El artista plástico caraqueño recibió en noviembre la Orden Andrés Bello conferida por la UCAB. Creador disciplinado, a sus 93 años sigue buscando respuestas y abriendo caminos por los cuales transitar. La vida la ve como un eterno fracaso en el que se cae y levanta una y otra vez.
Jacobo Borges creció entre Catia y El Cementerio.
En tiempos en que todavía no existían ni la avenida Sucre ni el Metro de Caracas, un potencial artista plástico, vestido con ropas tan sencillas que algunos lo confundían con un vagabundo, dibujaba callado en el suelo de la plaza Pérez Bonalde, lugar hoy muy concurrido por los habitantes de Catia que van a hacer compras en el bulevar o el mercado, o que se sientan para tomar café o escuchar trágicos profetas.Era un adolescente y quizás muy subestimado por quienes no lo conocían bien. Pero él escuchaba.
No a cualquiera: Jacobo Borges escuchaba allí a José Ignacio Cabrujas, Oswaldo Trejo o Darío Lancini. No sabía aún que con el paso de los años terminaría convirtiéndose en uno de los artistas venezolanos más importantes de la segunda mitad del siglo XX.
Ha sido amplísimo el registro pictórico de Borges, con trabajos en formatos que aunque tienen la pintura como principio se han extendido hacia el dibujo, el cine, la escenografía, la escultura o el diseño digital, con exposiciones como La década emergente de pintores latinoamericanos y pinturas en los años sesenta —para la que fue seleccionado por el museólogo Thomas M. Messer, quien fue director del museo Guggenheim de Nueva York—, Magia de un Realismo Crítico, en el Museo de Arte Moderno de México; Es el alma cosa extraña sobre la tierra…, en la Academia Internacional de Artes Plásticas, Salzburgo; El Bosque, en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, entre muchas más.
Además ideó en los años 60 el espectáculo multimedia Imagen de Caracas a propósito de los 400 años de la fundación de la capital del país, un hito en la historia del arte nacional, y dirigió la película 22 de mayo.
Parte de la formación de Jacobo Borges ocurrió en la plaza Pérez Bonalde, donde se reunía con intelectuales como José Ignacio Cabrujas o Darío Lancini.
En palabras del crítico Roberto Guevara publicadas por la Galería Freites, con la que ha trabajado el artista, en la obra de Borges la sustancia del arte es el tiempo: Después de luchar con el espacio que casi se puede tocar, retoma la materia que lo envuelve en su obra, y trata de agarrar el tiempo por la cola, doblarlo y entonces pegarlo al espacio. Así el principio está en todas las partes”. Donald Kuspit, crítico estadounidense, consideró que el artista caraqueño pinta figuras pero también el espacio. “Las figuras son sus tropas y sugieren elegantemente su carácter incompleto”. Mientras que María Luz Cárdenas, crítica de arte, ha dicho que Borges es un artista que ha desplegado su trabajo bajo la inspiración de la “obra de arte total”: inmensa, intensa, densa y completa, “que cruza los límites de la plástica, las disciplinas, la literatura y el pensamiento.
Varios reconocimientos ha recibido, como el Premio Nacional de Pintura, el Premio Armando Reverón o la Orden Francisco de Miranda. Recientemente, la UCAB le otorgó la Orden Andrés Bello durante la Feria del Libro del Oeste de Caracas, la cual recibió junto al cardenal Baltazar Porras y la escritora y promotora de la lectura Virginia Betancourt.
Borges, durante sus palabras de agradecimiento, recordó que su vida ha sido también un tránsito que le ha llevado a donde está. Desde Catia hacía largas caminatas para poder ir a una sala que proyectaba cine francés, una vez corrió detrás de una camioneta con un anuncio de Maizina Americana para preguntar por algún trabajo en el que pudiera ganar dinero dibujando, cuando su padre lo llevó contra su voluntad a una carpintería para que trabajara él esperó que se fuera para devolverse caminando en búsqueda de aquel lugar en el que podía dibujar, y así ha sido. De un lado a otro ha cargado con sus ideas, sus sueños y dudas.
Hoy, a los 93 años, sigue caminando y pintando. No flaquean sus piernas al bajar calmado unas escaleras y en su taller, repleto de materiales, pintura y cuadros que construyen una suerte de laberinto o bosque, se pasea con la naturalidad de un muchacho. Siempre con la boina en la cabeza, vestido con una camisa de botones azul holgada y unos pantalones caqui, el artista responde entre anécdotas y reflexiones que es difícil y fácil a la vez responder la pregunta sobre cómo es la vida a su edad.
