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Los anuncios de aranceles gravosos de Washington hacia Pekín están coloreados por el agresivo estilo de gobernar del nuevo líder de la Casa Blanca. Una distancia enorme separa a las dos grandes potencias en el abordaje de temas relevantes para la geopolítica mundial, que van más allá del desequilibrio comercial entre ambos. Es fácil, pues, discernir que el destemplado anuncio de incremento de aranceles como primer paso de relacionamiento entre ambos colosos es más un asunto de forma que de fondo.
Esta técnica de abordaje de desencuentros no está siendo vista por Pekín con buenos ojos. Desde su óptica, China está siendo agredida con instrumentos comerciales que pretenden infligir un daño económico considerable, en lugar de intentar, de entrada, una interacción bilateral constructiva en torno a este y otros temas que son de interés para el nuevo mandatario norteamericano: el fentanilo, los robos de tecnología, la guerra de Ucrania, la solidaridad con Rusia, la agenda energética global, la penetración china en Latinoamérica…
China estima que la iniciativa de incremento de aranceles a las importaciones chinas no es producto de una política comercial sólidamente sustentada, analizada y calibrada, ni que sus consecuencias para los dos países y para terceros hayan sido concienzudamente examinadas.
Tengamos presente que las exportaciones de China a Estados Unidos en el año 2024 alcanzaron poco más de 4,5% de sus ventas a terceros y que ellas vienen en caída desde la primera presidencia de Trump. Así es como, la capacidad de Pekín de sentarse sobre sus laureles y esperar con paciencia milenaria el efecto de las medidas arancelarias de Washington es significativa. De allí que negociar o claudicar, como ha ocurrido con México, Colombia y Canadá, no será su única opción.
Los cálculos ya están hechos por el lado de los asiáticos. El impacto del incremento de tarifas americanas no es deleznable: en caso de mantenerse, podrían afectar la tasa de crecimiento del gigante de Asia hasta en 0,7%. Pero los estrategas del poder en el gobierno y en el Partido, ya han examinado medidas económicas compensatorias disponibles para amortiguar el golpe comercial. La manipulación de la tasa cambiaria pudiera ser una, entre otras.
Los chinos saben que la balanza comercial con Estados Unidos no es motivo de júbilo para Washington y que ese es un mayor escollo. Estados Unidos exportó el año pasado a China 163.000 millones de dólares y sus importaciones superaron los 524.000 millones, 5% más que en el año 2023. Pero las nuevas tarifas a los productos chinos representarán un durísimo golpe en los precios al consumidor estadounidense. Esas cuentas también están echadas. El efecto se sentirá en tres cuartas partes de los juguetes y artículos de deportes que consume el público en Estados Unidos, en una cuarta parte de todos los productos electrónicos y máquinas eléctricas, en una cuarta parte de los textiles y en una quinta parte de los plásticos.
Es así como en Pekín llegan a imponer aranceles retaliatorios -10 a 15% sobre las exportaciones americanas de energía y maquinaria agrícola y ciertos automóviles- que tendrán un efecto erosivo indudable, pero son, también, más una reacción política que otra cosa.
Dos estilos enfrentados de manejo de conflictos se ponen de relieve y el planeta observa. Lo que tiene sentido en el ánimo de Xi Jinping es un abordaje concienzudo de los puntos de vistas no coincidentes en materia comercial y de una discusión proactiva sobre el universo de elementos que afectan a ambos y a la comunidad internacional en su conjunto.
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