Marx, con su prolífica e impactante obra, dio pie a que, después del “Cristianismo”, el otro “ismo” de proyección en la historia universal haya sido asociado a su nombre (“Marxismo”).
No es cualquier cosa.
Inspirados en su prédica historicista de los “modos de producción” que predecía la llegada del comunismo, líderes y organizaciones comunistas en el siglo XX tomaron el poder en muchos países y comenzaron a construir el socialismo.
El primero fue Rusia en 1917 de la mano y cerebro de Lenin. A China llegó en 1949 apoyado en la invencible astucia, como estratega militar, de Mao.
Marx afirmaba que todas las sociedades conocidas eran sociedades de clases y que éstas en el capitalismo se diferenciaban por la propiedad de los medios de producción en dos tipos: la “burguesía” y el “proletariado”.
La primera agrupaba a los dueños de dichos medios, de las empresas, y en el segundo, los trabajadores, que solo disponían de su fuerza de trabajo y eran explotados al no pagárseles el excedente que era la ganancia o plusvalía.
“Lenin vs Marx”
Marx era un intelectual “evolucionista” darwiniano que preveía el paso del capitalismo al socialismo en el país europeo más desarrollado (Alemania, Inglaterra).
Lenin, en cambio, era un “revolucionario”, líder del partido socialdemócrata ruso, que se deshizo de Marx para tomar el poder en un país atrasado, Rusia, y luego construir el socialismo. Lo hizo a sangre y fuego: exterminando a enemigos de clase: los dueños de tierras (kulaks) y a los opositores políticos defensores de la calificada como “putrefacta democracia burguesa”).
El asunto es que la nueva realidad histórica, no capitalista, que surgió no fue el reino de la libertad, sin explotación de los trabajadores, que pensaba Marx al extinguirse la burguesía, los capitalistas y la propiedad privada.
Lo que ocurrió fue que los medios de producción estatizados quedaron en manos de una clase nueva, impensable: los dirigentes del partido comunista. Estos ahora administraban y disfrutaban como ricos o burgueses, sin límite de tiempo, las empresas estatales y los bienes públicos. Surgió una clase inédita: socialistas burgueses.
“El idilio geopolítico entre Nixon y Mao”
Daremos un breve rodeo que de paso servirá para constatar dos cuestiones heurísticas de gran valor.
Una es que que la política exterior, ahora llamada geopolítica, es una esfera autónoma de otras áreas: economía, moral, religión, etc.
La segunda es el papel decisivo que tienen los “actores político”, los “hombres públicos”, en el curso que, para bien o para mal, toma la historia (R. Aron),.
Después de la toma del poder por Mao en 1949 las relaciones diplomáticas entre China y Estados Unidos quedaron rotas y éste último reconocía a Taiwán como el país representativo de China.
Luego de ascender a la presidencia de EEUU en febrero de 1969, el anticomunista Richard Nixon decidió restablecer los vínculos con China para romper la bipolaridad con la URRS. Se cumpliría el sabio lema: “El enemigo de mi enemigo es mi amigo”.
Y el feroz anticapitalista Mao, ya en enfrentamiento irreversible con la URSS que se acentuó en 1969 por un choque fronterizo armado que dejó muchos muertos, aceptó bailar con su secular enemigo al que dejó de llamar “Un tigre de papel”.
Aterrizaría Nixon en la República Popular de China en febrero de 1972. Mao, feliz, al recibirlo le dijo: “Yo vote por usted en las últimas elecciones”.
Pero, abreviando, la historia le jugaría una muy mala pasada a aquel idilio geopolítico, al tener que dimitir Nixon en 1974 como presidente por el caso Watergate (fue acusado de espionaje al partido demócrata).
La amargura que este suceso podujo en Mao perduró hasta su muerte en 1976.
”Mao, un socialista burgués”
La amargura de Mao, por la gran oportunidad perdida, lo acompañó hasta su muerte en 1976.
Viendo venir el fin de sus días, Mao quiso despedirse de su entrañable amigo caído en desgracia. Asi, tomó una medida propia de los gobernantes socialistas burgueses que sienten que son dueños del aparato gubernamental y del país: envío un avión Boeing 747 propiedad del gobierno chino a USA (Detroit) a buscar al ex-presidente Nixon para despedirse de él. Un viaje de ida y vuelta de 22.254 kilómetros.
Fue un triste encuentro muy diferente del prometedor de 1972.
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