manipulación de los comicios han erosionado la fe en las instituciones democráticas, dejando a la ciudadanía con la amarga sensación de haber sido engañada una y otra vez. Este agotamiento se traduce en un rechazo masivo, una sensación de traición que se ha convertido en el componente definitorio de la interacción política en el país.
Cada voto que se pierde, cada manifestación de abstención es un grito silente de un pueblo harto de promesas incumplidas y de un sistema que se deleita en perpetuar su propia oscuridad. Los venezolanos saben que no se trata únicamente de un fraude electoral, sino de una estrategia encubierta para despojarles del poder y de la esperanza. El proceso electoral del 25 de mayo se presenta, entonces, no como una oportunidad de cambio, sino como un último intento desesperado por asegurar la continuidad de un régimen que ya ha sido rechazado en la práctica.
La urgencia de un cambio real
Ante este panorama desolador, el único camino viable es el de un cambio verdadero, que venga desde la base, desde el pueblo cansado de vivir en la mentira institucional. La crisis actual exige líderes que no negocien ni con el régimen ni con aquellos que han traicionado la esencia misma de la democracia. Es imperativo romper el ciclo de complicidades y alianzas apócrifas que han debilitado tanto la oposición y las instituciones electorales.
El verdadero cambio no se logrará mediante elecciones amañadas ni con pactos de conveniencia, sino a través de una transformación profunda en la cultura política venezolana. Es hora de que cada ciudadano asuma la responsabilidad de exigir transparencia, veracidad y justicia en cada proceso electoral. La lucha no es solo por un voto, sino por la restauración de una democracia que ha sido secuestrada por intereses mezquinos y autoritarios.
Conclusión: La lucha por recuperar la dignidad
El proceso electoral del 25 de mayo se erige como un último escenario en el que se pone en evidencia la farsa de un sistema que ha cobrado la habilidad de disfrazar sus propios fracasos. Bajo la sombra del fraude, el grito de un pueblo traicionado retumba en cada esquina de Venezuela. No se trata de una campaña política rutinaria, sino de la última oportunidad de levantar la voz en contra de un régimen que ha perdido toda noción de legitimidad.
Mientras se convoca a estas elecciones, el mundo y la historia están observando cómo se despliega un teatro político en el que la verdad es manipulada y la confianza se traiciona. La esperanza, aunque tenue, reside en la capacidad de cada venezolano para decir basta, para rechazar lo impuesto y luchar por un futuro basado en la honestidad y la justicia. La historia juzgará a quienes optaron por perpetuar la corrupción a costa de sacrificar la voluntad del pueblo. Es hora de que cada voto, cada abstención, sea una declaración firme de que la dignidad y la justicia prevalecerán sobre los intereses oscuros de un sistema en decadencia.
Que este llamado no sea solo palabras al viento, sino el despertar de una nación cansada de engaños, dispuesta a reconstruir, desde cero, una democracia real y representativa. No permitamos que la sombra del fraude se adueñe de nuestros destinos. El grito del pueblo traicionado merece ser escuchado, y solo mediante una revolución ética y política podremos aspirar a un cambio verdadero que, finalmente, restaure la fe en la democracia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario