Republica del Zulia

Julio Portillo: Necesitamos entonces promover el regionalismo como protesta al excesivo centralismo en todos los órdenes. Tenemos que despertar la conciencia política de la provincia.

jueves, 6 de marzo de 2025

Humberto García Larralde: El desafío de Europa



Lo presenciado por los medios el pasado viernes, con el presidente estadounidense Trump y su vice, JD Vance, humillando públicamente al presidente de Ucrania Volodymir Zelenski, es bochornoso. Refleja, como tanto se ha comentado, una ruptura fundamental con la manera en que el gobierno de EE.UU. venía conduciendo su política internacional, que pone en serio compromiso a sus aliados. Un país –Ucrania—sometido a una brutal invasión por su vecino imperialista, con miles de muertos, destrucción de viviendas, hospitales, escuelas e infraestructura de servicios, y con su economía devastada, lejos de incitar la solidaridad automática de la nación que se presumía defensora del mundo libre, es sometido a una vulgar extorsión, aprovechando su dependencia del apoyo gringo, para que entregue sus riquezas minerales sin ninguna garantía de seguridad de contrapartida. Pone de manifiesto que, para Trump, los valores, principios y propósitos de defensa de la democracia y de las libertades del llamado “mundo occidental” (que incluye a Japón, Corea y Australia), han sido reemplazados por la prosecución de ventajas para él y para sus socios, los “deals”. Para eso comanda a la nación más poderosa de la tierra. Su “arte del trato” es identificar las vulnerabilidades de otros países, sean o no sus aliados. No sólo es Ucrania, sino también Gaza, Panamá, Dinamarca (lo de Groenlandia) y hasta sus vecinos y aliados más cercanos, Canadá y México. En este afán, muchos expresan el temor de que negocie con Putin, sin la presencia de Ucrania y/o de Europa, el futuro de Ucrania y, por ende, la seguridad de Europa. Evocan un antecedente ominoso: el pacto Molotov-Ribbentrop entre Alemania y la URSS para repartirse Polonia (y anexarse los países bálticos).

Más allá de estas especulaciones, pone de relieve que EE.UU., bajo Trump, no puede seguir siendo considerado el escudo protector con el cual cuenta, en última instancia, Europa y otros países democráticos ante las agresiones de regímenes autocráticos. Lamentablemente, en eso Trump tiene razón. La Unión Europea, con una economía equiparable a la de EE.UU. y superior a la de China, debe asumir una mayor proporción de los gastos y demás preparativos que requiere su defensa. Ello no debería dispensar, sin embargo, el compromiso de la nación norteamericana por defender los valores y formas de vida basadas en la observación de los derechos humanos. De hecho, el llamado mundo libre le debe mucho en la consolidación de alianzas y de instituciones y reglas de juego con base en las cuales se han asentado normas de convivencia y de respeto entre naciones que, desde una perspectiva retrospectiva y en comparación con siglos anteriores, ha sido bastante exitosa. Lamentablemente, se registran también incidentes en los que es EE.UU. el que violenta esas normas. La más reciente, con Biden de presidente, ha sido el suministro incondicional de armas de guerra a Netanyahu para la prosecución de crímenes calificados de lesa humanidad contra la población gazatí y los palestinos de Cisjordania. Vienen a la memoria la Guerra de Vietnam y el largo historial de intervenciones en América Latina en los siglos XIX y XX y la negativa, desde Bush (hijo), de integrar la Corte Penal Internacional. El poderoso vecino del norte se cuida de asumir compromisos que limiten sus posibilidades de acción. Pero con Trump, parecen haber saltado todas estas ataduras.

Pero no se trata de pasarle juicio a EE.UU. La pregunta ahora es, ante la clara indisposición de Trump de seguir asumiendo la responsabilidad central de defender un mundo de libertades basadas en reglas consensuadas, ¿a quién(es) le(s) corresponde ejercer el liderazgo en resguardo de ese marco institucional y para velar porque sean respetadas sus normas y procedimientos? Dicho de otra forma, ¿quiénes deben asumir la defensa de las conquistas logradas por la humanidad bajo este marco?

