El tema de las elecciones presidenciales de 2024 es motivo de burla por parte del régimen, que parece decir: “…Yo soy tan poderoso, que me doy el lujo de poner en duda cuando habrá un nuevo proceso electoral’, provocación cínica que nos recuerda la letra del tango, “Mano a Mano”: “Como juega el gato maula con el mísero ratón…”.
En todo caso, flota en el ambiente el tema; incluso se asoman ya algunos candidatos opositores−rápidamente desmentidos por los interesados o sus allegados− y es motivo de angustia, desesperación y los consabidos argumentos en contra por parte de los sempiternos partidarios de la no participación, los negacionistas de la vía electoral.
La participación en las elecciones del 2024 implica examinar, por lo menos, tres temas: La selección de un candidato único por un mecanismo aceptado por todos; la unidad de los partidos, previa revisión, legitimación o reorganización de los mismos y sus líderes; y una oferta electoral, propuesta o programa, que entusiasme al país. Imposible por lo complejo y extenso de cada uno de estos temas, tratarlos en conjunto, los abordaré en partes, con la seguridad de que aun así quedarán muchos aspectos por fuera.
Comencemos por el de la unidad y el candidato unitario
La necesidad de la unidad para enfrentar el régimen es algo que muy poca gente discute; por eso sorprendió a algunos mi afirmación −en el artículo de la semana pasada, Camino al 2024, al calificar como mito la falta de unidad, sobre todo en lo que a un candidato único se refiere. En efecto así lo creo. La falta de unidad nos ha perjudicado para ganar referendos, curules en elecciones parlamentarias, o algunos cargos de alcaldes y gobernadores, pero nunca hemos tenido ese problema en lo que a un candidato presidencial se refiere.
Porque en las elecciones presidenciales, bien sea por acuerdo opositor o por polarización política del país, siempre hemos tenido un candidato único, con opción, al menos. Y aunque han surgido algunos que han pretendido disputar esa condición de candidato opositor al candidato “oficial”, por llamarlo de alguna manera, siempre que eso ha ocurrido, el propio pueblo se ha encargado de ponerlos en su sitio, dejándolos con una escasa votación.
Ni siquiera en la muy reñida votación del año 2013 (Maduro-Capriles), la aparición de candidatos distintos al oficialista y al candidato “oficial” de la oposición, privó a este último del triunfo; sumando todos los votos distintos a los del candidato oficial al candidato Capriles, solo se reducía la brecha en 0,24%, que aún no era suficiente para derrotar al candidato del régimen −aun haciendo abstracción que ese haya sido el resultado correcto, que es lo que creo, aunque algunos lo dudan−. Así, en el tema del candidato único, posiblemente hay que evaluar que impacto tiene, en su falta de penetración y profundidad en el pueblo, el tema de la forma en que se ha seleccionado.
En las elecciones presidenciales, desde 1998, se han enfrentado tres fuerzas, bastante simétricas: el oficialismo, que siempre ha salido victorioso; un sector mayoritario de la oposición democrática, que ha logrado oponerse con una cierta fuerza, apoyando a un candidato único; y un sector abstencionista, indiferente, engrosado a veces porque la oposición democrática decide jugarse esa alternativa. Aunque siempre ha sido un solo candidato opositor, con opción, no siempre eso ha ocurrido por decisión política de los partidos opositores, sino como efecto de la presión externa y la polarización. Veamos los casos.
– Para la elección presidencial del 6 de diciembre de 1998, el candidato único de la oposición, por efecto de la “polarización” fue Henrique Salas Römer; su designación como candidato único se logró gracias a un consenso, agónico, in articulo mortis, de los principales partidos políticos democráticos de la época, ante la amenaza del triunfo de Hugo Chávez Frías, que retiraron sus candidatos y apoyaron a Salas Römer. De esta forma obtuvo el 39,9% de los votos, un 16% por debajo de Hugo Chávez Frías. La abstención en ese proceso electoral fue del 36,5%.
