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Aún recuerdo cuando ganó Bill Clinton en el año 1992 e impuso para la América Latina su “desatención benigna”, es decir: “Ustedes los países pobres todos de América Latina poco nos interesan y arréglense ustedes mismos”. Eso me pareció formidable.
El mensaje, con su evidente gesto de desprecio aunque recubierto de los buenos modales de la siempre hipócrita diplomacia, era una buena oportunidad para que por nosotros mismos fuéramos capaces de resolver nuestros problemas domésticos sin la bota gringa, siempre plagada de malos recuerdos por sus abusivas y arrogantes intervenciones militares o el apoyo a dictadores despiadados, aliados circunstanciales, porque les ayudaban en la lucha contra el comunismo en su “patio trasero” en el marco de la Guerra Fría (1945-1989).
Clinton se sinceró y solo atendió a Canadá y México luego del famoso Tratado de Libre Comercio (1992). Canadá es el hermano de gran altura, pero menor; una amable extensión de los Estados Unidos al norte, despoblado e inhóspitamente frío. Canadá no es un problema para los Estados Unidos. México sí, por el tema de la pobreza, inmigraciones y las drogas.
El vecino del sur, al que le arrebataron el 55% de su territorio, y que es el verdadero “patio trasero y sucio” de los Estados Unidos, razón por la cual Trump ganó tantos adeptos cuatro años atrás cuando prometió el gran muro.
Los mexicanos esto lo saben y lo padecen todos los días. Un orgullo nacional doblemente herido y ultrajado por los malevos conquistadores españoles del siglo XVI, padres de la gran chingada, la de un nacimiento por violación y violencia; y por unos Estados Unidos imperiales y ultra poderosos cuyo contraste pone al desnudo todo su atraso y miserias.
El único interés real que los Estados Unidos han tenido por América Latina son sus recursos naturales, el canal de Panamá junto al mar Caribe y ejercer sobre esta paupérrima zona una preponderancia geopolítica, como así lo estableció la Doctrina Monroe en 1823 y lo han venido cumpliendo a rajatabla. Mientras que ellos actúan e imponen sus intereses más diversos por estos lares, nosotros, los pobres e invisibles de la tierra, anteponemos un discurso de la fantasía antiimperialista sin más asidero que el grito del perdedor.
Estados Unidos en el imaginario venezolano promedio es la tierra de gracia real: la del consumo pasmoso y la del “dame dos” mayamero. Ya eso hoy es un sueño enterrado.
*Lea también: De la política en general, por Luis Alberto Buttó
Hoy EE. UU. es el refugio hostil para los venezolanos que huyen de la tragedia venezolana. Paradójicamente, Trump y su política del grito contra el régimen de Maduro resultó tragicómica e inoperante. “Todas las cartas están sobre la mesa” solo ayudó a victimizar a los causantes de la miseria en Venezuela y a impedir que los venezolanos tuvieran una acogida más amable en los propios Estados Unidos al negárseles en varias oportunidades el estatuto de protección temporal (TPS).
Si así nos han ayudado no creo que nos salven. En realidad Trump hizo populismo con la crisis de Venezuela para alcanzar el voto hispano-venezolano en Florida. Nunca fue sincero en sus fanfarronadas sobre ayudar a los venezolanos. Y es que ningún país ni gobierno extranjero te ayuda gratis.
Ahora con Biden el tono cambiará y nos acercaremos a una diplomacia menos estridente, pero quizás más seria y responsable, que alineada con otros países seguirá presionando al régimen venezolano para que ceda en su descabellada ambición totalitaria. Ya todo esto fue apuntado en un editorial del The Washington Post que no gustó nada a los trumpistas venezolanos que ya tenían sacada las banderas de los Estados Unidos para recibir a los victoriosos marines.
Particularmente no gustó esto: “El equipo de Biden ha dicho que no reconocerá a la nueva Asamblea Nacional, pero tendrá que formular una estrategia a más largo plazo que acepte la probabilidad de que el régimen de Maduro dure algún tiempo”.
Trump ofreció el garrote y se terminó comiendo él mismo la zanahoria y con ello hundió aún más a los venezolanos que creyeron de buena fe que el poderoso “amigo” del norte nos iba a salvar del pérfido comunismo y sus aliados. Y resulta que, si bien la ayuda internacional es importante, el gran reto de los venezolanos es resolver por nosotros mismo nuestro propio embrollo aunque no se perciba una hoja de ruta clara en este sentido y en este momento.
El chavismo es un derivado de un comportamiento histórico afincado en el resentimiento como epicentro de nuestro ser social y es un daño “autoinfligido”. Es una hegemonía más, de naturaleza anacrónica, primitiva y voraz como las tantas otras (Páez, Monagas, Guzmán Blanco, Crespo, Castro, Gómez y demás) que padeció y sufrió el país desde la disolución de la Gran Colombia en 1830.
Solo que nuestra soberbia petrolera nos hizo creer que nunca más volvería a reaparecer el fenómeno autoritario y descuidamos aspectos esenciales del blindaje institucional y la probidad en el manejo gubernamental.
Ángel Rafael Lombardi Boscán es Historiador, Profesor de la Universidad del Zulia. Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ. Premio Nacional de Historia.
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Solo que nuestra soberbia petrolera nos hizo creer que nunca más volvería a reaparecer el fenómeno autoritario y descuidamos aspectos esenciales del blindaje institucional y la probidad en el manejo gubernamental.
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