El origen en la creencia de la refundación de la patria como paso final de la patria mítica, se explica a partir del mito de la revolución inconclusa. Ana Teresa Torres.
Hay que dejar atrás el pesimismo y la frustración. Continuar la lucha por la democracia y la libertad es lo que se impone. Los análisis deben hacerse de manera autocrítica pero no flagelantes, tenemos que mirar siempre adelante. Si se quiere hacer política de altura debemos sacudirnos los lamentos por los sufrimientos y las derrotas. Por el contrario, es necesario asumir con mucho entusiasmo y prudente optimismo lo que ha sido una gran victoria política de la oposición democrática: el advenimiento ejemplar del liderazgo de María Corina Machado y el triunfo aplastante del Dr. Edmundo González Urrutia como Presidente electo.
La victoria política se manifiesta en varios órdenes. Primero, en el espacio político conquistado el cual se amplió grandemente, gracias al espíritu unitario que prevaleció. Segundo, nos deslastramos definitivamente del manido remoquete de golpistas y desestabilizadores ya que fueron elecciones convocadas por el régimen y las ganamos limpiamente por un márgen considerable de votos de acuerdo con las actas levantadas en cada centro de votación. Tercero, quedó demostrado que el chavismo, el madurismo y seguidores no son dueños del país ni tienen el monopolio del afecto popular.
Existen ahora nuevas exigencias históricas que de ser atendidas diligentemente, rendirán sus frutos en el futuro. Una de ellas es conservar la unidad con respeto a la diversidad que es la mayor expresión de la democracia. La otra exigencia, es mantener la cohesión para la acción, es decir, acercarse a las clases populares para la defensa de sus derechos ciudadanos, denunciar las arbitrariedades y atropellos del poder y dar a conocer el conjunto de propuestas concretas y factibles como alternativas para la solución viable de sus seculares problemas.
Por último, cumplir con lo que la sociedad venezolana está reclamando: un liderazgo serio, confiable, honesto, sincero y capaz, vale decir, un liderazgo sustentado en valores; un liderazgo que no aspire a la sumisión de su pueblo sino al compromiso con la patria, con la familia, con la libertad y la democracia, o lo que es lo mismo, un compromiso con el futuro adquirido por la inmensa mayoría de los venezolanos.
Con mucha razón Confucio expresaba: “Cuando veas a un hombre bueno, trata de imitarlo; cuando veas a un hombre malo, examínate a ti mismo.” Son nuestras acciones y no nuestras palabras las que determinan nuestro carácter. Se trata de poner en práctica nuestra paciencia que es lo que nos ha permitido que no se manifieste en nosotros un conflicto existencial interno, aunque sí se ha manifestado en muchos, caracterizado por la ansiedad, la angustia y en último grado, la desesperación.
No obstante, tenemos que sacudirnos el miedo que si bien nos aparta de las derrotas, también nos aparta de las victorias. Es obvio que después de tantos años de prédica de odio y de incitación a la violencia no podemos confiar en quienes consideran a la iglesia católica como un tumor; a los curas como unos diablos con sotanas; al Tribunal Supremo de Justicia como una plasta y a sus adversarios como escuálidos y vendepatrias con los cuales hay que acabar.
Por todas esas razones y muchas más, necesitamos de un liderazgo fuerte, valiente, creíble, capaz, honesto, sincero, responsable, reflexivo, que nos ayude a disipar cualquier duda o confusión para poder pasar a las acciones que se requieren con la seguridad de que seremos victoriosos.
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