En dichos escritos, basado en noticias de actualidad, disertaba sobre cómo el autoritarismo y la normalización del fenómeno político, se habían hecho parte de nuestra cotidianidad como ciudadanos, independientemente de si nuestros gobiernos se encontraban más cerca de los polos de la derecha o la izquierda, la autocracia o la institucionalidad democrática.
Sobre esos escritos, les recuerdo ejemplos como el autocrático caso de Guatemala. Un gobierno de clara derecha y cierta institucionalidad preservada, donde un “preocupado” presidente Giammattei, prohibía a través del congreso nacional protestas en su contra, porque podían significar un peligro para la transmisión del COVID, dada la inevitable aglomeración de ciudadanos. Según Giammattei, había que cuidar a la gente de sí misma y su ímpetu democrático, no los fuera a conducir a un cadalso sanitario.
Otro ejemplo, en este caso de surrealismo político, es en nuestro país, donde apresamos porque sí, sólo porque sí, a políticos, como el opositor Freddy Guevara, mientras un ya connotado y célebre criminal y asesino, como el “Koki”, se daba el lujo de colocar en estado de sitio a Caracas, debido a una suerte de guerra armada entre su banda y las autoridades nacionales. Además, dicho antisocial quien sigue por allí, “suelto y libre”, tilda en las redes sociales al presidente Maduro de inútil, por no poder capturarlo. Todo lo relatado, dentro de la compresión cotidiana de un “orden natural”, como si estuviéramos ante algo totalmente normal.
Borg y la piñata
La semana pasada, un buen amigo noruego, Borg, quien ha recorrido la mitad del mundo como residente o visitante, ya que trabaja en una importante institución multinacional, estaba por primera vez en Caracas, y por añadidura en Latinoamérica.
Borg, a quien había conocido en mis tiempos de estudios en USA, tenía el fin de semana libre y tuvo la bondad de acompañarme a una piñata. Sí, a una piñata. Una de esas fiestas del más bajo infierno de Dante, a las que la mujer de uno, lo arrastra, usando como excusa, que uno como padre nunca comparte con el niño.
Las mamás se aglomeran, chismeando y mostrando sus mejores galas, mientras los muchachitos corren sudados de acá para allá, en círculos, imparables, frenéticamente, y sin destino, como si cada uno hubiera bebido un litro de Red Bull, en lo que hoy llaman elegantemente un sugar rush.
Ya con la reconfortante compañía de Borg, quien no habla nada, nadita de español, y no entendía ni un poquito de lo que estaba pasando, se me hacía más liviano el rato, mientras conversábamos de nuestro país, de Noruega y las costumbres de ambos.
Borg me estaba contando del sistema noruego de gobierno, y súbitamente una turba que realmente asustaba, tanto de adultos como niños, salió corriendo al grito de “piñata”, “piñata”. Borg espantado también corría a toda prisa y me gritaba desesperado en inglés: ¿qué pasa?, ¿qué dicen?, esto, con una cara de pánico porque pensaría que un cuerpo de seguridad tipo los noruegos, venía a reprimirnos por el “corona party” en el que estábamos metidos.
Por fin, cuando pude alcanzarlo, lo agarré por un brazo y le dije, ¡quédate quieto!, ¡no pasa nada!, sólo están llamando para romper la piñata. Le recordé además, que en un buen número de países latinoamericanos se usaba una piñata en diferentes celebraciones, como la que se veía en las películas mexicanas.
Ya calmado, miraba con cara de incredulidad, como los niños en una fila desordenada, esperaban su turno para destrozar a palos a una “princesa gigante de cartón”. Después puso cara de horror cuando desgarraban el voluptuoso cuerpo forrado de papel crepé rosado, así como cuando se lanzaban al piso y se golpeaban entre los niños –y algunas mamás-, para hacerse de los “perolitos” y las golosinas. Al poco rato, tras cantar el cumpleaños, y repartir el condumio tradicional, dieron a cada niño una bolsa con el tradicional cotillón
Borg me preguntaba si las decenas de regalos para el agasajado eran algo normal en las fiestas de cumpleaños venezolanas. Le contesté que una fiesta de este tipo era posible en las clases sociales acomodadas.
El Populismo
Me contaba Borg, que los cumpleaños de los niños en Noruega eran usualmente en la escuela, y solo ameritaban la presencia de los padres del niño agasajado, la maestra y sus compañeros. Raramente se celebraban familiarmente. En ambos casos, las celebraciones duraban un par de horas, se cantaba cumpleaños con un sencillo pastel, y se daba un sólo regalo al niño.
Agregó además, que en los diferentes países que había asistido a fiestas y celebraciones, tanto en Europa, Asia, e incluso en USA y Canadá, las celebraciones solían ser muy agradables, llenas de afecto, pero más íntimas y austeras.
De inmediato, vinieron a mi cabeza, las palabras: orden, moderación, sobriedad, rigidez, severidad, silencio, cuidado, escasez, pero con connotación negativa, no positiva.