El trabajo pictórico de Borges es amplísimo, con trabajos en formatos que aunque tienen la pintura como principio se han extendido hacia el dibujo, el cine, la escenografía, la escultura o el diseño digital.
Porque en todo momento la realidad y la no realidad están ahí presentes al mismo tiempo. Los 93 años son una nueva aventura. Es increíble que después de tanto tiempo uno siga viviendo, soñando e inventando. Estando entre lo desconocido. Siempre pensé que en algún momento iba a resolver las cosas que había imaginado. Llegué a los 93 años y todavía no tengo respuesta. Todavía no sé nada del futuro. Pero está ahí, preguntándome o afirmándome qué es lo que he hecho y qué es lo que no he hecho, o si sé en realidad lo que quisiera ser. Esas eran las preguntas que tenía a los 14 años y son las mismas preguntas que tengo a los 93 años.
Cree que con todos los pasos que ha dado, que le han transportado de Caracas a ciudades como Ciudad de México, Nueva York, París, Berlín o Salzburgo para mostrar su obra, hoy ha cerrado un ciclo al recibir la Orden UCAB, justo en una universidad situada al oeste de la capital. Pero también es una apertura, porque el trabajo no para.
Yo tenía como 12 años cuando mi mamá me dijo que no podía financiarme el bachillerato. Tenía que trabajar. Era como un reto para mí, pero eso cambió cuando ocurrió la graduación de sexto grado: era el último día que podía ir a una escuela y tenía cerrado el futuro por la vía del estudio.
Uno de los grandes proyectos de Jacobo Borges fue Imagen de Caracas, en los años 60.
En búsqueda de construir un futuro Borges dio, luego de varias caminatas, con la imprenta que estaba detrás de aquella imagen de Maizina Americana que persiguió. Trabajó en un taller de dibujo con un colombiano y un venezolano, pero en principio no le pagaron, algo que era insólito para su padre, que ya estaba molesto porque no se había quedado en la carpintería. Después un gerente le dio un tiempo en el horario para que pudiese estudiar pintura y así llegó a la Escuela de Artes Plásticas, la cual, como una biblioteca pública que estaba en el centro, fue esencial en su formación.
Yo estaba buscando cómo aprender. Tenía el dato de la Escuela de Artes Plásticas, el dato de la biblioteca, pero no tenía plata para pagar libros ni nada de eso. Cuando me dijeron que podía estudiar en la escuela, tuve que buscar un horario. Fui a la escuela y había un anuncio de clases para niños de Alejandro Otero, que yo creía que era profesor. Era alumno e hizo eso para probar el desarrollo del color. Era un gran artista.
La biblioteca que descubrió estaba cerca de la escuela, donde se pegó a una vitrina para mirar mejor y un trabajador salió preguntándole si quería leer. Borges le respondió que sí luego de que el hombre le hizo prometerle que devolvería el libro. Se trataba de la colección biográfica Vidas paralelas de Plutarco, que el artista no entendió en principio, pero de todos modos no paró de leer.
En palabras del crítico Roberto Guevara, en la obra de Borges la sustancia del arte es el tiempo.
Para ese momento ya tenía dos fuentes de información extraordinaria. En la escuela podía mirar murales, esculturas o reproducciones de artistas como Francisco Toledo o Claude Monet. También había una biblioteca de la que le prestaron la llave, ahí pasaba horas descubriendo el Renacimiento, el cubismo o el impresionismo.
Pero no se relacionaba en ese momento con sus compañeros. Fue el pintor Omar Carreño quien se le acercó e incluso lo ayudó pagándole comidas. De todos modos Borges no era muy social. “Una vez me consiguió en la calle e iba a acercarse. Yo pasé de acera sabiendo que él me pagaba la comida”, dice entre risas.
Con Carreño comenzó a ir a conciertos, exposiciones y a otra biblioteca con libros más actualizados. Acompañado de Mario Abreu acudió en una oportunidad a la residencia de Alejo Carpentier, donde pasaron largo rato, pues el artista aragüeño, explica Borges, no quería irse. La entrañable amistad con Aquiles Nazoa también ocurrió de manera casual. Jacobo solía ir al semanario Fantoches con la pretensión de que le publicaran algún dibujo, cosa que no ocurría. Una vez entró al sótano y se topó con un joven que estaba trabajando que le pidió, de repente, que le ayudara a mover unas cosas. Al rato el hombre le preguntó qué estaba haciendo ahí y el artista le explicó que había intentado varias veces sin éxito que le publicaran un dibujo.
Borges ha recibido varios reconocimientos, como el Premio Nacional de Pintura, el Premio Armando Reverón o la Orden Francisco de Miranda.
—Yo te lo voy a publicar —le contestó.
