Twitter: @AmericoMartin
Fidel Castro era un hombre de acción, pero también de vacías frases para el bronce. Acuñó varias que pronto ganaron nombradía. Estaba el caudillo cubano en la cima de la popularidad, en olor de santidad, digamos, aunque de santo había dado repetidas pruebas de no tener nada. Patria o muerte fue la más notable, pese a que su revolución ya había recibido azotes de realidad.
Los barbudos ya habían hecho del «paredón» un arma de miedo y, no obstante, la rutina, la costumbre y el deseo de presentarse como modelo de militante leal a las consignas de turno. Pero no es dable imaginar que tan pobres mecanismos sean efectivos.
El caso ahora es que con el despertar de la disidencia cubana ha sido, igualmente, el punto de partida de una reactivación sorprendente de la lucha por la democracia y la libertad.
Casi por una brusca toma colectiva de consciencia, dada la intimidante atmósfera de sumisión y temor todavía imperantes, es también una vigorosa respuesta popular que anticipa la organización de una fuerza de cambio, en plan de abrirse paso en el cerrado sistema totalitario todavía imperante. Por eso hay que recibir como un excelente síntoma que de las gargantas de los cubanos haya emanado la muy apropiada consigna de Patria y vida, recibida con alegría y espíritu de reto, aparte de convertirse en la opción posible contra la oscura bandera de la muerte y, mejor aún, contra la intensificación de la represión y la multiplicación de asesinatos de portadores de disidencia que se expanden con alarmante rapidez.
*Lea también: Régimen letal, por Roberto Patiño
¿Cómo saldrán Cuba, Venezuela, Nicaragua y otras naciones sometidas a semejantes condiciones?
Los signos expuestos reflejan el avance de una corriente de cambio en libertad, a la que hay que proporcionarle rápido y, sobre todo, eficiente respaldo. No se peca de optimista irremediable al afirmar que lo ya logrado en las impresionantes jornadas de Cuba parece francamente irreversible.
En las alturas del poder todo el espacio parece ocupado por robustos elefantes que se empujan unos a otros sin, por ahora, derribarse. No hay que conformarse con menos que un cambio democrático susceptible de abrir un nuevo capítulo de la historia.
Lo interesante es que la abrumadora y polifacética crisis, pese a su carácter hondamente regresivo, asoma un ángulo nítidamente vanguardista —califiquémoslo de esa manera— por su previsible impacto en las duras realidades del zarandeado continente. Tal como los fenómenos regresivos se intercomunican y son arrastrados en la decadencia, también lo hacen los procesos de auge. Se puede esperar que las señales positivas se retroalimenten en dinámicas de recuperación y alza.
El ímpetu de la cierta rebelión popular no se confina a determinados sectores sociales, partidos políticos. Comenzaría en ellos, pero se propuso dar y dio pasos más audaces y, por ende, de más consistente potencial de cambio. Especialmente llamativo y sorprendente el caso de los militares de alta graduación que han muerto sin que nadie pueda explicar en forma convincente por qué ocho generales de las FAR han fallecido, misteriosamente, uno tras otro. Se pretendió atribuirle esa hecatombe a la pandemia, pero ni un alma suscribió tan peregrina y oportunista tesis. El tiempo sigue corriendo y la desinformación continúa.
En paralelo de tan delicada tragedia, las inesperadas declaraciones del presidente Miguel Díaz-Canel han sido no menos descabelladas. En lugar de apaciguar reacciones, hizo un llamado al «pueblo revolucionario» de Cuba a disponerse a salvar la vigencia del castrismo, lo que encrespó los ánimos en su contra.
Díaz Canel es uno de los coautores de la línea estratégica elaborada en el VI Congreso del PCC, bajo la dirección de Raúl Castro, cuyos objetivos fundamentales son la apertura de la economía en una operación que recuerda el socialismo de mercado de China que, por cierto, ha colocado a esa potencia en los linderos del capitalismo. Y el segundo gran objetivo de la estrategia de Raúl Castro y sus estrechos colaboradores es democratizar en lo posible el cerrado y hermético sistema político cubano.
Es obvio que el liderazgo de Díaz Canel tenía que irritar a la población, así como los presuntos asesinatos de oficiales de la más elevada graduación han debido suscitar mucho malestar.
Todo lo que puede agregarse es que con disparates políticos o sin ellos, los dirigentes nuevos y viejos están obligados a devolverle la tranquilidad al pueblo, desterrando los métodos represivos, y abrir con energía las puertas del mercado y a respetar los derechos humanos.
Seguir el ejemplo del fenómeno chino supone emprender en Cuba una masiva venta de empresas del Estado a la iniciativa privada, lo que equivaldría a intentar repetir lo que han hecho de aquel vasto país, el que ha llegado más lejos en el mundo en lo concerniente a la desestatización de empresas públicas. Por supuesto, para coronar semejante obra, habría que brindar lo que todavía está en mora en la superpoblada nación asiática. Estoy pensando en la urgencia de garantizar los derechos humanos, en la medida en que lo hacen las naciones democráticas de Occidente.
Américo Martín es abogado y escritor.
En las alturas del poder todo el espacio parece ocupado por robustos elefantes que se empujan unos a otros sin, por ahora, derribarse. No hay que conformarse con menos que un cambio democrático susceptible de abrir un nuevo capítulo de la historia.
ResponderBorrar