El maestro Rubén Blades reseñó el regreso de las personas a los orígenes en su canción “Todos vuelven”. Aquella composición musical abordaba el retorno voluntario al lugar del que se es parte, y esta condición voluntaria no es precisamente la característica en la nueva ruta migratoria, encabezado por venezolanos, y que se ha bautizado como “flujo inverso”
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Si nos remitimos a canciones, podríamos parafrasear a un viejo merengue venezolano y decir que el norte no es una quimera, que atrocidad. La imposibilidad de ingresar a Estados Unidos sin documentación, las deportaciones en marcha (aunque no son numerosas tienen un peso simbólico) desde ese país y el clima de intimidación y hasta de persecución a migrantes en territorio estadounidense abrió una nueva ruta, según confirmaron las autoridades de Costa Rica y Panamá.
El “flujo inverso”, al que se refirió este jueves el propio presidente panameño José Raúl Mulino, no es otra cosa que un flujo humano en precarias condiciones que, en lugar de buscar llegar al norte de México, para cruzar a Estados Unidos, viene en reversa, de norte a sur, por el clima legal y social ya descrito, a partir de una fuerte política migratoria de Donald Trump en sus escasas cinco semanas en la Casa Blanca.
Se trata en uno u otro caso de una movilidad humana forzada, ante la precariedad socioeconómica en Venezuela (o la persecución política) se emprendió la ruta y la respuesta negativa de permanencia en Estados Unidos, obliga sencillamente a retroceder.
Las cifras ofrecidas por Mulino este jueves muestran el cambio paradigmático que envuelve a la migración internacional a través de la selva del Darién, que separa a Panamá de Colombia y que ha sido símbolo del éxodo venezolano en los últimos años.
En febrero, las autoridades panameñas han registrado 2.000 migrantes con ingreso, pero desde Costa Rica, en dirección del norte al sur. Por el Darién, en cambio, en dirección de Sudamérica a Norteamérica habían llegado menos de 500 personas al 27 de este mes de febrero. Esto es un descenso importante si se tiene en cuenta de que en enero pasado fueron 2.229 los migrantes que llevaban ruta hacia Centroamérica, luego México y finalmente EEUU como meta de esa apuesta migratoria.
Se invirtió de forma radical el flujo migratorio a través del istmo. Y la gran mayoría, en una y otra dirección son venezolanos, aunque el gobierno de Panamá no ofreció cifras desglosadas.
No se trata solamente de una nueva dinámica que llama la atención de los gobiernos. La Red Jesuita con Migrantes (RJM) en Centroamérica reportó que el “flujo inverso” de migrantes hacia Venezuela y Suramérica es cada vez mayor, en reacción a las nuevas políticas migratorias de Estados Unidos desde que comenzó la presidencia de Donald Trump, el pasado 20 de enero.
Roy Arias Cruz, quien trabaja en el corredor humanitario de los jesuitas en Centroamérica, comentó vía telefónica Radio Fe y Alegría que los países más afectados en este momento son Costa Rica y Panamá, y que la gran mayoría de personas son de Venezuela. “Algunos quieren volver a Venezuela, otros están buscando países de acogida en el sur”, resaltó Arias Cruz.
De acuerdo con el testimonio de migrantes venezolanos, en la frontera entre Costa Rica y Panamá, muchos de ellos que ya atravesaron el Darién en dirección al norte, quieren evitar transitar de nuevo por esta peligrosa zona selvática en dirección al sur. Según la agencia EFE, se están movilizando en embarcaciones con la intención de llegar a través de la costa del Caribe a Colombia y de allí a su país o un tercer destino.
Precisamente en uno de estos viajes falleció ahogada una niña venezolana de 8 años, hace una semana. De los 22 pasajeros que iban en una embarcación, dentro de esta estrategia de evitar el paso nuevamente por el Darién, 21 fueron rescatados con vida. Casi todos eran venezolanos, pero también había ecuatorianos y colombianos, y los tripulantes eran panameños.
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