– La elección presidencial del 30 de julio del año 2000 fue en realidad una prolongación de la elección presidencial de 1998, del “quino” de la constituyente de 1999 y de la aprobación de la novísima Constitución bolivariana el 15 de diciembre de ese mismo año. La oposición no tuvo un candidato “oficial” para esa elección, pero el electorado opositor se decantó o polarizó en favor de Arias Cárdenas, que logro el 37,5%, 22 puntos por debajo de Chávez Frías, nuevamente candidato oficial, quien obtuvo en esa oportunidad el 59,7% de los votos, su mejor resultado en todos los procesos en los que participó. La abstención fue del 43,6%, una de las más altas de la historia electoral del país, superada solamente en la elección de 2018, que fue del 53,9%, según cifras oficiales.
– En el año 2006, el 3 de diciembre, el candidato opositor fue Manuel Rosales, seleccionado por consenso después que varios otros se retiraran de la contienda, en favor de su candidatura unitaria; Manuel Rosales obtuvo el 36,9% de los votos, la diferencia a favor del régimen fue de 25 puntos, pero se consideró una notable recuperación de la oposición democrática, que salía además de varios años de inútil y dañina abstención electoral y del fracaso del referendo revocatorio de 2004. La abstención en esa oportunidad fue del 25,3%.
– En 2012, en las elecciones presidenciales del 7 de octubre, el candidato opositor fue Henrique Capriles, seleccionado en un proceso de primarias a la que llegaron al final cinco candidatos (Leopoldo López se retiró y declinó su candidatura a favor de Capriles). En esa elección de 2012, con un Chávez explotando la enfermedad que lo llevaría a la tumba, la diferencia con Capriles se redujo a menos de 11 puntos; Chávez Frías obtuvo el 55% de los votos, mientras que Capriles obtuvo el 44,3% nos comenzamos a recuperar, pues habíamos tenido un buen resultado en las elecciones de la Asamblea Nacional de 2010, en donde la oposición, en realidad, tuvo una votación más alta que la del régimen −más de millón y medio de votos por encima− pero nos arrebataron muchos diputados, por la manipulación de los circuitos electorales.
– En la elección del 14 de abril de 2013, el candidato opositor fue Henrique Capriles, quien se enfrentó a Nicolás Maduro; la selección de Capriles se dio por consenso y por su aceptación del reto de enfrentar la maquinaria del régimen, con apenas un mes de preparación, tras el fallecimiento del Presidente en funciones, Hugo Chávez Frías, quien lo había derrotado seis meses antes; en esa elección, como dije más arriba, la diferencia fue de apenas el 1,49% de los votos. (Todavía hay gente hoy que no acepta ese resultado, empezando por el propio Capriles, quien ahora duda, pero en ese momento no dio el paso de retar a fondo ese resultado).
– El 20 de mayo de 2018, tras la debacle de 2017 −recolección de firmas con las que no se hizo nada, protestas con casi 100 muertos, etc. − la oposición democrática no participó en esa elección, ni en la de Asamblea Nacional de 2020.
Los hechos son claros, inútil negarlos. Hemos tenido un candidato único en todos esos procesos, no nos ha faltado la unidad, pero creo que la abstención nos ha privado de haber obtenido un mejor resultado. ¿Qué hubiera pasado si esos números de la abstención se hubieran sumado al candidato opositor y éste hubiera ganado? ¿Se hubiera respetado ese triunfo? No lo sé. Esa es precisamente la gran incógnita que nunca podremos resolver, al menos no, mirando por el espejo retrovisor. No insistiré nuevamente en el tema, baste recordar que la abstención siempre ha estado por encima del 20%, y ha sido un factor decisivo. Pero no el único.
Eso nos lleva, a la necesidad de evaluar otros factores. Por ejemplo, ¿Por qué en la definición de una política frente al tema electoral no se ha logrado la misma unidad que para definir un candidato? ¿Por qué no hemos dado con un mensaje −propuestas y planes hemos tenido− que haya logrado, por una parte, romper con la coraza de indiferencia de quienes se abstienen y por la otra, convencer de su error a aquellos que tras 23 años de fracasos y miseria continúan votando por el régimen?
En la falta de “penetración” del candidato han jugado seguramente un papel importante los partidos políticos y sus líderes, como “equipo” que acompaña a ese candidato, que tampoco han demostrado tener la penetración y aceptación popular suficiente. De allí que el tema, que muchos claman, de la necesaria reorganización y actualización de partidos y líderes, sea un tema primordial a ser analizado.
