Lo primero es tener el coraje de mirar a la realidad cara a cara, sin atenuantes ni eufemismos. El proceso iniciado con las primarias concluyó para la oposición en una derrota. Es simple: se quería acceder al poder y, por lo que puede verse, eso no va a ocurrir en los años por venir. Es decir, se convirtió una victoria electoral cantada en una derrota política. Querían llegar a Miraflores, y así lo prometieron, pero hoy andan asilados en una embajada, en el exilio, pagando cárcel, o en una madriguera. Algo se hizo mal.
No podemos saber si las cosas pudieron ser de otra manera. Lo que no admite debate alguno es que se hizo todo para que los eventos fuesen los que fueron. La lista es larga. En otra parte hemos hecho la puntillosa enumeración. Desde la candidatura de una persona inhabilitada (es decir, fuera del marco legal hegemónico) hasta las recompensas gringas y el alarde perpetuo y fanfarrón del juicio en la CPI, pasando por la bobalicona frasecita: “Maduro, ven pa’cá, yo lo que quiero es verte preso”. ¿En serio así esperaban que un régimen autoritario de partido-Estado les entregase el poder?
Quienes intentaron esta ruta sinuosa en que el lobo extremista se disfrazó de oveja electoral (como ha sido probado ex post facto) pueden insistir en ella, arrimándose a las pantorrillas de Trump, elucubrando con implosiones que no se ven inmediatas, de hinojos a las puertas del Departamento de Estado, agudizando la penuria de los venezolanos, clamando por sanciones y más sanciones. No les arriendo la ganancia.
Los que, por contrario, miran con recelo crítico (y autocrítico) ese desbarrancadero fantasioso y abyecto; los que repudian todo tutelaje; los que saben que los problemas de Venezuela deben ser resueltos por y entre los venezolanos; ésos deben, debemos volver a empezar. Sí, camarada Sísifo: la piedra está de nuevo a los pies de la montaña.
Volver a empezar significa reconstruir la ruta democrática que incluye el voto, sí, pero también el acuerdo. Frente a un régimen autoritario de partido-Estado, aquél sin éste es una cáscara vacía, como fue probado el 28J. Por eso una de las principales tareas de mayo es la recomposición de la relación gobierno/oposición (que también el chavismo debería compartir como principalísimo propósito). Pero pongamos los pies en el piso: esto para que en unos seis, ocho, diez años, tal vez se haya construido la confianza mutua que permita algún género de alternancia republicana (por eso digo que es faena para los de 30, 40 y 50).
No sé si el acuerdo es posible; si, por ejemplo, un gobierno de coalición es posible; no sé si la vocación totalitaria del chavismo y el maximalismo extremista de la oposición obturarán la necesaria interlocución. Lo que sí sé es que sin acuerdo gobierno/oposición el país seguirá sumido en este lodazal en que se nos impone la costumbre de lo precario y la sistematización de la miseria, sin esperanza alguna de soñar en una democracia social moderna donde seamos plenamente libres y donde la redención social sea una realidad tangible y no sólo una consigna. Este cronista escribe. Pero son los actores políticos los que tienen la palabra.
Ojalá que los sectores que en la ex PUD se están deslindando del extremismo abstencionista (UNT, los justicieros de Capriles, el MPV) y la oposición diversa que al centro del tablero ha promovido el diálogo y el pacto para avanzar tengan la altura de miras para encontrarse con amplitud, sin vetos ni resquemores inútiles, con algo de pragmatismo, y construir la nueva referencia de cambio democrático en paz que los venezolanos desde hace décadas pedimos a gritos. Sería una delicadeza que la nación sabría agradecer.
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