Para quienes como la ministra de Defensa, Margarita Robles, no les cabía duda de que el régimen chavista es una dictadura, la detención de dos ciudadanos españoles que han sido acusados de espionaje en ese país, copiando las más terribles prácticas de la Rusia de Vladímir Putin, no habrá sido una sorpresa. Sí lo será para su colega, el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, quien evitó melindrosamente definir como tal al Gobierno de Nicolás Maduro, responsable directo del exilio de casi ocho millones de personas. Precisamente este éxodo es lo que llevó a Robles a definirlo de manera tan rotunda e indubitada, cuestión que por lo visto ha causado fricciones dentro del Ejecutivo de Pedro Sánchez que consideran que se le ha dado una baza a la oposición.
Lo que sí ha llamado la atención es la rapidez con que el régimen –de la mano de Diosdado Cabello, el verdadero hombre fuerte– se ha despojado de la careta con que pretendía hacerse pasar por demócrata. Los hechos se han sucedido vertiginosamente. El domingo 8 de septiembre llegó a España en busca de asilo, Edmundo González, el vencedor de las elecciones del 28 de julio. El miércoles, la Asamblea venezolana pidió que se rompieran relaciones con España después de que el Congreso instara al Ejecutivo a reconocer la victoria de González. Tras las palabras de Robles, el jueves, Caracas dijo que llamaba a consultas a su representante en Madrid y convocó al embajador español para protestar. El sábado se confirmó la detención de los dos españoles, originarios de Bilbao, a los que se acusa de participar en un complot de la CIA norteamericana con participación del CNI español. Resulta espeluznante comprobar que ambos ya estaban en manos de los servicios de inteligencia del régimen antes de que González llegara a Madrid, puesto que sus familiares denunciaron su desaparición a la Ertzaintza el lunes 9 de septiembre.
La impostura de Maduro, Cabello y los hermanos Rodríguez –Delcy, vicepresidenta, y Jorge, presidente del Parlamento–, fingiendo que se comportarían democráticamente ha durado un mes y medio. Querían engañar a algunos incautos al tiempo que brindaron un punto de apoyo a sus defensores en los medios de comunicación, la academia y las redes sociales. ¿Por qué un líder de izquierdas como el chileno Gabriel Boric no ha titubeado en calificar de dictadura al régimen venezolano? Porque Boric sabe que la mano de Cabello es larga y capaz de actuar impunemente en el extranjero. Como el resto de los chilenos, ha adivinado la mano homicida del régimen tras la muerte del teniente venezolano Ronald Ojeda, detenido en Santiago de Chile por agentes venezolanos que se hicieron pasar por policías chilenos.
Sabíamos que la política exterior de España no debía ser utilizada como elemento de confrontación interna. Hay numerosas pruebas de que Sánchez ha roto unilateralmente el consenso que existía y ahora el país está pagando por ello, mostrando debilidad. Que Maduro se atreva a detener a ciudadanos españoles echando mano de una novela de espías es una muestra de que ve grietas en nuestra sociedad. Pero los socialistas deben asumir, aunque la izquierda radical frunza el entrecejo, que Venezuela es una dictadura y que el PP, que también ha mostrado alguna inconsistencia en esta crisis, no traiciona a las empresas españolas cuando promueve el reconocimiento institucional de la victoria de González. El punto débil del régimen son las divisas que está recibiendo por la venta del petróleo, de ahí las deferencias que dedica a la petrolera Repsol. El Gobierno de Sánchez debe dejar ya de comprar petróleo a Venezuela y promover a nivel europeo un endurecimiento de las sanciones a los jerarcas de ese régimen.
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