Politólogo
El tema de las elecciones presidenciales de 2024 es motivo de burla por parte del régimen, que parece decir: “…Yo soy tan poderoso, que me doy el lujo de poner en duda cuando habrá un nuevo proceso electoral’, provocación cínica que nos recuerda la letra del tango, “Mano a Mano”: “Como juega el gato maula con el mísero ratón…”.
En todo caso, flota en el ambiente el tema; incluso se asoman ya algunos candidatos opositores−rápidamente desmentidos por los interesados o sus allegados− y es motivo de angustia, desesperación y los consabidos argumentos en contra por parte de los sempiternos partidarios de la no participación, los negacionistas de la vía electoral.
La participación en las elecciones del 2024 implica examinar, por lo menos, tres temas: La selección de un candidato único por un mecanismo aceptado por todos; la unidad de los partidos, previa revisión, legitimación o reorganización de los mismos y sus líderes; y una oferta electoral, propuesta o programa, que entusiasme al país. Imposible por lo complejo y extenso de cada uno de estos temas, tratarlos en conjunto, los abordaré en partes, con la seguridad de que aun así quedarán muchos aspectos por fuera.
Comencemos por el de la unidad y el candidato unitario
La necesidad de la unidad para enfrentar el régimen es algo que muy poca gente discute; por eso sorprendió a algunos mi afirmación −en el artículo de la semana pasada, Camino al 2024, al calificar como mito la falta de unidad, sobre todo en lo que a un candidato único se refiere. En efecto así lo creo. La falta de unidad nos ha perjudicado para ganar referendos, curules en elecciones parlamentarias, o algunos cargos de alcaldes y gobernadores, pero nunca hemos tenido ese problema en lo que a un candidato presidencial se refiere.
Porque en las elecciones presidenciales, bien sea por acuerdo opositor o por polarización política del país, siempre hemos tenido un candidato único, con opción, al menos. Y aunque han surgido algunos que han pretendido disputar esa condición de candidato opositor al candidato “oficial”, por llamarlo de alguna manera, siempre que eso ha ocurrido, el propio pueblo se ha encargado de ponerlos en su sitio, dejándolos con una escasa votación.
Ni siquiera en la muy reñida votación del año 2013 (Maduro-Capriles), la aparición de candidatos distintos al oficialista y al candidato “oficial” de la oposición, privó a este último del triunfo; sumando todos los votos distintos a los del candidato oficial al candidato Capriles, solo se reducía la brecha en 0,24%, que aún no era suficiente para derrotar al candidato del régimen −aun haciendo abstracción que ese haya sido el resultado correcto, que es lo que creo, aunque algunos lo dudan−. Así, en el tema del candidato único, posiblemente hay que evaluar que impacto tiene, en su falta de penetración y profundidad en el pueblo, el tema de la forma en que se ha seleccionado.
En las elecciones presidenciales, desde 1998, se han enfrentado tres fuerzas, bastante simétricas: el oficialismo, que siempre ha salido victorioso; un sector mayoritario de la oposición democrática, que ha logrado oponerse con una cierta fuerza, apoyando a un candidato único; y un sector abstencionista, indiferente, engrosado a veces porque la oposición democrática decide jugarse esa alternativa. Aunque siempre ha sido un solo candidato opositor, con opción, no siempre eso ha ocurrido por decisión política de los partidos opositores, sino como efecto de la presión externa y la polarización. Veamos los casos.
– Para la elección presidencial del 6 de diciembre de 1998, el candidato único de la oposición, por efecto de la “polarización” fue Henrique Salas Römer; su designación como candidato único se logró gracias a un consenso, agónico, in articulo mortis, de los principales partidos políticos democráticos de la época, ante la amenaza del triunfo de Hugo Chávez Frías, que retiraron sus candidatos y apoyaron a Salas Römer. De esta forma obtuvo el 39,9% de los votos, un 16% por debajo de Hugo Chávez Frías. La abstención en ese proceso electoral fue del 36,5%.
– La elección presidencial del 30 de julio del año 2000 fue en realidad una prolongación de la elección presidencial de 1998, del “quino” de la constituyente de 1999 y de la aprobación de la novísima Constitución bolivariana el 15 de diciembre de ese mismo año. La oposición no tuvo un candidato “oficial” para esa elección, pero el electorado opositor se decantó o polarizó en favor de Arias Cárdenas, que logro el 37,5%, 22 puntos por debajo de Chávez Frías, nuevamente candidato oficial, quien obtuvo en esa oportunidad el 59,7% de los votos, su mejor resultado en todos los procesos en los que participó. La abstención fue del 43,6%, una de las más altas de la historia electoral del país, superada solamente en la elección de 2018, que fue del 53,9%, según cifras oficiales.
