Entre todos los problemas de política exterior que dejó Donald Trump a Joe Biden, Venezuela es el más grave de América. Trump impuso sanciones aplastantes a Venezuela para tratar de presionar al presidente venezolano, Nicolás Maduro, para que abandonara el poder. Sin embargo, Maduro pudo aferrarse con el apoyo del liderazgo militar, mientras que los venezolanos se vieron obligados a pagar el costo de años de colapso económico debidos a una combinación de mala gestión interna y las sanciones de Estados Unidos.
Los dos resultados de las sanciones de Trump para Venezuela son una catástrofe humanitaria y un fracaso de la política exterior. Estos resultados eran predecibles, como explicamos en febrero de 2019. La administración Biden debería ayudar a Venezuela a regresar a la democracia y recuperarse del desastre económico. La clave es un acuerdo para compartir temporalmente el poder entre los actores políticos y así crear condiciones para estabilizar la economía, contener la pandemia del COVID-19, acabar con el hambre, adoptar reformas democráticas y luego avanzar hacia las elecciones nacionales.
Ese compromiso es posible, ya que Venezuela quiere y necesita salir de su aplastante crisis. No obstante, Trump torpedeó constantemente cualquier intento real de una solución negociada: sus políticas probablemente tenían como objetivo ganar el voto hispano en Florida, no una reforma para Venezuela. De hecho, al sugerir repetidamente que una opción militar estaba sobre la mesa, Trump envalentonó a una facción de línea dura de la oposición para que rechazara el compromiso político, contribuyendo a estancar la crisis.
El enfoque de Trump hacia Venezuela se explicó al público estadounidense sobre la base de varios falsos supuestos: que el ejército venezolano estaba a punto de cambiar de bando; que Maduro carecía de apoyo popular y que los aliados de Maduro, en particular China, Cuba y Rusia, carecían de interés, voluntad y medios para apoyar a su aliado. Todos estos supuestos eran erróneos, tal como era demostrable en ese momento, y también ahora.
Las sanciones de Estados Unidos se unieron a la mala gestión económica de Maduro y su predecesor, Hugo Chávez, para sumir a la economía de Venezuela en un completo colapso, en el cual ha sufrido la contracción más profunda en toda la historia económica de América Latina. El hambre se ha generalizada. El sistema de salud está en condiciones desastrosas. Y millones de venezolanos han huido del país, muchos a la vecina Colombia.
Las sanciones económicas unilaterales de Estados Unidos no provocan cambios de régimen; por el contrario, suelen convencer a los autócratas de que no tienen más remedio que aferrarse al poder, mientras que las sanciones debilitan a la oposición y a la sociedad civil. Cuanto más desesperada esté la gente por sobrevivir, más dependiente será del gobierno.
El enfoque de Biden hacia Venezuela debe partir de premisas fundamentalmente diferentes. En primer lugar, el papel de la comunidad internacional debe ser promover una solución negociada en la que las partes en el conflicto del país acuerden reformas democráticas pacíficas para resolver sus diferencias. En segundo lugar, es urgente abordar la crisis humanitaria del país. En tercer lugar, un enfoque multilateral que involucre no solo a nuestros aliados europeos sino también a China y Rusia, los patrocinadores financieros de Maduro, brindaría una solución estable y acorde con los intereses de todos los países, incluidos Venezuela y Estados Unidos.
Impulsar reformas democráticas en Venezuela no es —en absoluto— lo mismo que exigir la renuncia inmediata de Maduro o convocar elecciones presidenciales inmediatas. En sociedades profundamente divididas y marcadas por altos niveles de polarización, inestabilidad económica y sistemas presidencialistas en las que el ganador se lo lleva todo, convocar apresuradamente a elecciones puede crear muchos más problemas de los que resuelve. Las elecciones son solo un componente del retorno de Venezuela a una democracia estable, y serán de poca utilidad hasta que Venezuela no salga del caos económico actual y ambas partes hayan acordado reglas para llevar a cabo los escrutinios, contar votos y honrar los resultados. A estas alturas, Estados Unidos debería apreciar la importancia de tales consideraciones.
La administración Biden debe apoyar un esfuerzo internacional para impulsar reformas graduales diseñadas para restaurar la transparencia y credibilidad del sistema electoral del país. El nombramiento de nuevas autoridades electorales y la participación de observadores electorales internacionales creíbles en las elecciones para gobernadores y alcaldes de este año sería un importante primer paso para lograr que las facciones políticas del país acuerden reglas democráticas básicas para resolver sus diferencias. La credibilidad de estas nuevas instituciones electorales se fortalecerá progresivamente a través de las elecciones del próximo año para las legislaturas estatales y municipales, antes de las elecciones presidenciales, actualmente programadas para 2024.
Al promover esta agenda, Estados Unidos debe ofrecer no solo un alivio en las sanciones, sino también apoyo estadounidense para un programa de asistencia multilateral que permita a Venezuela estabilizar su economía y comenzar el largo trabajo de recuperación económica. En tal escenario, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) cooperarían en un plan para reparar el daño causado por años de equivocadas políticas económicas populistas en Venezuela y la carga de las sanciones estadounidenses.
Un gran esfuerzo de apoyo multilateral requeriría un equipo económico creíble en Venezuela. Dicho equipo, que debería incluir a los mejores expertos técnicos y contar con el respaldo tanto del gobierno como de la oposición, daría confianza a los venezolanos y a las instituciones internacionales de que la nueva ayuda financiera se utilizará para la recuperación, no para una u otra facción política.
Un plan de estabilización y recuperación, respaldado por Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y China a través del FMI y el Banco Mundial, serviría como un paso crucial hacia la transición política en futuras elecciones. Esa solución será posible cuando las facciones políticas en Venezuela aprendan a convivir, en lugar de buscar formas de aniquilar al otro. Eso, de hecho, también sería una buena lección para la política estadounidense.
* Rodríguez es Catedrático Visitante en el Instituto Kellogg para Estudios Internacionales de la Universidad de Notre Dame y Fundador de la organización Petróleo por Venezuela. Sachs es Profesor de la Universidad de Columbia y ex director del Earth Institute.
*Originalmente publicado en The Hill
Un plan de estabilización y recuperación, respaldado por Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y China a través del FMI y el Banco Mundial, serviría como un paso crucial hacia la transición política en futuras elecciones. Esa solución será posible cuando las facciones políticas en Venezuela aprendan a convivir, en lugar de buscar formas de aniquilar al otro. Eso, de hecho, también sería una buena lección para la política estadounidense.
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