La respuesta, obvia para muchos, es la Unión Europea. Pero enfrenta muchos retos que son menester superar para asumir tan importante responsabilidad. En el corto plazo está, por supuesto, la defensa de la integridad territorial de Ucrania y la contención de las apetencias imperiales de Putin. La iniciativa de un plan para el cese de hostilidades y para una paz justa y duradera acordado el domingo, coordinada entre el Reino Unido y Francia, es un buen comienzo. Más allá, el distanciamiento de EE.UU. implicarìa, como no dejan de alertar los analistas, sellar compromisos por elevar, sustancialmente, el gasto militar entre miembros de la UE. Subsisten, desde luego, problemas de complementación, coordinación, unidad de mando y para la producción de fuerzas y equipos que, por mi ignorancia del tema, no voy a considerar. La principal dificultad es, como se sabe, que estos planes deben acordarse respetando las reglas de decisión compartidas por las 27 naciones que componen la UE. No es lo mismo que si se tratara de un país individual, sin mayores compromisos supranacionales y con una clara cabeza de mando central. Sin embargo, a su favor puede señalarse que la UE ha ido subsanando la complejidad de poner de acuerdo 27 países de historias y vivencias variadas, forjando una cultura y una visión de valores, principios y objetivos comunes, que facilitan que, entre todos, pueda avanzarse en sus propósitos. Pero tal clima de entendimiento puede peligrar.

La razón de ello está en la insurgencia de propuestas populistas que, en distintos países, amenazan con desmantelar las instituciones sobre las cuales descansan las libertades y derechos que han hecho de la UE quizás el proyecto civilizatorio más auspicioso que ha producido hasta ahora la humanidad. Se trata de los peligros representados por la entronización de experiencias “iliberales” como las de Orbán en Hungría, el PiS (partido Ley y Justicia) en Polonia, o la llegada al poder de Alternative für Deutschland en Alemania, de Marie Le Pen en Francia o Vox en España, movimientos que, a pesar de su diversidad, manifiestan su común disconformidad con las reglas de juego que caracterizan y definen al proyecto europeo. El peligro, en este sentido, está en el desmembramiento desde adentro de este proyecto, tal como se presenta actualmente. Y a eso apuestan Putin y demás autócratas quienes, según la perspicaz observación de Anne Applebaum. Moisés Naim y otros, conforman lo que la primera ha denominado en un libro reciente, Autocracia, S.A., es decir, la afinidad entre regímenes de fuerza por desmontar las reglas de juego que limitan sus ambiciones de poder y que propician la alternabilidad de los gobiernos como elemento clave en la defensa de las democracias.

Hay que reflexionar sobre la enorme complejidad que significó el Tratado de Maastricht de 1992, que logró la unificación, uniformación y/o compatibilización de miles de normas técnicas que regían, por separado, las actividades de los 27 países que hoy integran la UE. Representa una red firme sobre la que han podido proliferar las actividades de un mercado común y que sustentan una variada gama de políticas económicas y humanitarias que amplían y/o protegen las libertades y el bienestar de las poblaciones europeas. Pero también ha hecho al proyecto europeo vulnerable a la crítica de que tan intrincada maquinaria administrativa es manejada por “tecnócratas”, una burocracia no electa, especializada, que vive sumergida en oficinas y alejada del sentir de la gente. Sobre esta prédica se construyen alternativas populistas identitarias en contra de la política migratoria, buscando relajar los imperativos que resguardan los derechos de las minorías, de la mujer y/o que protegen al medio ambiente y amparan las distintas manifestaciones de diversidad cultural. Abogan por desplazar las élites intelectuales que estarían determinando estas opciones de política, para que, en vez, pudieran prosperar las “auténticas” preferencias de la población. Una plataforma política similar a la que llevó al poder a Trump en EE.UU. No olvidemos, además, su simpatía con el Brexit y con Orbán y la campaña que, abiertamente, realizó Elon Musk a favor de la ultraderecha alemana AfD.

Por último, la UE enfrenta el impostergable reto de aumentar la competitividad de sus economías frente a los otros dos grandes bloques, China y EE.UU., y para reducir su vulnerabilidad ante la eventualidad de que se desate una verdadera guerra comercial como la que propone Trump con sus medidas tarifarias. Desde luego, implica no quedarse atrás en la carrera por desarrollar y dominar las nuevas tecnologías. El informe Draghi resume los lineamientos estratégicos centrales para avanzar en este propósito. Una economía fuerte es base de una UE fuerte, capaz de defenderse a sí misma. Enormes retos a superar, por hacer prevalecer un modelo civilizatorio modelo para la humanidad.

Economista, profesor (J) Universidad Central de Venezuela – humgarl@gmail.com

https://www.costadelsolfm.org/

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