– En el año 2006, el 3 de diciembre, el candidato opositor fue Manuel Rosales, seleccionado por consenso después que varios otros se retiraran de la contienda, en favor de su candidatura unitaria; Manuel Rosales obtuvo el 36,9% de los votos, la diferencia a favor del régimen fue de 25 puntos, pero se consideró una notable recuperación de la oposición democrática, que salía además de varios años de inútil y dañina abstención electoral y del fracaso del referendo revocatorio de 2004. La abstención en esa oportunidad fue del 25,3%.
– En 2012, en las elecciones presidenciales del 7 de octubre, el candidato opositor fue Henrique Capriles, seleccionado en un proceso de primarias a la que llegaron al final cinco candidatos (Leopoldo López se retiró y declinó su candidatura a favor de Capriles). En esa elección de 2012, con un Chávez explotando la enfermedad que lo llevaría a la tumba, la diferencia con Capriles se redujo a menos de 11 puntos; Chávez Frías obtuvo el 55% de los votos, mientras que Capriles obtuvo el 44,3% nos comenzamos a recuperar, pues habíamos tenido un buen resultado en las elecciones de la Asamblea Nacional de 2010, en donde la oposición, en realidad, tuvo una votación más alta que la del régimen −más de millón y medio de votos por encima− pero nos arrebataron muchos diputados, por la manipulación de los circuitos electorales.
– En la elección del 14 de abril de 2013, el candidato opositor fue Henrique Capriles, quien se enfrentó a Nicolás Maduro; la selección de Capriles se dio por consenso y por su aceptación del reto de enfrentar la maquinaria del régimen, con apenas un mes de preparación, tras el fallecimiento del Presidente en funciones, Hugo Chávez Frías, quien lo había derrotado seis meses antes; en esa elección, como dije más arriba, la diferencia fue de apenas el 1,49% de los votos. (Todavía hay gente hoy que no acepta ese resultado, empezando por el propio Capriles, quien ahora duda, pero en ese momento no dio el paso de retar a fondo ese resultado).
– El 20 de mayo de 2018, tras la debacle de 2017 −recolección de firmas con las que no se hizo nada, protestas con casi 100 muertos, etc. − la oposición democrática no participó en esa elección, ni en la de Asamblea Nacional de 2020.
Los hechos son claros, inútil negarlos. Hemos tenido un candidato único en todos esos procesos, no nos ha faltado la unidad, pero creo que la abstención nos ha privado de haber obtenido un mejor resultado. ¿Qué hubiera pasado si esos números de la abstención se hubieran sumado al candidato opositor y éste hubiera ganado? ¿Se hubiera respetado ese triunfo? No lo sé. Esa es precisamente la gran incógnita que nunca podremos resolver, al menos no, mirando por el espejo retrovisor. No insistiré nuevamente en el tema, baste recordar que la abstención siempre ha estado por encima del 20%, y ha sido un factor decisivo. Pero no el único.
Eso nos lleva, a la necesidad de evaluar otros factores. Por ejemplo, ¿Por qué en la definición de una política frente al tema electoral no se ha logrado la misma unidad que para definir un candidato? ¿Por qué no hemos dado con un mensaje −propuestas y planes hemos tenido− que haya logrado, por una parte, romper con la coraza de indiferencia de quienes se abstienen y por la otra, convencer de su error a aquellos que tras 23 años de fracasos y miseria continúan votando por el régimen?
En la falta de “penetración” del candidato han jugado seguramente un papel importante los partidos políticos y sus líderes, como “equipo” que acompaña a ese candidato, que tampoco han demostrado tener la penetración y aceptación popular suficiente. De allí que el tema, que muchos claman, de la necesaria reorganización y actualización de partidos y líderes, sea un tema primordial a ser analizado.
Politólogo
De allí que el tema, que muchos claman, de la necesaria reorganización y actualización de partidos y líderes, sea un tema primordial a ser analizado.
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