Así fue. Pero Borges no sabía su nombre, hasta que un día Abreu lo llevó a la casa de Aquiles Nazoa y supo que quien lo había ayudado a publicar en Fantoches había sido el autor caraqueño, aquel hombre misterioso en el sótano del semanario.
De ahí nació una amistad con él y yo caminaba para visitarlo. A través de él conocí a Sergio Antillano, que tenía un carajito, Pablo, que se volvió el famoso Antillano. Él vivía en el bloque 1 frente a la Plaza O’Leary.
Con Sergio Antillano, que tenía una amplia biblioteca de discos del etnomusicólogo estadounidense Alan Lomax, amplió su cultura musical, así como con Carpentier. El nexo con la literatura francesa fue a través de Nazoa, a quien le gustaban mucho los libros de la tierra de Victor Hugo.
Hoy, a los 93 años, sigue pintando de manera disciplinada.
Todo eso era caminando. Por ejemplo, la ida al cine club era problemática porque eran como las 2:00 pm o 3:00 pm y yo tenía que ir de la plaza Pérez Bonalde a Propatria y después pasar esa montaña hasta caer donde está el puente Los Leones. Eso me llevaba como dos horas.
Era una época en la que la ciudad era todavía muy rural, antes de que se llenara de avenidas, autopistas y edificios: “Cada vez que iba a buscar un libro me tardaba hora y pico desde donde vivía hasta la biblioteca. Medía los sitios y determinaba cuántas veces podía ir. Por ejemplo, si quería ver a alguien pensaba si eran dos o tres horas y decidía si podía o no”.
En aquellos encuentros con Cabrujas o Lancini en Pérez Bonalde no pasaba por la cabeza de Borges la idea de destacarse como artista, solo quería aprender y pintar. Allí conoció personas que estudiaban entre los que incluso hubo alguien que se convirtió en banquero. Su relación más cercana fue con el dramaturgo porque era el más artista: “Lo visitaba donde montaba obras. Iba a los ensayos y me sentía identificado con él”.
La disciplina se la debe a un momento crucial en su vida. De niño, le pidió a un compañero que le prestara el dibujo de un barquito que había hecho. Él se negó acusándolo de que lo quería plagiar. A partir de ese momento Borges supo que iba a ser artista plástico y nada lo sacó del camino. Aquel compañero, llamado Cuervo, años después se lo conseguiría vestido de guardia nacional.
Borges, durante sus palabras de agradecimiento en la UCAB, recordó que su vida ha sido también un tránsito que le ha llevado a donde está.
—¿Te acuerdas de mí? Querías quitarme el dibujo para decir que era hecho por ti —le dijo Cuervo a Borges.
Esa historia la contó en México y un académico le sugirió que entonces él pudo haber sido el guardia nacional y Cuervo el pintor: Es verdad. Yo fui pintor, cineasta y toda esa cosa porque me lo propuse. Lo quise hacer. Él no, él tenía un don y no se dio cuenta. Yo no tenía el don, pero tenía la tenacidad.
En mi caso, la tenacidad fue más importante. Pero no toda la gente reacciona ante eso. Yo para aprender debía tener los instrumentos de cualquier estudiante. Tú estudiaste periodismo y una metodología, luego agregaste cosas. ¿Dónde iba a aprender yo eso? No tenía dónde, debía inventarlo.
Jacobo Borges ideó el espectáculo multimedia Imagen de Caracas.
El ciclo de Borges nunca se cerró sino hasta el premio en la UCAB, insiste, pero ahora está comenzando a saber nuevamente quién es. Tampoco le importa si en algún momento se ha contradicho porque eso significa que está vivo y que es un artista que no ha terminado.
Mi formación fue como caminar en un bosque. Todo ese primer momento fue a pie. Caminé como explorador en tierras desconocidas, me preguntaba por qué estaba aquí. Descubrí sitios y personas que me introdujeron al conocimiento. Aquellos encuentros fueron de diferentes maneras, algunas veces casuales, y otras los busqué yo.
El estar es impreciso para Jacobo. Prefiere mantenerse en movimiento, haciendo y destruyendo objetos, materiales o pintura, terminar las cosas le genera una angustia tremenda. La vida la entiende como un eterno fracaso en la que se cae y levanta una y otra vez.
Isaac González Mendoza (@IsaacGMendoza) – El Nacional
Hoy, a los 93 años, sigue caminando y pintando. No flaquean sus piernas al bajar calmado unas escaleras y en su taller, repleto de materiales, pintura y cuadros que construyen una suerte de laberinto o bosque, se pasea con la naturalidad de un muchacho.
ResponderBorrar