Poco después del encuentro, no me abandonaba un pensamiento. Lo que me comentó Borg como celebración me parecía aburrido. Para mí una celebración, fuera cual fuera la razón, debía incluir ruido, movimiento, mucha gente, comida, alcohol, escándalo, exageración, afectividad y derroche. Esto, lejos de enorgullecerme, me preocupó enormemente.
Me di cuenta, que quizás yo mismo estoy atrapado, dentro de una idiosincrasia e identidad latinoamericana en la fiesta social, política y económica, que enferma a nuestros países. Primero pan y circo, mientras dure el pan. Después un rato de circo, hasta que dure la diversión. Por último, autoritarismo y represión, para contener las carencias y frustraciones colectivas, por las promesas incumplidas de nuestros gobernantes.
El populismo no es cosa nueva en el mundo, más allá de las históricas acepciones que lo califican como una corriente ideológica política y hasta económica en Rusia y EE.UU, durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX, hoy en día, la palabra populismo, se usa como sinónimo de demagogia.
El populismo demagógico, inicialmente, era propiedad casi exclusiva de los gobiernos de izquierda y de algunos regímenes de carácter nacionalista, que buscaban granjearse las simpatías de las clases populares, usando promesas y artilugios retóricos. Incluso a veces peor, pragmáticos sociópatas de izquierda o derecha, como Hitler, que captaban las frustraciones y carencias de los colectivos, para ofrecer lo imposible, matando a los estados y su gente de forma figurada y literal.
Con el paso del tiempo, en diferentes latitudes, tanto los candidatos, como los presidentes, sin importar su modelo político y económico, adoptaron sin ningún tipo de prejuicio, el populismo, la demagogia y la mentira, como el “pan y circo” necesarios para hacerse y mantenerse en el poder.
La fórmula populista, particularmente la latinoamericana, tiene componentes estándar, como si de un menú de restaurante malo se tratara. Estos componentes son usados discrecional y cínicamente, según la población-audiencia, así lo requiera:
Aumento de salarios y bonos o complementos especiales.
Baja de los precios y/o subvenciones a los alimentos y componentes de la cesta básica.
Descenso del precio de servicios básicos y combustible,
Educación gratuita o barata al mismo nivel de los colegios y universidades de las élites.
Salud gratuita.
Vivienda al alcance de todos.
Mayor equidad de oportunidades.
Descenso en los impuestos.
Incremento de la oferta del empleo y protección a los trabajadores locales sobre los extranjeros.
Mayor simetría en la distribución de los ingresos de la nación
Protección a las minorías (especialmente si su voto tiene peso),
Cuidados especiales a población vulnerable (pobres, viejos, niños).
Expulsión o restricciones a los inmigrantes ilegales que resta oportunidades a los locales
Defensa soberana y nacionalismo, y sin duda causas mayores y elevadas, tan clichés como las anteriores, pero sin duda de mayor gravitas y elegancia, tales como libertad, democracia, inclusión y diversidad, sostenibilidad y protección del medio ambiente.
Lo que nunca he tenido el chance de ver a lo largo de mi vida, es el CÓMO los candidatos y después dirigentes, pueden acometer este menú nefasto y falaz sin destruir sus naciones. Tratando de cumplir promesas políticas destruyen balanzas de pagos, políticas monetarias, mercados, arquitectura social, posibilidad de inclusión real a través de la educación, adquieren deudas impagables y todo ello, renovando promesas con el fin de mantenerse el poder, y enriquecerse de manera corrupta.
El menú populista -no es ni poco menos exclusivo de América Latina- comienza a hacerse un elemento que emerge como una fórmula universal, en diferentes puntos del orbe. Acaso, no lo tuvimos groseramente a la vista el caso de Trump en USA, así como el de la alianza PSOE-Podemos que todavía gobierna España, uno de extrema derecha y el otro, “zurdo”. Asimismo, podríamos mencionar otros ejemplos recientes europeos y asiáticos también.
Trato y trato de hacer memoria, si alguno de los mandatarios latinoamericanos actuales, ha llegado al poder sin usar estas patrañas populistas. Las mismas promesas, con diferente grado de carisma, con matices más socialistas o liberales, y me encuentro la misma y terrible realidad. Desde México a la Argentina, los 20 presidentes y regímenes que dirigen la región, son patética y cínicamente populistas.
Recordando a mi amigo Borg y tratando de hacer analogías, nuestros políticos, nuestros países, y nosotros mismos, los latinoamericanos, nos comportamos como niños frenéticos corriendo en una fiesta infantil, en espera de obsequios y golosinas. Tan solo nos organizamos en una fila mal formada, cada vez que hacemos elecciones, para elegir dirigentes que destruyen a golpes una piñata, de la que salen cada vez escasas golosinas. Esa piñata es Latinoamérica.
Recordando a mi amigo Borg y tratando de hacer analogías, nuestros políticos, nuestros países, y nosotros mismos, los latinoamericanos, nos comportamos como niños frenéticos corriendo en una fiesta infantil...
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