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(Notas de un conversatorio con Fernando Mires y John Magdaleno).
El centro no goza en la historia de buena prensa. Apareció en un escenario parlamentario, pero dentro de una Francia en explosión contra los privilegios feudales.
Cuando el 1 de octubre de 1791 se instala la Asamblea Legislativa, los diputados se agrupan según sus oposiciones: a la derecha los defensores de la monarquía constitucional; a la izquierda, dividida en dos ramas, los promotores de la República y en medio de todos ellos, los partidarios de realizar los cambios con moderación y estabilidad. Esta ubicación espacial es, desde entonces, inherente al concepto.
Ese origen determina dos percepciones. La visualización topológica del centro como el medio respecto a puntos extremos. Y su condición referenciada o derivada de otros conceptos principales. El centro no funda, suple una intermediación.
El centro de las políticas de centro es canalizar diferencias, suavizar la frontalidad, amortiguar choques y amellar el contraste de intereses y posiciones. Su método disuelve los ángulos excluyentes del conflicto para armonizar síntesis.
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No le resulta fácil ni aproximar (función pasiva) ni dominar (función activa) a las posiciones excluyentes. Menos en un clima de polarización política y emocional. Su empeño en construir equilibrios le ha ganado los calificativos de oscilante, indefinido, oportunista. En su forcejeo con los extremos, su destino parece ser debilitarse.
Es asiento propicio a la unidad porque apela al diálogo y al acuerdo. Pero no su asiento exclusivo porque la política no es solo convivencia, ni esta pura coexistencia vacía de pugnas entre distintos intereses. Si la política existiera sólo en el centro, como a veces algunos afirman, entonces políticos y partidos adscritos a esa posición serían los virtuosos para hacerla. Lo cual resultaría un extremismo.
Las políticas de centro pueden resultar convenientes para los dos polos en lucha, sea porque contribuyan funcionalmente al fortalecimiento del polo dominante; sea porque ayuden al polo dominado a disminuir, la intensidad o frecuencia de los ataques del polo dominante. Es un recurso generador de fortalezas o al cual hay que apelar para lograr soluciones requeridas por el país.
En condiciones democráticas la política de centro forma parte del desempeño electoral, en cuanto que el voto sea el criterio de distribución del poder. A medida que crece la clase media y la satisfacción de una población, los partidos rebajan sus diferencias programáticas para ofrecer una gestión de gobierno “atrapa todos”. Anteponen el término centro a su definición original.
Pero en condiciones autoritarias una política de centro puede proteger frente al desborde represivo o alimentar una estrategia de estímulo a sectores moderados en el bloque dominante y de acumulación de condiciones competitivas con las ventajas ilegales del poder. Su extravío es ceder a la cooptación.
Hay que subrayar distinciones, centro es todo lo que no es extremismo. Pero extremismo no es radicalismo. El extremismo no va a la raíz de la crisis sino a sus efectos. Alberga otro extravío: la ilusión de una solución instantánea del conflicto, sin día después y sin estrategia para conservar gobernabilidad. Puede haber radicalidad en el centro.
El centro no es sólo posición, también relación. No es sólo coexistencia, sino también antagonismo. Su eficacia depende de aumentar su dimensión social, acompañar las luchas por derechos sociales y políticos, promover entendimientos con resultados. Sin defensa de los intereses de la gente, la política se aísla y sucumbe.
El centro puede ser un medio para debilitar las bases del poder, desarrollar condiciones de cambio, incluida la posibilidad de transición y gobernabilidad compartida. Pero también una conciliación sin reformas ni avances.
Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
El centro puede ser un medio para debilitar las bases del poder, desarrollar condiciones de cambio, incluida la posibilidad de transición y gobernabilidad compartida. Pero también una conciliación sin reformas ni avances.
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